miércoles, 17 de diciembre de 2014

9.sin manos!

El día invita a salir de paseo; no hace mucho calor y de momento no llueve. Creía que en la época lluviosa, aproximadamente de noviembre a marzo, llovía más a menudo. Pero de momento, las lluvias son poco frecuentes y tampoco son excesivamente abundantes.

Desayuno unas tostadas con mermelada de piña, ya que Alejandra me cuenta que la comida cocinada que ofrecen en el albergue lleva ya hecha unos días y nunca la conservan en el frigorífico. Recuerdo que ayer probé el sofrito de fruta con arroz y salsa de soja y mi cara cambia por completo. Aún no he sufrido ningún problema estomacal y espero no tenerlo ahora por esto.

Tengo pensado pasar el día en el templo hindú de Prambanan. En el autobús hacia allí, me siento al lado de una niña que tiene atrapada a una mariposa entre sus dedos, sin dejarla volar. Por señas, le indico que la deje libre, para que esta emprenda su camino. Entonces, la niña separa las yemas de sus dedos de esas alas negras a topos blancos y el insecto se posa sobre el cristal, sin moverse.

El camino se hace un poco largo debido al tráfico, incluso voy un tanto mareada entre el calor y las vibraciones del autobús. Al bajar, los taxistas se agolpan para ofrecer sus servicios hasta la puerta del templo. Yo decido ir caminando, a pesar de su insistencia en que está muy lejos. Y tan solo tardo diez minutos andando, así que una vez más, era una invención de los taxistas para hacer negocio.

La nuca me arde, el sol pega muy fuerte ahora. Paro bajo la sombra de un árbol a echarme protección solar en la cara, la nuca y los brazos; partes que ya tengo enrojecidas de días anteriores. Mientras me extiendo la crema me acuerdo de mi hermana, que siempre promociona los efectos de estos productos del mismo modo que una vendedora en su tienda de cosméticos.

Prambanan es un templo mucho más pequeño que Borobudur, pero no por ello con menos encanto. Está rodeado de vegetación y en sus inmediaciones se encuentran otros tres templos de menor tamaño. De repente, se pone a llover fuertemente, tanto que incluso los que llevan paraguas se resguardan también de la lluvia en algunos tejadillos que ofrecen las entradas al templo. Personalmente, paso el rato con un grupo de niñas indonesias a las cuales les pido un favor. Quiero que me ayuden en una pequeña grabación que tengo pensada enviar a mi amiga Maite desde aquí, ya que en dos días es su cumpleaños. Las niñas no tienen problema alguno en colaborar, incluso creo que el que les haya pedido un favor les hace sentir importantes.

Muchos colegios visitan el templo. La mayoría de los niños se descalzan tras la gran aguada que ha caído en un rato. Se entretienen mojándose los pies en los charcos, chapoteando con el agua. Sinceramente, me gustaría poder hacer lo mismo en ese mismo momento, ya que toda la tierra del suelo salta sobre mis chanclas de playa y se torna muy incómodo el caminar al mismo tiempo que se exfolian las plantas de los pies.

Un profesor se acerca a mí. Al principio, debo decir, me siento un poco acosada; pienso que se trata de algún vendedor de postales por cómo me mira, como si quisiera algo de mí. No le presto toda mi atención, pero al pronunciar “I’m the teacher of those children” relajo mi mente y le escucho, respondiendo a todas sus preguntas.

Todos los niños y los otros tres profesores que le acompañan quieren una foto conmigo. Luego, no paran uno a uno de pedirme fotos por separado.

El hombre hace bastante hincapié en el hecho de que viaje sola, incluso me invita a su casa después de haberle dicho que no estoy casada, con una mirada y una entonación medio tímida, medio atrevida. La situación no me gusta nada y por mi cabeza pasa sólo una idea: “la primera impresión es la que cuenta; huye!”. En cuanto puedo, tomo un desvío para dirigirme a cualquier otra parte que me aleje de su lado. Tengo suerte, porque él no puede separarse de su grupo.

Sin preverlo, doy con un museo arqueológico y al salir, vuelve a llover. El hambre acecha, así que se me ocurre comer algo en un restaurante cercano al museo, con vistas a un cercado lleno de ciervos. Desde allí, espero a que cese la lluvia mientras lleno mi estómago y analizo el comportamiento de este animal tan bonito. Algunos ciervos juegan, parece que peleen. Otros escarban en la tierra con sus cuernos y parte de la cabeza. Abro el bloc de notas, tomo el bolígrafo que me regaló Tanty en el tren a Kutoarjo y empiezo a dibujar.

Casi sin darme cuenta, quedan tan sólo dos horas para el cierre del recinto, así que debo apresurarme si quiero visitar los otros tres templos. Voy rápida, aunque no pierdo detalle en todo el recorrido. Algunos de los árboles que me rodean son frutales, con lo que el suelo se encuentra lleno de mangos, cocos, papayas y otros frutos desconocidos para mí. No estoy segura de que sean comestibles, aunque recojo algún mango del suelo, lo acerco a mi nariz y compruebo que huele muy bien.

