sábado, 13 de diciembre de 2014

5.no es ligero equipaje para tan largo viaje

De buena mañana y sin pereza alguna, meto todos mis enseres en la mochila y me despido de Jeri, que aún está en la cama. Desayuno y ofrezco a unos chicos unas piezas de fruta que me sobró en la nevera. Estos me lo agradecen y se disponen a comerla. La recepcionista me pide que escriba algo en una pared del albergue antes de marchar. Me da unos rotuladores de colores y deja que improvise a mi aire. En ese instante aparece Jeri; quiere darme un beso, un fuerte abrazo y desearme mucha suerte. Entonces me propone que escriba “hasta luego, amigo” y yo le hago caso; incluyendo un “gracias por todo” y mi firma. Decoro mi creación con un corazón rojo y azul en alusión a Barcelona y desaparezco por la puerta.

No resulta difícil tomar un taxi hacia la estación de Gambir. Una vez allí, saco mi billete hacia Cirebon, donde debo tomar otro tren hasta Kutoarjo y luego un taxi a Borobudur. Está previsto que el viaje dure unas nueve o diez horas en total, así que llegaré casi a la hora de volver a acostarme.
El tren arranca sin haber encontrado mi asiento. Es un tren viejo, pero no por ello deja de cuidar cada detalle. Los asientos son tapizados y cómodos; hay una papelera, una mesita, dos enchufes y dos colgadores por cada cuatro pasajeros. Además, el lavabo es grande y está completamente equipado, hasta con ambientadores.

Saliendo del centro de Jakarta, puedo empezar a ver cómo viven el resto de habitantes de la isla de Java. El paisaje ha cambiado totalmente en cuestión de minutos. Ahora la zona es selvática, plagada de campos y bancales de arroz. Las casas tienen un aspecto mucho más rural, apenas se utiliza el hormigón en su construcción. Las mujeres hacen la colada en la calle, que ahora es de tierra rojiza. Los niños corren y juegan en grandes grupos, al lado del río y entre las casas.


Llegamos a la hora prevista a Cirebon. Un señor con sombrero de paja me recibe nada más bajar del tren. Es gracioso, porque él quiere informarme de todo y acompañarme a toda costa, aunque ya sepa perfectamente todo lo que tengo que hacer. Compro mi billete y aprovecho la hora de espera para comer algo. Me acerco a un restaurante que se encuentra justo delante de la estación. Pido "nasi ayam", arroz con pollo. Es el plato más delicioso que he probado hasta el momento. El arroz viene acompañado de verduras, trozos de tortilla, carne y salsa de cacahuete. El pollo está cocinado con coco y unas hierbas muy ricas. La combinación es excelente. 

Ya con la barriga llena, vuelvo a la estación a pocos minutos de que salga el tren. No tardo en enterarme de que viene con demora, de momento de veinte minutos. Entonces empiezo a hablar con un hombre que, según dice, tiene un negocio en Cirebon y vive en Jogjakarta. Al fin llega el tren, con una hora de retraso. 

A mi lado, tengo a una mujer de unos cincuenta años. Enfrente, a su marido. Les hago varias preguntas, pero sólo el hombre contesta, con un nivel de inglés muy pobre. Cuando decido no hacerle hablar más, se acerca una chica desde la otra punta del vagón y se sienta al lado del hombre. 

-My name is Tanty. And yours?-se dirige a mí toda convencida-

-Mine is Silvia...nice to meet you.-le contesto apretando la mano que ella había tendido-

El viaje se hace muy ameno con Tanty. Es una chica musulmana de veinticuatro años. Lo quiere saber todo acerca de mí y yo no tengo ningún problema en contarle mi vida. El hombre no deja de mirarnos porque ha perdido el hilo hace rato. Pronto, Tanty se da cuenta y empieza a traducirle todo lo que estamos diciendo. 

