sábado, 20 de diciembre de 2014

12.como dinero en el suelo

Cinco y media de la mañana. No puedo sostener mis párpados abiertos, pero necesito levantarme para ir a ver a los delfines. Me estiro en la cama maloliente, todavía con el ventilador encendido, ya que ayer encontré el método para que no se posaran mosquitos sobre mi piel y he dormido toda la noche con el chorro de aire encima.

De golpe, me levanto sin pensarlo más. Organizo las mochilas para dejarlo todo preparado y bajo a preguntar a qué hora salimos. "In five minutes" es la respuesta, me da tiempo de ir al baño. No me había dado cuenta de que no hay espejo, por tanto, no puedo saber cómo llevo el pelo. Vuelvo a la habitación para poder verme, pero tampoco hay ninguno allí. Finalmente me digo "¿qué más da el pelo? si voy a ver delfines...".

Un hombre me acompaña hacia el punto de partida de la barca. Otras seis personas esperan, listas para realizar la misma actividad. No soy muy partidaria de pertenecer a un grupo dirigido, así que intento centrar toda mi atención en mi ilusión por ver delfines en libertad, no en los pasos a seguir. Mientras algunos de ellos hablan, yo pienso en que quizá debería proponerme otro reto personal acerca de este tema, porque el modo de actuar en rebaño siempre hace que me sienta a disgusto, como si careciera de personalidad o de estilo propio. Me debato conmigo misma sobre si merece la pena intentar formar parte de los rebaños felices, o si es mejor no acercarme a ellos. 

Entonces subimos a la barca, que es estrecha y alargada. Ésta lleva sujeto un tronco a cada lado para darle equilibrio. Todo está construido a mano, con cuerda y con piezas talladas de madera que encajan entre ellas. Mientras avanzamos mar adentro, me evado imaginando paso a paso el proceso de su elaboración, contemplando el bonito amanecer.

Surcando las olas a las seis de la mañana

De repente paramos en medio del mar, junto a decenas de barcas del mismo estilo cargadas de gente con la cámara en la mano. Entonces concluyo con mi dilema anterior, ya que entiendo que sería muy estúpido pretender que nadie más pudiera viajar y querer ver la singularidad de cada lugar. Así que me planteo aceptar unirme a los grupos y poder disfrutar de los lugares más visitados, ya que a menudo son los más bonitos. 

Al cabo de pocos minutos, varias aletas emergen del agua, todas a la vez, en un movimiento semicircular. Dan ganas de tirarse al agua y nadar con estos mamíferos, aunque correría peligro, ya que todas las barcas están en continua persecución de las mejores vistas y sería como quedarse en medio de una pista de autos de choque. 

Tras varias oportunidades para verlos, volvemos de camino a la orilla y se termina el espectáculo. En los rostros de mi grupo se ve reflejada la decepción, incluso algunos de ellos comentan lo rápido que ha sido y que realmente esperaban algo más. Yo me abstengo completamente, aunque piense que ha sido muy breve, pero no me importa la duración, lo importante es que los he visto. 

Fijo el siguiente objetivo: llegar a Candidasa antes de que anochezca. Pregunto en el hotel por la manera más barata de ir y, como ya imaginaba, es en furgoneta compartida, o como ellos le llaman, en transporte público. El caricaturado me explica que debo cambiar de furgoneta cuatro veces hasta llegar allí. Anota en un papel las paradas donde debo hacer los cambios y qué precio debo conseguir por cada trayecto. También me comenta que si espero un poquito, puedo ir hasta la primera parada junto con la familia española, que van de excursión con un chófer. Me parece genial, ya que así además me despido de ellos.

En la primera furgoneta voy casi todo el corto trayecto sola. En la segunda, voy acompañada de mucha gente la mayor parte del rato, pero cada uno mantiene su espacio vital. Las vistas, tanto de la costa como de las terrazas de cultivos de arroz, son preciosas. Son unas dos horas y media, pero bonitas. 

Mi mente se traslada en el espacio y en el tiempo. Tengo una visión de mi futuro en Ibiza, compartido con Tea. Tenemos un albergue con mucho encanto en medio de la montaña, cerca de la playa. Disponemos de un pequeño huerto, una furgoneta y bicicletas para los huéspedes. Tea se dedica al cultivo y también a la mejora de las instalaciones y la decoración del establecimiento. Yo preparo las habitaciones, me encargo de la cocina y del confort y las visitas guiadas para los clientes. Por un momento lo siento tan real que me encanta. Luego me digo, "Silvia, precisamente has venido hasta aquí para emprender un proyecto en este país". Seguidamente, recapacito, "¿qué más da el lugar ni cuándo suceda? debo dejar fluir mis sentidos para vivir la vida que quiero". Luego simplemente pestañeo rápido y pienso que estoy un poco loca, pero me gusta. 

