miércoles, 21 de enero de 2015

20.es tiempo de reflexiones

He quedado a las nueve de la mañana para ir con Mr.Bram a Sambelia, el pueblo donde quería llevarme a ver unos terrenos. Desayuno con Hur, la cual no deja de mirarme con el semblante triste, diciendo que no quiere que me vaya. Luego, abre un armario y saca un sarung, el atuendo típico que usan tanto hombres como mujeres para ir a rezar, aunque también lo usen a diario para vestirse o para cubrirse cuando tienen frío. Hur pregunta si me gusta, entonces intuyo que va a ser para mí, así que contesto con un sí rotundo. Este es el regalo físico que me llevo de Tete Batu. 

Cuando ya estoy lista para marchar, aparecen por sorpresa todos los niños de la guardería para despedirse de mí. Me dan la mano uno a uno y se la llevan a su frente, algo que hacen habitualmente con sus padres o sus profesores, en señal de respeto. De repente, veo a Hur llorar y le seco las lágrimas, diciéndole que volveremos a vernos, aunque realmente no sepa si es cierto. Digamos que finalmente, todo en conjunto logra emocionarme de verdad.

Tras este momento tan emotivo, subo a la moto y arrancamos, cruzando la aldea y despidiéndome de todos al paso. Por una parte, me siento feliz de haberles podido conocer y haber aportado mi granito de arena, pero por otra me siento triste y cruel por abandonarlos. Supongo que es esta mezcla de sensaciones la que hace que, durante prácticamente todo el camino, Mr.Bram y yo no crucemos ni una palabra. Me limito a disfrutar del paisaje y a flotar en una nube de agradecimiento y pena. 

Paramos a poco más de medio camino, lo cual agradezco, ya que mi espalda comienza a resentirse. Al lado derecho se encuentra la playa y al lado izquierdo, unos árboles que tienen el tronco más grande que he visto jamás. Un grupo de niños se acerca para hablar conmigo y pedirme que les saque fotografías. Mr.Bram me cuenta que son los hijos de los ex presidiarios que realizan tareas sociales en esta zona, antes de conseguir la libertad absoluta. Las familias de estos acuden los domingos para visitarles y pasar todos juntos el día en la playa y en sus instalaciones.

Tronco del tamaño de tres o cuatro motocicletas alineadas

Seguimos la ruta hasta Sambelia y una vez allí, Mr.Bram me lleva directamente a unos bungalows que tiene un conocido suyo. En primer lugar, me muestran una habitación enorme, con dos grandes camas de matrimonio y un baño. El precio es el más elevado que me han pedido nunca por tan solo dormir. Entonces, pido una habitación más pequeña, dado que voy a dormir sola y me ciño a un presupuesto más bajo.

Es entonces cuando la chica, un poco estúpida, me conduce a un bungalow maloliente, muy viejo y sucio. El colchón está tirado en el suelo y el baño se halla  bajando unas escaleras, en una especie de sótano mugriento. La diferencia de precio no es mucha, de modo que le pido a Mr.Bram que me lleve a otro lugar, puesto que no tengo ninguna intención de dormir ahí. 

Siguiendo la carretera de la playa, encontramos una casa familiar que alquila habitaciones. Aquí me ofrecen una habitación limpia y con terraza, además de desayuno incluido, la cual acepto muy a gusto después de negociar un buen precio. Luego, deposito mi equipaje y miro a Mr.Bram, que parece asombrarse por que haya conseguido una habitación normal a un precio correcto. En este preciso instante empiezo a desconfiar de él, ya que siento como si me hubiera querido engañar. 

A mi lado se aloja Giorgos, un hombre griego que trabaja como capitán de barco en la isla de Kos. Su gran afición consiste en la pesca submarina con arpón, es por eso que pasa sus vacaciones de invierno en países del sudeste asiático. Dice que aquí en Sambelia, cada día sale a pescar con el dueño de la casa y luego cocinan los pescados frescos para comer y cenar todos juntos. Giorgos aparenta ser un tipo con las ideas muy claras y seguro de sí mismo. 

