lunes, 8 de diciembre de 2014

1.la espontaneidad como magia

El sol brilla con fuerza. Comienzan a rugir los motores y en el asfalto de la pista percibo esa especie de gas que nubla la carretera en verano, como el aire que de repente se vuelve borroso, aunque transparente. Lo relaciono de alguna manera con las transiciones que se incluyen entre foto y foto en un montaje. Es curioso, pero ese pequeño detalle me hace darme cuenta de que estoy realmente en una transición de etapa vital.

Me gusta el rumbo que estoy tomando. Dejo atrás la Silvia inconformista y estancada para convertirme en la Silvia proactiva y orgullosa de sus pasos. Por fin echo a volar.

De repente, mis ojos topan con la patilla del chino que hay en el asiento delantero. Nunca había visto una patilla tan divertida…el pelo mide unos tres centímetros, pero incumple por completo la ley de la gravedad. Se trata de una patilla que, en lugar de caer hacia abajo, es totalmente perpendicular a su cara. Sabía que el pelo chino era muy tieso, pero desconocía que una patilla pudiera quedarse en esa posición sin ningún tipo de producto fijador.

Ya estamos volando a mucha altura. Me despido de Barcelona repasando visualmente todas las carreteras, casas, edificios, campos y montañas que todavía se distinguen. Trato de reconocer alguna población fijándome en su situación y sus características, pero me resulta imposible. Pronto se hacen visibles los Pirineos cubiertos de nieve intacta, reluciente. Es entonces cuando comprendo que mi juego de adivinar poblaciones ha terminado.

El avión sobrevuela Amsterdam. El cielo está lleno de nubes blancas, grises, casi negras. Veo un canal con casitas dentro del agua. Me recuerda a aquel viaje que emprendí hace unos años con dos amigas, Raquel y Mónica. Aún tengo la imagen metida en la cabeza de la foto junto a la casita del canal. Fueron unos días de turismo, coffee shops, bicis, bares, comida basura en la habitación del hotel y algunas que otras charlas y risas.

Aunque no me lo había planteado, dispongo de tres horas y media para ir al centro de esta ciudad, dar una vuelta, comer algo y volver al aeropuerto a embarcar en mi siguiente vuelo.

-       Excuse me… are you from Amsterdam?-le pregunto al señor que ocupa el asiento de al lado-
-          Yes. –me contesta firmemente alzando las cejas-
-          Are you going to the city centre?
-          Yes, I’m going by taxi… -el señor contesta medio extrañado-
-          Ok…could I go with you?-pregunto finalmente, por tal de no alargar más el interrogatorio y dejar de sentirme violenta-
-           Mmm…that’s fine, yes! why not?-contesta convencido con una amable sonrisa-
-          Thank you very much, you are very kind. –finalizo la conversación y respiro hondo-

Todo en la vida debe ser espontáneo para tener magia. Y este momento lo es. No hubiera necesitado contar con un acompañante, pero ha surgido así. Independientemente de que haga un día horrible en Amsterdam y no lleve ni chaqueta ya que la dejé en Barcelona por no cargar con ella, voy decidida a pasar un buen rato.

Al bajar del avión camino al lado del señor, que viste con un jersey grueso y unos pantalones de pana. Al parecer hace mucho frío y él ya lo tenía en cuenta. Decido tomarme la libertad de preguntarle acerca de su familia, su trabajo y otros aspectos personales. Creo que para él, esto también encaja con la regla de la espontaneidad y la magia, lo cual me hace creer todavía más en ello.

Tomamos el taxi sin prestar mucha atención al taxista, la radio o el taxímetro, simplemente como si fuéramos dos amigos que hace tiempo que no se ven y van charlando de muchos temas y de ninguno a la vez. Yo sólo pido que me lleven a Plaza Dam, el punto más céntrico que recuerdo de mi estancia allí.