De repente, una construcción muy deteriorada y solitaria aparece ante mí. Es un lugar interesante, muy místico, e incluso reúne muchas cualidades artísticas. Pero también desprende un cierto misterio que hace que le tome respeto. Será principalmente porque se halla apartado y vacío. Ahora es el momento perfecto para descalzarme y  quitar toda la tierra pegada a mis pies dentro de los charcos. Todos los visitantes están ahora en el templo principal, tomando fotografías del atardecer allí. Me gusta tanto la sensación de mis pies libres, que permanezco descalza durante un buen rato.

Antes de salir del recinto, también me acerco a Prambanan para hacer las últimas y típicas fotografías, como el resto de la gente. Luego, en dirección a la salida, cruzo el mercado artesanal y compro una pulsera que, en mi opinión, combina con la ropa que llevo.

De camino a la parada del autobús, hago un repaso del día y me siento llena, feliz. La luz anaranjada y rojiza que desprende el cielo es preciosa. Topo con un edificio a media construcción que me recuerda cuánto le gustan a Tea este tipo de escenarios. Ella tiene un sentido peculiar para transformar el arte, llevándolo a su terreno. Los matices de destrucción y obsolescencia le apasionan, es por eso que tomo una fotografía especialmente para ella, aprovechando los colores que aún luce el cielo.

Sabía que llegaría el momento en el que encontrara en mi viaje a alguna pareja de españoles. Y así es; en el transporte de vuelta aparecen Igor y Mireia, precisamente residentes en Barcelona. Contamos todo tipo de anécdotas graciosas y cosas que hemos tenido la oportunidad de conocer aquí. También tocamos a grandes rasgos nuestro pasado y futuro. Da la impresión de que hacen una pareja extraordinaria y de que ambos comparten muchas aventuras en sus días. Bajan del autobús y nos despedimos, deseándonos suerte en todo aquello que emprendamos.

Al entrar en el albergue, no me puedo creer lo que ven mis ojos. Es Jeri, el coreano, sentado en la mesa de la zona de desayuno. Rápidamente, me dirijo hacia él para confirmar que se trata de Jeri y no de un chico parecido de espaldas.

En seguida le abrazo y nos quedamos mirando el uno al otro, parpadeando, sin creer lo que vemos. Jogjakarta es una ciudad no tan grande como Jakarta, pero con suficientes alojamientos como para no encontrarnos, de manera casual, durmiendo bajo el mismo techo. Abrimos unas cervezas y brindamos con ilusión por nuestro reencuentro. Existen unas bicicletas atrás en el lavadero que podemos pedir prestadas. No se nos pone objeción alguna, así que salimos pedaleando, gritando, cantando. Jeri alza los brazos, soltando el manillar y haciendo que los demás vehículos lo sorteen a su paso.

Lo llevo al mercado nocturno, en la feria donde estuve la primera noche, ya que dice no haber salido en todo el día de la cama y del hall del albergue desde que llegó. Una vez allí, nos dejamos llevar por nuestra ilusión, impulsividad y energía. Subimos a la atracción que el otro día me llamó más la atención por su método rudimentario. Se trata de un gran aro con hierros que lo cruzan y se agarran por el centro a un poste acabado en punta, como un lápiz gigante. Los pasajeros, ocupamos asiento alrededor del aro. Los feriantes, empujan el aro con fuerza en la misma dirección, al tiempo que unos se cuelgan de un lado para que el aro se levante del otro extremo. Es muy excitante ver cómo hacen acrobacias mientras nos empujan, poniendo en peligro su integridad.

Da la casualidad de que coincidimos con un espectáculo de baile indonesio en un gran escenario, situado al sur de la feria. Grupos de niñas desde tres a quince años aproximadamente, disputan un premio por sus representaciones. Jeri y yo las miramos con la boca abierta, comentando su belleza y su manera de bailar. Al terminar cada actuación, somos los únicos que aplaudimos con fuerza para mostrar nuestro agrado. La gente nos mira como si estuviéramos locos, pero nosotros seguimos aplaudiendo, silbando y gritando “uuuuh uh!”.

Propongo entrar a saltar a las camas elásticas. Jeri se muestra muy emocionado al respecto. Como dos niños, nos quitamos rápidamente el calzado y corremos cada uno hacia una esquina. Hacía tiempo que no practicábamos, pero todavía nos atrevemos a saltar de rodillas, con el culo y también de cama en cama. Nos hacemos fotografías en el aire, uno a otro. Sudamos y reímos sin parar.

Antes de irnos de la feria, él quiere que compremos un anillo o pulsera igual para los dos, en símbolo de amistad. Nos acercamos a un puesto de bisutería y, después de probarnos muchos anillos, nos decidimos por uno que es tan feo que hace que me encante. Así, nos comprometemos a llevarlo puesto con la esperanza de volver a encontrarnos algún día.

7 comentarios:

  1. Q bien lo pasas! Cuídate con las cremitas, sobre todo la solar. Yo estoy a punto d entrar a dar clase a la segunda niña, queria comentar ya aunq sea dsd el mv y cn prisa por si después no puedo. Un besazo!!

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    1. Gracias por comentarlo todo! aquí el sol pica mucho...me quemo con la del 50...

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  2. que xulo tia!! tant el teu relat com el que estas vivint.. disfruta cuerpo!!
    i segueix escribint que estic motivat com si fos un llibra!!! jajajja
    muak

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    1. Gràcies per la teva fidelitat! tot el que em passa és un regal i l'estic disfrutant moltíssim!

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