No recuerdo cómo, terminamos hablando de la situación laboral, el gobierno, la salud, los bancos y todos aquellos temas que preocupan a la población hoy en día. Entonces, el griego me explica la cruda realidad sobre la economía mundial, la cual desconocía por completo y todavía no soy capaz de transmitir con propiedad. Él ha estudiado mucho, ha trabajado para grandes bancos y ha iniciado unos cuantos negocios propios. Finalmente, se ha dado cuenta de que lo que le habían enseñado no valía para nada, porque toda la teoría estaba manipulada para favorecer el sistema, y con él, a los que dominan el mundo. 

La verdad es que este tipo de charlas me resultan muy interesantes, aunque luego me dejan bastante afectada durante unas horas, ya que me siento insignificante e impotente ante un mundo donde nada podemos controlar, aparte de nuestra mente, que nos hace poder disfrutar de los buenos momentos y superar los malos de la mejor manera posible. Todo lo demás, consiste en una gran trama teatral para el beneficio de los actores. Y eso me duele, porque el significado de libertad y justicia está muy limitado. 

Ahora me doy cuenta de que hay algo que debo superar; porque la injusticia mundial siempre puede conmigo; además de indignada me hace sentir muy triste y plantearme el sentido de mi existencia. Pienso en cómo encontrar un método para canalizar esta frustración y convertirla de manera práctica, en algo constructivo. Giorgos apuesta por una revolución individual, en la que cada uno, con la información en su poder, fomente todo lo que le hace bien y deje de lado aquello en lo que el sistema pretende convertirle. 

Mr.Bram me reclama para ir a ver el primer terreno, cosa que ahora ya ni me apetece. Aun así, me despido de Giorgos y subo a la moto. Al llegar allí, dos amigos de Mr.Bram me enseñan una gran parcela situada en una preciosa playa, a un precio realmente barato. Pero el acceso hacia el terreno y la proximidad de unas torres eléctricas no son de mi agrado, así que les digo claramente que no me interesa en absoluto. 

Durante la comida con Mr.Bram, me asaltan muchas dudas acerca del contrato de compra del terreno, del tiempo que necesito para realizar esta inversión y si algún día llegaría a recuperarla. Él no hace más que convencerme de que todo va a ir bien, cosa que me hace sospechar que tenga algún interés detrás de todo esto. 

Después de comer, nos dirigimos hacia otra parcela, otra vez con sus dos amigos. Cruzamos una pequeña aldea de unos cincuenta habitantes donde trabajan manualmente la producción de azúcar de coco, calentando el agua de este a gran temperatura y removiendo hasta que queda una masa espesa y marrón que luego debe secar. Justo al pasar esta aldea, se encuentra la parcela junto al mar. Las vistas son impresionantes, el lugar es muy bonito y tranquilo y ofrece muchas posibilidades. 

Entonces, todos ellos pasan un rato hablando con el propietario, residente en la aldea. Mientras espero a que Mr.Bram me traduzca la información, paso el tiempo jugando con los niños de la aldea a escondernos. También practico mi indonesio con las mujeres, que se ríen de mi nivel, a pesar de que yo piense que ya me puedo defender bastante bien en conversaciones cotidianas. Luego, abren varios cocos y vierten su agua en vasos para tomarla todos juntos.

Sin venir a cuento, Mr.Bram me pregunta si mañana voy a querer ir a Gili Kondo, la pequeña islita virgen y deshabitada de enfrente, a la cuál se accede en barca. Yo le contesto que probablemente sí, entonces él recomienda que vaya con su amigo, el cual me mira de arriba a abajo, expectante. Cuando le pregunto por el precio, termino por desconfiar totalmente de él, ya que al principio creí que quería ayudarme de manera desinteresada y poco a poco veo cómo me ha traído hasta aquí para el beneficio de sus amigos, e incluso empiezo a pensar que quizá pretenda llevarse alguna comisión a mi costa.

Me siento confundida. El motivo principal por el que vine hasta aquí fue para labrarme un futuro, primero como guía turístico creando alguna ruta atractiva; aunque vistas las dificultades, opté por que lo mejor sería invertir en la compra de un terreno y la construcción de un pequeño alojamiento para los visitantes, dejando lo de la ruta para más adelante. Actualmente, no estoy nada convencida de ello y la idea de quedarme a trabajar aquí, lejos de toda mi familia y mis amigos, sin poder ahorrar para siquiera viajar una vez al año, me aterra.

