lunes, 15 de diciembre de 2014

8.descarga de medianoche

Sucia y pegajosa, voy directa hacia la ducha, cruzando por el comedor donde están desayunando los compañeros del albergue. Mi compañera levanta sus cejas al verme para dar a entender un "good morning" sin tener que pronunciarlo. 

Una vez termina mi aseo personal, comparto mesa con ella y me atrevo a probar una especie de sofrito de una fruta con textura de carne. No está mal, lo mezclo con arroz y salsa de soja, lo paso por la sartén y está aún mejor. Luego me preparo unas tostadas con tortilla francesa. A pesar del incidente de ayer noche, se ofrecen buenos servicios por el precio irrisorio que se paga; ni siquiera llega a cinco euros la noche. 

Algo muy gracioso sucede con la supuesta holandesa. Conversando, al preguntarnos de dónde somos, nos enteramos de que las dos hablamos español y hemos estado hablando en inglés todo el tiempo, sin intuir nada acerca de nuestra verdadera nacionalidad. A partir de este momento, nace una conexión distinta a la que teníamos. Su nombre es Alejandra y lleva a sus espaldas una larga experiencia de viaje por muchos países. 

Tras una larga charla, me apresuro a poner una lavadora y salir un rato a la calle para no perder todas las horas de sol, que desaparece a las seis de la tarde. Voy en busca del Castillo de Agua, aunque aprovecho para perderme en el camino entre mezquitas, calles de barrio, pequeños y viejos rincones con mucho encanto, plazas ambientadas, grupos de niños que salen del colegio y piden fotografías a mi lado...

Cultivo de lechugas callejero

Una mujer fríe bolas de col y huevo en la máquina que se emplea para hacer popcakes. Las mete en una pequeña bolsa transparente y las rocía con salsa picante o de soja. Tengo curiosidad por conocer su sabor, así que pido unas y la señora me las sirve junto con un largo pincho de madera para que las coja cómodamente. La verdad es que me gusta mucho cocinar y también la col, pero nunca se me había ocurrido siquiera hacer tortilla de col. Ahora, pienso que debo decírselo a mi madre para que pruebe a hacerla en casa. 

Tomo un taxi bici-carro por primera vez, ya que comienza a llover y éstos disponen de una cubierta descapotable. Además, he dado tantas vueltas que ya no sabría llegar hasta el Castillo del Agua. El hombre que pedalea es muy amable, para variar. Me lleva a muchos más lugares por el mismo precio. Según dice, no me puedo ir de Jogjakarta sin visitarlos; yo más bien creo que cobra comisión si compro algo en estos sitios. El primer lugar es un taller de marionetas típicas, talladas a mano sobre piel de búfalo y pintadas con mucha minuciosidad. El segundo, se trata de otro taller, esta vez de "batiks", que son telas dibujadas y tintadas a mano bajo un proceso de enceramiento y fundición de la cera. Ambos resultan muy interesantes, pero provocan que llegue tarde al sitio donde realmente quería ir. Y al llegar, ya está cerrado. Aunque sinceramente, no me importa lo más mínimo. 

Vuelvo a mi hogar a tender la ropa. Es un acto tan cotidiano, que me hace sentir igual que en mi propia casa. Por eso me apalanco en el sofá, igual que haría en Barcelona, y respiro profundamente. Pienso en lo fácil que ha sido llegar y conseguirlo todo y en lo difícil que me resultó decidirme. Sonrío, feliz. Me compro una cerveza y la bebo como si hiciera años que no la probara, mirando la botella toda orgullosa. Así es la vida de caprichosa, dice una canción. 

Me acuerdo de Ibiza, donde he pasado grandes momentos con personas muy importantes en mi vida. Ahora, desgraciadamente, se me cruzan algunas imágenes de los británicos a los que solía servir alcohol y me acuerdo de la mala impresión que tenía de todos ellos. Eso me lleva a salir a la calle con la intención de encontrar a alguien con quien practicar el poco indonesio que hablo, ya que he decidido que debo poner en marcha la lengua del país y no andar pretendiendo que los ciudadanos locales hablen inglés.

Paro a hablar con un par de grupos de jóvenes, pero ambos están demasiado alterados con mi llegada para tomarme en serio. Así que me dejo llevar, uniéndome a la histeria colectiva. Poco a poco se van relajando y soy capaz de captar algunas frases nuevas, poniéndolas en práctica repetidamente y sin venir a cuento. Ellos se ríen y no dejan de sacar fotografías. Sorprende ver los móviles y tabletas de qué disponen toda la población en general, ya que lo considero como un producto de lujo y aquí parece de lo más común. Definitivamente, huyo de las cámaras alegando que debo ir a dormir pronto para madrugar al día siguiente. 

Todavía hay una sorpresa para mí antes de que termine el día. Y es que, un chico con aspecto sudamericano sentado en un bordillo con sus dos amigos, me invita a sentarme con ellos. Primero, pide a una señora que hay vendiendo café y té justo al lado, que me sirva una bebida caliente hecha a base de cereales. Luego, al presentarnos, surge algo inexplicable que nunca antes recuerdo haber sentido. Al darnos la mano, una energía nos atraviesa por ella. Puedo describirlo como una pequeña descarga eléctrica o un hormigueo, aunque para nosotros no es algo tan simple, es un hecho mágico e inaudito. Nos damos la mano con los amigos y con la vendedora de bebidas y nada sucede. Nos la volvemos a dar entre nosotros y ahí sigue la vibración. De ahí surge un diálogo precioso; que aunque no me haga practicar mucho indonesio, me llena de energía positiva. 

Se hace tarde y decidimos separarnos para meternos en nuestras camas. Al despedirnos, la intensidad de la descarga es menor, pero aún existente. Por cierto, el chico se llama Arni y su abuelo era brasileño; de ahí los rasgos. Mientras doy mis últimos pasos del día hacia el albergue, confirmo que la vida sin planear funciona mucho mejor. Y es que, esos pequeños espacios que propones no llenar, nunca quedan vacíos; contrariamente, se llenan de un color diferente al que ya tenías. 

2 comentarios:

  1. lA MADRE Q T PARIÓ COMO TE QUEDES MUCHO ALLÍ! LAS Q SE VAN A QUEDAR VACÍAS SOMOS NOSOTRAS!
    TE QUEREMOS AQUII!!!!
    DISFRUTA PERO TU HOGAR ESTA AQUÍ CON NOSOTROS!
    MUAAAAAAK

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