La tercera furgoneta es surrealista. Somos el triple de pasajeros que en ella caben. Los niños van subidos de pie en las rodillas de los adultos, de par en par. Tres personas se sujetan como pueden para no caer por la puerta abierta. El niño de mi izquierda, come mandarina y escupe las pepitas en mi camiseta. Llevo la mochila pequeña en mis pies y la grande encima de mí. Esta última hora de viaje se me hace simplemente increíble. 

Por fin estiro las piernas. Tras un instante disfrutando de la descompresión, me planteo por dónde debo seguir. Tengo la dirección del albergue donde quiero instalarme, también las indicaciones para encontrarlo desde el pueblo, pero nada coincide con lo que ven mis ojos. Pregunto a un chico, que casualmente, es taxista. Después de discutir sobre la lejanía real del albergue y sobre el precio que estoy dispuesta a pagar por que me lleve, acepto ir con él.

Una vez se marcha, recorro un camino de tierra entre la zona selvática, con vacas y gallinas a ambos lados. De repente, doy con una entrada a un hotel y decido entrar a preguntar por el albergue. El jardín está muy bien cuidado, hay una piscina, varios bancos de madera hechos a mano, camas de estilo balinés frente al mar y unas escaleras de bajada al agua. "Ojalá el sitio que ando buscando fuera éste", pienso. Sigo el camino de piedras hasta la recepción, cruzando una zona chill-out con sofás y mesitas bajas. 

-Excuse me! could you tell me where is Backpackers Candidasa?-pregunto a una chica joven uniformada-
-Yes, here. -contesta la chica, con un tono agradable-
-Really? I thought it was Crystal Beach Hotel!-le comento, ya que en las indicaciones ponía que este hotel se encontraba al lado-

Siento una gran alegría, parecida a cuando uno se encuentra dinero en el suelo. "Estoy en el paraíso", me repito por dentro una y otra vez mientras hago el check-in. 

Luego sigo a la chica hasta mi habitación compartida, aunque me comenta que no hay nadie más de momento. Sigo alegrándome por todo, sintiéndome completamente feliz de haber llegado hasta este lugar. La cama es enorme, con un colchón muy gordo en el que espero dormir fenomenal. 

Dejo las mochilas allí y, después de recorrer todas las áreas, pido un plato de comida a la cocinera, que es la madre de la recepcionista. Ella me muestra un menú, yo le digo que me prepare lo que mejor le salga y que lo haga grande porque tengo mucha hambre. La cocinera se queda pensando, sorprendida. Entonces, entra en su cocina y yo me quedo riéndome por dentro, porque me he recordado a mi padre totalmente. Él es el típico que cuando tiene algo muy claro, no duda en pedirlo tal como lo siente, para mejor y más rápido entendimiento entre las partes. A menudo, mi hermana y yo nos reímos de cómo se comunica, porque él parece no darse cuenta de la brusquedad que supone hablar con tanta claridad.

Hablo con un chico canadiense y una chica francesa. Ellos son amigos de la infancia, ambos nacieron en Túnez y fueron juntos a la escuela, hasta que sus vidas se separaron a los diez años. Me intereso mucho por su historia, ya que, en mi opinión, es maravillosa. Los tres conectamos mucho, porque compartimos muchos puntos de vista sobre todos los temas que tocamos. 

De repente llega mi plato, que en realidad la mujer lo ha tenido que poner en dos. Ellos me preguntan qué he pedido, yo respondo que no lo sé, pero los tres pensamos que tiene muy buena pinta. Por lo visto, ellos pidieron algo antes y les pareció muy poca cantidad. Una vez más, me siento muy afortunada. Y ésta se la debo a mi padre. 

Tomo la tarde de descanso, pues tanto cambio de alojamientos y paseos arriba y abajo ya han sido suficientes hasta ahora. Siento que merezco relajarme ante este paraíso, estar en paz conmigo misma y dejar que la actividad fluya en el tiempo. Me echo en una cama balinesa, miro y escucho el mar, dejo la mente en blanco y con el rato, veo un precioso atardecer que deja en el cielo un rastro rosa intenso. 

Descanso frente al mar

Luego, pelo unas frutas que me traje de Lovina y me las como en la habitación, mientras veo en la televisión una serie indonesia sobre un chico y una chica, jóvenes, que tienen una especie de relación, pero no se tocan ni se besan, sólo hablan y se miran. Me pregunto si también deben retransmitir series o películas occidentales, en las que se visualizan actos prohibidos en su religión. 

Poco a poco se me van cerrando los ojos. Ha sido un día muy largo, acostumbrada a empezarlo a las diez de la mañana, hoy he vivido casi cinco horas más. De todas formas, no entiendo lo que dicen y la serie está muy mal hecha; aparecen dos chicos que se pelean y utilizan unos efectos especiales que están totalmente desfasados.

3 comentarios:

  1. me encantas loca!!!! y donde da igual! por cierto me he vuelto a reir con el niño que te escupía pepitas.

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    1. Sabía que me entenderías... ;) sí, tía, qué cerdo! encima le miraba del palo: en serio me las tiras a conciencia?? y se reía y lo hacía otra vez...

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    2. como para no hacerlo, tenia el juego perfecto en un transporte no tan perfecto!

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