Más tarde, Mr.Bram me explica todo lo que han hablado, la verdad es que no hay ningún tipo de dificultad tal y como él plantea las cosas. Yo ya no estoy receptiva, algo me dice que no debo hacerle más caso. Cuando está dispuesto a volver a Tete Batu, me pide dinero por las molestias de venir hasta aquí y ayudarme. En este momento, dándole lo que pide, doy por terminada nuestra "amistad".

Hoy es el día de las contradicciones por excelencia. Estoy vacía, frustrada por no haber podido sacar esto adelante. Por otra parte, siento que estoy en el buen camino, orgullosa de no haber decidido dar el paso. A ratos me replanteo el futuro y tengo ganas de encontrar una salida, aunque otros momentos los dedico simplemente a relajar el cuerpo, disfrutar de cada detalle y pensar que lo que tenga que venir, vendrá. Me doy cuenta de que es fácil para mí sentirme como una persona libre, aventurera y positiva al mismo tiempo que siento inconformismo, desilusión y frustración. En ocasiones, creo que estoy fatal, otras simplemente pienso que cada persona es un mundo y todos tenemos nuestras cualidades y debilidades. 

Ya sola, tumbada en mi cama, paso mucho rato soñando despierta, ahora con vivir en Ibiza, la isla de la cual estoy realmente enamorada desde hace mucho tiempo. Sueño con trabajar parte del año allí y viajar el resto del tiempo. Lo concibo como mi plan ideal de vida, junto a Tea, un huerto con gallinas y un hijo. Ahora sólo debo encontrar el tipo de negocio que me conviene arrancar si no quiero volver a caer en la hostelería. Barajo muchas opciones, mi cabeza está hecha un lío y no sé por dónde empezar.

Giorgos vuelve de pescar. Trae unos cuantos peces grandes, cada uno de diferente color y forma. Me invita a cenar con ellos, aunque todavía deben hacer el fuego y asar el pescado. Aunque nunca he sido muy amante de este alimento, pienso que no puedo desperdiciar la ocasión de comer pescado que hace una hora todavía nadaba. Además, Giorgos me convence de que es lo más sano que puedo encontrar en ese lugar, ya que en los warungs sólo hacen que freír con aceite de palma todo lo que se les pone por delante.

Mientras se asa el pescado, Giorgos se convierte en mi coacher personal. Me advierte de que no invierta capital en ningún negocio si no dispongo de mucho dinero y soy todavía inexperta, ya que corro mucho riesgo. Él aconseja que vuelva a España, donde tengo la ventaja de conocer mejor lo que voy a vender y de qué manera hacerlo. Además, dice que la mejor manera que tengo ahora de comenzar, es creando una página web y ofreciendo mis servicios. Todas las palabras que salen por su boca son duras, contundentes, con comentarios bastante ofensivos, pero al fin, reales.

Ahora, me paro a digerir toda la información y creo que el destino me ha puesto delante una voz que me guía, acorde con lo que yo ya sentía. Aprecio totalmente el haberme cruzado con esta persona, aunque a ratos me resulte cargante y me recuerde a los sermones que mi padre me mete de vez en cuando. Al fin y al cabo, debemos aprender a escuchar y a procesar todos los sabios consejos, por mucho que vayan en contra de nuestras ilusiones.

Toda la familia, Giorgos y yo comemos el pescado, verdaderamente exquisito. Lo acompañamos de una ensalada griega que han preparado especialmente para Giorgos y arroz hervido, ya que sin él el resto de la familia no puede concebir una cena. Al final del día logro sentirme en mi lugar, con nuevos proyectos en la cabeza, respaldada y segura. Sigo pensando también en la revolución individual de la que hablaba mi maestro, intentando integrarla en mi subconsciente.

Comparto una última charla en la terraza de Giorgos, antes de irnos a la cama. Le pregunto si mañana puedo ir con ellos a pescar, a lo que contesta que sí muy emocionado por tener a alguien con quien compartir su rutina. En sus ojos puedo ver soledad, lo cual me da tristeza, porque aparentemente tiene una vida estructurada y cómoda, pero se nota que le falta el amor, o al menos la amistad, ya que deseo fervientemente compartir todo lo que es suyo y no pasar ni un momento solo. Finalmente, me voy a la cama; creo que hoy puedo ir con un gran aprendizaje a las espaldas y que merece la pena haber venido hasta aquí.