El tren va muy despacio y para en todas las estaciones, por pequeñas que sean. Ya de noche, Tanty vuelve a su asiento para descansar y al hombre de enfrente también se le cierran los ojos. Me dirijo a la cafetería para comer algo. A esa hora, ya sólo pueden venderme una sopa de fideos instantánea. Acepto el menú, aunque no sea muy partidaria de los pre-cocinados. Pregunto cuánto falta para llegar a Kutoarjo y me contestan, entre risas, que puedo volver a mi asiento y dormir un rato. Entiendo que aún falta mucho para llegar.

Tengo la intuición de que voy a tener algún problema para llegar a mi destino, ya que me han comentado varias personas lo pequeño que es Kutoarjo. Y aparecer a las once de la noche por allí tampoco creo que ayude. Así que intento relajarme, mientras me impongo mis dos primeras reglas de viaje: llegar a los sitios de día y no reservar nada con antelación. De este modo, podré permitirme una flexibilidad que evite la angustia por no llegar a tiempo a los sitios. 

Al llegar a Kutoarjo, todavía puedo encontrar a un taxista, aunque éste me impone su propio precio, nada que ver con el que marcaría un taxímetro. Intento regatear, a pesar de no ser mi estilo, pero sólo consigo unos tres euros de ahorro. Dudo por un momento si debo aceptar o no. Y acabo por subir, un poco a disgusto con él, pero ya de camino al hotel. 

Todo lo que  mi vista alcanza es lo más parecido a la selva. Mi cara de enfado va cambiando por la de grata sorpresa al paso de plataneros, cocoteros y carreteras estrechas apenas asfaltadas. Llueve intensamente y por un momento pienso que al menos tengo suerte; por no estar bajo la lluvia buscando sitio para dormir en Kutoarjo, opción que previamente había contemplado. 

Tras una interminable hora y media, el taxista da con el recóndito hotel. Pretende que abone de manera extra las largas vueltas por su desconocimiento de la zona, a lo que rotundamente niego con un movimiento repetitivo de mi cabeza. Entonces, cierra la puerta de un golpe seco y acelera marcha atrás, mostrando su desagrado. 

Son pasadas las doce cuando golpeo la puerta de la casa principal, donde presiento que está la recepción. Una voz pregunta algo y, sin saber muy bien el qué, yo contesto que tengo una reserva a nombre de Silvia. En seguida sale un hombre mayor a atenderme. Tiene el pelo largo y blanquecino, lo cuál me da una impresión de una persona sabia, consejera, pacífica y muy humilde. No se me esperaba tan tarde, así que el hombre se había echado a dormir. Pido disculpas y me justifico una y otra vez, explicando el retraso del tren y el del taxista. 

La habitación es muy, muy bonita. Pero, a decir verdad, lo que realmente me interesa es la cama. Así que dejo las mochilas en el suelo, me saco la ropa y me tumbo, completamente rendida. Al apagar la luz y poner el despertador, empiezo a oír toda clase de sonidos. Por un momento pienso que no podré pegar ojo, sobretodo por las ranas que se divierten croando como si cantaran en una coral. Poco a poco, centro la atención en mis respiraciones y al minuto, me duermo. 


6 comentarios:

  1. Holaaa Prima, hacia tiempo que no leía un Blog-libro jejeje y me encanta, no dejes de escribir que toy enganchada a tus aventuras!! Además escribes muy bien..cuidate mucho, un abrazo Muak.Y Feliz Navidad ya que no estarás por aquí.. Ya te pillaré capullina!!

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    1. Me encanta que te encante. No te preocupes, con las tecnologías de ahora me podéis hacer una videollamada el día 25, no?? Un beso prima!!

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  2. ALa Silvia q aventuras! he sufrido un poco al leer algunas cosas como lo de que se te hacía tarde, lo del taxista q se enfada... menos mal que al final te ha salido bien.
    Tengo una mezcla de sentimientos cuando te leo q no te sabría explicar. Por un lado me maravilla la aventura y por otro te echo mucho de menos y quiero que vuelvas.
    Muaaaaaaak

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    1. No sufras, hermana! Todo forma parte de la experiencia. Si fuera todo bonito y fácil no tendría el mismo sentido...Un beso graaaaaande!

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