Al llegar a mi destino, Steve, que así se llama mi compañero de vuelo, me agradece haberle abordado y haberle acompañado en su camino. Yo le ofrezco la mitad de la carrera, pero Steve rechaza el dinero, apartando mi mano y sonriéndome. Se lo agradezco mucho y cogiendo mi mochila rápidamente, salgo del taxi y cierro la puerta.

Tengo una hora y algunos minutos para dar un paseo y tomar un taxi de vuelta al aeropuerto. Aun así, no tengo ninguna prisa. Los adoquines están mojados, el ambiente es muy frío y húmedo. Me enamoro de las personas que pasean en bicicleta como si hiciera un día espléndido, con cara de felicidad y mirando a lado y lado, como si hoy fueran a descubrir algo nuevo e insólito en esa calle por la cual pasan todos los días.

Termino por alquilar una bici. Creo que es una idea genial para entrar en calor y a la vez sentir el frescor del crudo diciembre en la cara. Al subir en ella, siento  que debo mirar hacia atrás y decir: “Raquel, Mónica!, ¿estáis listas?” y sonrío como si le hubiera contado a alguien lo que se me ha pasado por la cabeza.  

Paseo por el barrio rojo y por los coffee shops,  atravesando algunos grupos de españoles que supongo han ido a pasar el puente con sus amigos. Espero que llegue un día en el que encuentre españoles en otro país y no me sorprenda, porque siempre me digo interiormente “anda, españoles!”  y me acabo repitiendo a mí misma “hombre, claro, ya sabía que no sería la única…”. Pero ese día todavía no ha llegado.

Mientras, pedaleo velozmente y esquivo todo lo que se interpone a mi paso. Pienso en que quizá debería comprarme una bici al llegar a mi destino y utilizarla como medio de transporte para esta nueva etapa de mi vida.

Al pasar por los canales con barcas turísticas y casitas encima del agua, me detengo delante de la que me parece ser la casita de la fotografía y pienso que no es tan especial como para detenerse a sacar la cámara con el frío que hace. Seguramente, aquel día nos detuvimos de manera espontánea, así que debió cobrar mucho más sentido que hacerlo yo en este momento. Detengo a una mujer en la calle para preguntarle la hora y salgo apresurada con miedo de no llegar a tiempo para embarcar.

Ya de vuelta al aeropuerto, me siento agotada y hambrienta. Ahora desenvuelvo un bocadillo que me preparó mi madre esta mañana y lo muerdo con ansia, saboreándolo como si fuera un caramelo. Me gusta encontrar las pepitas del tomate untado en el pan porque son difíciles de detectar entre los demás elementos y dignifica el hecho de comer despacio, cosa que no practico a menudo. Ni siquiera sé si mi pareja, algún miembro de mi familia o de mis amigos tiene constancia de esta tontería, pero sé que esta clase de aspectos personales son los que, si alguna vez por casualidad alguien te comenta uno de ellos y coincide con que tú también lo haces, se crea una unión especial con esa persona.  

Me siento en una de las butacas de la sala de espera de la puerta de embarque. Observo todo alrededor con mucha atención. Me viene la imagen de un niño comiéndose su bimbo con nocilla de camino a casa en el metro lleno de gente. Así estoy, embobada, disfrutando de mi paz interior y de los sabores.

A mi izquierda, una chica solitaria y cabizbaja con su móvil, como es costumbre encontrar a cualquiera hoy en día; levanta la cabeza de golpe y emite sonidos y señas a un chico que está exactamente como ella estaba hace un instante. La chica se levanta para darle un golpecito en la rodilla ya que éste no le ha escuchado ni visto, entonces él levanta la vista y atiende al dedo índice de la chica, que le conduce la mirada hacia el suelo, donde se le ha caído la funda del móvil. La recoge y cada uno sigue atento a su pantalla.

En mi nueva etapa de vida quiero aprender a tolerar todo lo que no me incumba ni tenga efecto sobre mí. Es por eso que en este momento decido que me da absolutamente igual que los dos se muestren cabizbajos o que el chico no dé las gracias. Al contrario, quiero aprender a sacar el lado positivo de la situación, el hecho de que la chica le haya avisado. A menudo, me planteo pequeños retos que para mí suponen madurar o ser mejor persona. Me pregunto si esto durará toda mi vida o llegará un punto en el cuál yo misma me aburra y ya no sepa qué más cambiar.