Al levantarme, desayuno una sopa de fideos, verduras y huevo duro. Seguidamente, voy a dar un largo paseo a la playa, ya que no saldremos a pescar hasta la una del mediodía. Caminar por la orilla mirando al horizonte me abre la mente, me relaja y me hace ver la grandeza de la vida una vez más. Un árbol solitario en medio del agua me hace pensar en Giorgos, entonces me dedico a comparar las cualidades y debilidades de ambos y me doy cuenta de que son almas gemelas.

Giorgos; metafóricamente hablando

Más adelante, muchos niños juegan en la playa y me quedo un rato observándolos porque sus risas y gestos me dan mucha vida. Se acercan paulatinamente para pedirme fotografías, como siempre. Yo acepto encantada, iniciando pequeñas conversaciones que me evaden de los pensamientos acerca de mi futuro. Entonces no imagino mi vida sin un hijo, el instinto maternal me aflora constantemente y me dan ganas de tener ya estabilidad para poder criar uno.

Sigo paseando, siguiendo las huellas de un perro en la arena. Me pregunto hacia dónde habrá ido, puesto que aquí los perros no tienen dueño ni casa, son auténticos viajeros supervivientes, expuestos todo el día al peligro de las carreteras y de las personas que les pegan con palos o piedras al acercarse a su comida o a sus hijos. Esto me hace reflexionar sobre la diferencia del trato que se les da a los perros en España y el que se les da aquí. Y la verdad que al final concluyo con que los animales son un gran problema en todas partes si no son queridos.

Rumbo perruno

De pronto, doy la vuelta porque no llevo reloj, pero me da la impresión de que han pasado ya casi dos horas. Pregunto la hora a un chico que intenta pescar algo con su caña, aunque sólo ha sacado un pequeño pez de unos diez centímetros de longitud. Mientras me contesta, pienso en la paciencia que hay que tener para pescar con caña y lo divertido que, en cambio, puede resultar pescar con arpón. Tengo ganas de que cojamos ya la barca y nos alejemos hacia las pequeñas islas que se ven allí donde termina la visibilidad.

Hace mucho calor, tengo toda la ropa pegada al cuerpo, así que nada más llegar saludo a Giorgos y me voy directa a la ducha. Ya bajo el agua, escucho como una voz grita desde fuera.

-Silvia! We are going to have lunch, come when you are ready, ok?! -es Giorgos, invitándome a la mesa para comer-

-Ok, thank you! I'm ready in five minutes! -le contesto, mientras froto mi cuerpo con la esponja-

Después de un guiso de pescado con verduras y arroz, estamos preparados para salir al mar. Somos cuatro: el dueño de la barca, el dueño de la casa, Giorgos y yo; que estoy muy contenta por tener la posibilidad de ir con ellos a vivir la experiencia real, no la preparada para comercializar turísticamente.

En unos veinte minutos, estamos situados en el medio de dos de las islas, en las cuales predominan los árboles y las aves. Apenas hay arena, sólo veo una pequeña playa en una de ellas. Paramos el motor y echamos el ancla. No hay mucha profundidad, así que veo perfectamente el fondo, con muchas estrellas de mar, todas azules. Espero a que Giorgos se tire al agua y me calzo las aletas para ir tras él. La vida marina aquí es espectacular, primero doy una vuelta para conocer el terreno, aunque luego decido dejarme llevar por la corriente, algo más inteligente para no cansarme, ya que de todos modos, los otros dos hombres nos esperarán en el barco y nos recogerán en cualquier punto donde terminemos.

Intento aguantar tanto como Giorgos en las inmersiones, aunque no soy capaz de estar más de treinta o cuarenta segundos sin respirar. Veo como dispara un par de veces, una fallida y otra con suerte. Entonces, pide que me aleje para no despistar a los peces y yo sigo a mi ritmo, haciendo vídeos de todas las maravillas submarinas que encuentro al paso, sumergiéndome para perseguir a los peces y tocar los diferentes tipos de coral, de algas y de estrellas.

Luego subo un rato a la barca, donde los otros dos hombres están intentando pescar tan sólo lanzando un hilo con un peso, un cebo y un anzuelo. Yo hago lo mismo durante un rato, pensando que quizá tenga la suerte del principiante, aunque no hay manera, pronto me aburro y vuelvo a sumergirme en el agua.

Al final del día, el resultado son seis peces de unos cuarenta centímetros cada uno. También un color rojizo en toda mi piel, ya que olvidé untarme antes de salir. El sol está a punto de esconderse, volvemos surcando las olas, cansados pero alegres. Giorgos se tumba a lo largo de la barca, dice que le duelen bastante las piernas y los pies. No me extraña, ya que ha pasado unas cinco horas dándole a las aletas. Yo aprovecho para sentarme en la proa, contemplando el cielo rosado y cantando canciones que me apetecería que sonaran.

Al llegar a nuestro hogar, cada uno va a ducharse rápidamente y nos reunimos junto al fuego para asar los pescados. Yo me alejo un rato, yendo a comprar algunos snacks para compartir con todos ellos, ya que me siento en deuda por todo lo que me están ofreciendo de manera gratuita. Sé que no es mucho, pero pretendo ofrecerles un pequeño capricho inesperado.

Durante la cena, anuncio que mañana me gustaría ir hacia algún otro lugar para aprovechar el tiempo que me queda aquí. Giorgos trata de convencerme de que en ningún sitio me voy a sentir tan cómoda y que no crea que voy a ver grandes cosas que me van a impactar, además de darme su opinión acerca de las personas que quieren ver muchos lugares cuando viajan; que para él somos personas que huimos de algo en nuestra vida. No lo critico, sólo me limito a escuchar y plantearme que pueda ser cierto, aunque tampoco su manera de viajar me parece atractiva, así que ignoro el comentario.

Termina un día más en Sambelia, con dudas de hacia dónde ir mañana, aunque pienso despejarlas en el mismo momento de partir, ya que así es como me gusta, de manera libre y dejando que todo fluya por sí mismo, sin ataduras ni presiones de ningún tipo. 

sábado, 17 de enero de 2015

19.por ser un poblado excelente

Desayuno con Illay. Pancake de plátano y té, algo que no nos desagrada, pero tampoco es lo mejor que nos han servido en Indonesia. Damos un paseo por el mercado de artesanía de Senggigi, aunque todos los puestos tienen casi lo mismo y pronto nos aburrimos. Luego andamos por la orilla de la playa, tampoco muy atractiva, ya que el agua está muy sucia y arrastra mucha basura hacia fuera. Así que nos sentamos a la sombra de una palmera y pensamos en lo que debemos hacer a continuación. 

Personalmente, barajo varias opciones: el pasar una noche más en Senggigi, dirigirme hacia una pequeña isla casi inhabitada al suroeste o visitar un pueblo tradicional entre la selva y los campos de arroz. Finalmente, Illay y yo vamos a recoger nuestras pertenencias al hotel, nos despedimos y decido ir a probar suerte a la montaña por segunda vez. 

Tomo dos bemos diferentes que me conducen hacia Tete Batu, aunque me dejan a medio camino. Sigo preguntando cómo llegar hasta allí y un hombre con una gran furgoneta dice que él va en esa dirección y que suba a su vehículo. Pregunto cuánto va a cobrarme por ello y después de regatear, subo decididamente. Primero quiere parar a comer, así que aprovecho para comer yo también, ya que el warung que ha elegido tiene buena pinta. 

Tras comer con el conductor, hablar con las cocineras y jugar con una niña a hacer figuras de plastilina, me siento en el asiento delantero de la furgoneta y no dejo de prestar atención a todo lo que dice o hace el conductor, que me parece un completo loco. Cada vez que ve a una persona en el arcén frena en seco y baja para convencerlo de que tiene que subir a su furgoneta, que él le llevará donde quiera. La gente pone caras de desagrado, pero tras una serie de explicaciones a viva voz y en medio de la calle, se sienten forzados y terminan haciéndole caso. En una ocasión, dando un giro en una calle embiste a una pareja que va en moto. Yo estoy entre sorprendida y asustada, no doy crédito a que el conductor esté actuando de este modo. 

Llegamos a un punto donde el hombre me hace bajar y pide a un chico que va en moto que me lleve a Tete Batu. Sinceramente no entiendo nada, pero confío en que hoy llegaré a mi destino sea como sea. Me subo a la moto y paso todo el largo camino con un gran dolor de cervicales y riñones, debido al peso de las dos mochilas y el equilibrio que debo ejercer para no caerme. El chico practica una conducción segura pero muy irritante. Cada vez que percibe algún posible peligro pita y frena, lo cual me hace gracia al principio, pero en cuanto lo empieza a hacer sin parar resulta muy molesto.