Una vez subo al avión que me llevará a Indonesia, voy a por mi asiento y no dejo de sentir la fuerte emoción que da la libertad. No recuerdo haberla sentido antes, pero supongo que es la emoción que debe sentir un preso al salir de la cárcel, aunque a menor escala. Es una sensación de tenerlo todo a tu favor, de poderte permitir ser tú mismo en todo momento y de exprimir cada detalle para darle un sentido completo a tu vida.

-          Water?
-          Uuuh, yes, please!-lanzo un grito, emocionada-

Incluso la azafata me ofrece agua y hace que parezca un regalo caído del cielo. Al momento, vuelve a pasar ofreciendo calcetines, tapones para los oídos y un antifaz. Cruzo la mirada con unos chicos que se ríen al abrir el paquete de calcetines. Sonrío porque desconecto y parece que estemos en un mercadillo.

El avión está lleno de gente muy diversa. Hay una niña de aproximadamente dos años delante de mí. Me mira, me sonríe. La saludo, le sonrío, me escondo y vuelvo a salir de detrás de los asientos. La tengo delante, junto con su madre. “Espero que nos deje dormir”, pienso. Luego me siento mal por haber pensado eso primero y rectifico en mi mente, “Espero que la pobre aguante las trece horas de vuelo sin llorar”. Los demás son parejas de holandeses, americanos, indonesios y otras nacionalidades, desde los treinta a los setenta, yo diría.  

Entonces me relajo, pongo una película pensando que puede ser buena, “Leones de segunda mano”. Cuando llevo un buen rato, me acuerdo de que había películas buenas en la lista y por querer hacerme la alternativa, no he elegido una probablemente mejor. Pero me quedo viéndola un rato más, ya que el doblaje latino me está haciendo reír.


Quedan cerca de seis mil kilómetros de viaje, más o menos la mitad del recorrido. Viajamos a novecientos kilómetros por hora, lo cual me parece alucinante. Decido descansar un rato. Me irá bien para empezar con buen pie el día en Yakarta. 

16 comentarios:

  1. Como casi siempre estas conversaciones solo se dan contigo... reconozco que también busco las pepitas de los tomates en la boca, jugando con ellos a tratar de atraparlos entre los dientes, aunque casi siempre se me escapan.

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  2. Me he enterado del blog porque han puesto el link en el chat d las tías. Veo q lo estás pasando bien! Cuídate! Muaaak

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  3. sere el teu bloguer namber 1!! disfruta cada minut!! muak

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  4. Raquel, Monica... muy bueno!
    Disfruta de la experiencia y cambio de vida. Yo ya te iré espiando de vez en cuando por esta ventanita 😉

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    1. Buena aceptación de pseudónimos, sí señor! jajaj pues cuando quieras, aquí estaré cada día...

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  5. Esto tiene muy buena pinta. Disfruta, siente, vive y se feliz! Besos y abrazos 2.0. Sempre teva :)

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    1. Jajaj se ha convertido en nuestra frase d'acomiadament! Gracias Gel!

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. Silvia!! quina il.lusió llegir-te!! i se't dóna molt bé! quasi em costa reconèixer-te! m'ha fet gracia quan expliques lo del mobil perque just t'estava llegint al metro i llavors he aixecat la vista, jeje. M'encanta lo de l'holandès, aquesta és l'actitut! fliparàs amb la de coses que pots viure si et deixes portar per l'espontaneïtat, estic molt contenta que comencis aquesta aventura!!!!

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    1. I jo de començar-la, kariñu! M'alegro que t'agradi el contingut. Molts petons guapa!

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  8. Silvia por fin puedo entrar al blog!Disfruta muchisimo d esta experiencia unica! t sigo leyendo...be water my friend!!

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