En un cruce hacia Tete Batu norte o sur, el chico para frente a un warung, supongo que para preguntarme hacia donde tirar. No me da ni tiempo a pensar que ya tengo a cuatro hombres alrededor ofreciendo alojamiento u otros servicios. Les escucho, pues no tengo ni idea de dónde estoy ni de dónde puedo dormir, además de que necesito un poco de sosiego en este duro trayecto. Entonces, uno de los hombres, que se presenta como Mr.Bram, me convence de que debo ir a dormir a su casa si realmente quiero empaparme de la cultura y la tradición de su aldea.

Afortunadamente, me despido del chico que me trajo hasta aquí y paso un rato con Mr.Bram y sus amigos; entre ellos, un holandés que se aloja en casa de Mr.Bram desde hace tres meses y está haciendo un estudio sobre la población. Mr.Bas, que así se hace llamar, es un chico de veintiséis años que estudia sociología y actualmente elabora su tesis final desde Tete Batu. Aquí, dice encontrarse en el mejor lugar para el estudio de un auténtico pueblo sasak, o lo que es lo mismo, originario de Lombok. Todo apunta a que debo quedarme a probar, ya que tampoco tengo ninguna otra referencia.

Monto en una moto y, tras un camino de piedras y barro, me encuentro en casa de Mr.Bram con su mujer Hur y su hijo Parisan, de seis años. Hur está embarazada de cinco meses, desde el primer momento me provoca ternura sólo con mirarla. Aun en estado, la pobre chica no hace más que acondicionar la casa, preparar té y café para nosotros y cocinar. Hur también prepara mi cama en un gran colchón en el suelo, en una habitación que apenas cabe nada más. Hoy empiezo realmente a vivir la tradición musulmana desde dentro, lo peor es que no me dejan ayudarle en nada y tengo que habituarme a que ella lo haga todo mientras nosotros seguimos de ocio.

Pasado un rato, Mr.Bram y sus amigos me enseñan la pequeña cascada que está a cinco minutos andando desde la casa. Un grupo de niños desnudos se divierte bañándose y echándose agua uno a otro. Al verme, se avergüenzan e inmediatamente corren para ponerse sus calzoncillos o pantalones. Me dan ganas de bañarme, aunque me hago a la idea de hacerlo en otro momento, ya que hoy tengo mucho calor pero no dispongo de bañador ni toalla.

Tomamos un té en el único warung de la aldea. Muchos locales se acercan para hablar conmigo. Este ambiente me recuerda a Molinos, un pequeño pueblo de Teruel donde mi tío tiene una casa y algunas veces he ido a pasar unos días. La gente sale a la calle a hablar con su propia silla, unas cartas para jugar o algo para comer o beber. Aquí es similar, ya que todos se juntan para pasar una velada en compañía, echan partidas de dominó y traen plátanos, cacahuetes y dulces para compartir.

Volvemos a casa de Mr.Bram para cenar. Hur ha preparado unas verduras salteadas, soja y pollo frito y arroz hervido. Mezclo un poco de cada en un plato y me dispongo a comer. Pero Hur quiere que me sirva más arroz. Insisto en que no me sienta bien comer tanto arroz cada día, aunque me cuesta hablar con ella porque no entiende casi nada de inglés ni yo de indonesio. Así que finalmente, cedo en la batalla por no hacerle un feo y termino comiendo todo el arroz que ella desea que coma.

En mi primera noche en Tete Batu, Mr.Bram y yo mantenemos una larga charla en el salón acerca de los planes de negocio que andan por nuestras respectivas mentes. Él me cuenta cómo está creciendo el turismo día tras día en Lombok y específicamente, en su aldea. Quiere aprovechar para lanzar varios proyectos que realcen este destino; uno es el acondicionamiento de la cascada y el cobro de una entrada para acceder a ella, otro es la señalización de una pequeña ruta por el Monkey Forest y los bancales de arroz cercanos a su casa, y el último consta de la construcción de más habitaciones para alojar a los visitantes y su consiguiente difusión en Internet.

Por mi parte, le cuento que voy en busca de un lugar en la costa donde me sienta cómoda para establecer un pequeño negocio. Mr.Bram se emociona porque parece tener la idea perfecta para mí. Me habla sobre la costa este de Lombok, donde las playas todavía son vírgenes y casi no disponen de alojamientos turísticos. Justamente, él conoce a mucha gente en un pueblecito tranquilo con muchas posibilidades, ya que se halla cerca de unas pequeñas islas solitarias y paradisíacas a las cuales se puede acceder en barca para hacer snorkle, buceo, pesca o simplemente para descansar. Además, también se encuentra a pocos kilómetros del puerto que conecta Lombok con las siguientes islas del este, así que todo en conjunto suena fenomenal en mis oídos.

De repente, Mr.Bram y yo nos sentimos muy felices por habernos conocido y prometemos ayudarnos a tirar de nuestros proyectos adelante. Soñamos en cómo sería compartir clientes creando una ruta perfecta entre la montaña y la playa. Él está aprendiendo a manejar Internet recientemente, ya que hasta el momento no tenían acceso en toda la aldea. Para empezar, le enseño algunas páginas web para poder anunciar su alojamiento y terminamos el día con la cabeza llena de propuestas para ambos.

Mis días en Tete Batu transcurren muy lentamente, aprovechando cualquier ocasión para conocer la vida en la aldea. Algunas veces me voy sola a pasear entre campos de arroz, cocoteros, huertos donde se siembran o se recogen hortalizas y verduras, lagos, ríos, gente yendo a buscar hierba para sus vacas y monos negros con una larga cola saltando de árbol en árbol. Este es el paisaje que se me ofrece a diario para explorar con tranquilidad. Pronto casi toda la aldea me conoce y me resulta muy fácil dejarme llevar en cualquier momento por cualquier persona.

Un día voy con Mr.Jaya a la escuela que entre varios voluntarios han levantado y dan clase de una manera bastante deplorable, aunque para la aldea esto representa mucho más que nada. La construcción está inacabada, toda de cemento, sin luz, sin puertas ni ventanas. En todas las aulas sólo hay una pizarra, una mesa y una silla para el profesor y unas cuantas esterillas en el suelo para los alumnos. Los niños se muestran muy felices al verme aparecer y al darles clase de inglés de manera improvisada. Pero la diferencia de edad entre alumnos y la falta de un buen sistema de aprendizaje provoca que tengan un nivel muy bajo.

Posando para la foto en el patio del colegio

Mr.Jaya me invita a su casa para conocer a su familia y mostrarme los pájaros que tiene enjaulados como hobbie y la plantación orgánica de champiñones que produce en una habitación. Ambas cosas me sorprenden, ya que todavía no había visto a nadie que se dedicara a esto en Indonesia. Luego, me invitan a comer una sopa de champiñones con arroz y varios snacks fritos de acompañamiento. Un gato ronda alrededor de todos los platos, intentando comer de ellos. Afortunadamente, esta es una de las cosas que ya no me quita el hambre.

Otro día voy a dar un paseo con Mr.Bram y su amigo Hir. Juntos caminamos entre los estrechos senderos de los bancales de arroz y ellos me van explicando todo lo que va surgiendo al paso; desde los diferentes frutos que los árboles ofrecen hasta los procesos de trabajo que comportan cada uno de los alimentos que después comemos.

Más tarde, paramos en un campo de arroz y Hir se mete hasta las rodillas, dentro del barro. No pregunto qué es lo que pretende, ya que espero descubrirlo por mí misma. Hir comienza a escarbar con sus manos profundamente, retirando grandes cantidades de barro hacia un lado. De repente, Hir extrae de la tierra una especie de culebra de unos veinte centímetros de longitud y se la pasa a Mr.Bram para que la aporree contra una piedra y la pinche en un palo, agujereando su cabeza. Dicen que el lindung es un alimento muy preciado por su alto contenido en proteínas y su rico sabor, pero no me dan ningunas ganas de probarlo. Después de una hora aproximadamente, Hir ya ha encontrado una docena de lindungs, entonces volvemos a casa para que las mujeres los cocinen primero en las brasas y una vez bien muertos, fritos con ajos y acompañados de arroz.

Pincho de lindungs

En otra ocasión, Mr.Bram me lleva a un jardín con unas vistas maravillosas a una cascada. En seguida bajo unas escaleras que me llevan hasta el agua y paso un buen rato sola, nutriéndome de la energía que este paraje desprende. Luego vuelvo hacia arriba, esquivando pequeñas ranas a mi paso, que ni se inmutan al ver mi pie aterrizar cerca suyo. En el jardín, un amigo de Mr.Bram está construyendo bungalows para turistas y dispone de unas cuantas mesas y sillas para servir bebidas al atardecer. Pasamos allí toda la tarde prácticamente; tomando té, hablando y riendo hasta que el sol desaparece por detrás de la montaña.

Después de este magnífico espectáculo, me quedo con las ganas de visitar una cascada aún más alta si la hay, así que pregunto a Mr.Bram dónde podría encontrarla y cómo llegar hasta allí.

Al día siguiente, viajo con Mr.Bram cruzando campos y más campos de arroz, pequeñas aldeas, grandes mezquitas y carreteras en muy mal estado. Aparcamos al lado de unas plantaciones de café, las cuales debemos cruzar para llegar a un lugar recóndito donde se encuentra una de las cascadas más altas de Lombok. Seguimos un camino hasta llegar a la gran piscina natural que hay bajo el salto de agua. Al fin llega el gran momento de refrescarme y dejar que la fuerza del agua arrastre mi cuerpo con la corriente. Mientras tanto, Mr.Bram se dedica a retratar mi felicidad a través de una serie fotográfica en la que la cascada y yo somos las únicas protagonistas.

Cascada al noreste de Tete Batu

El fino colchón en el suelo que representa mi descanso, resulta más bien ser mi cansancio. Al comentarlo en casa, Hur me manda con su anciana tía, la cual toman por buena masajista y conocedora del cuerpo humano. Y no lo dudo, aunque el rato que paso allí se me hace bastante incómodo. Mientras espero a que la mujer termine sus oraciones, observo que la casa está muy sucia y veo insectos por todas partes. Luego, mi mirada queda fija por unos segundos en los dientes de la anciana; que además de pocos y mal colocados, son de color marrón rojizo, lo cual da un aspecto horrible a su cara.

El masaje procede tumbada en una esterilla en el suelo de cemento, durísimo. Lo último que consigo es relajarme, ya que la anciana no deja de resoplar por la fuerza que emplea con sus manos, e incluso llega a escupirme en la piel para luego extenderme su baba frotándola en círculos. Así que lo único que puedo hacer ahora es concentrarme en el momento de marchar de allí y lavarme. De todos modos, ya se sabe que a veces, estar abierto a vivir nuevas experiencias es contradictorio.

Llega el día de la celebración del aniversario del profeta. A las cinco de la mañana, casi toda la aldea está en la mezquita para rezar. Más tarde, pasamos varias horas reunidos junto al warung, donde se cocinan diferentes platos para compartir entre toda la población. A la llegada de una nueva familia, se les cede un espacio para sentarse y una bandeja repleta de comida. También se escucha música y se juega con los niños, que corren exaltados de arriba a abajo.

Comida para celebrar el nacimiento del profeta
A medida que pasan los días tengo deseos de quedarme en Tete Batu, ya que me ofrecen alojamiento para realizar un voluntariado en la escuela, siento que encajo en todas partes y que en la calle, la gente ya me llama por mi nombre. Parisan y su prima Jenita me entretienen todas las horas que paso en casa, incansables; jugando a que les persiga, les haga volar cogiéndolos por los brazos o simplemente tratemos de hacer una torre con piedras. También paso tiempo en el huerto de Mr.Bram recolectando tomates, chillis o pepinos. Aprendo mucho más indonesio que en todo el tiempo que he pasado en grandes ciudades o en lugares más turísticos. 

Una tarde, Mr.Bram me lleva a un poblado cercano a bastante más altura, desde donde hay bonitas vistas del volcán Rinjani. Allí pasamos hablando mucho rato sobre nuestras vidas, él se sincera conmigo acerca de su pasado y sus intenciones de futuro. Yo le comento que debo empezar a pensar en cambiar de lugar para seguir descubriendo, además de sentir que ya necesito el contacto con el mar. Por otra parte, me gustaría poder hacerme ya a la idea de la viabilidad de iniciar un proyecto de futuro aquí. Mr.Bram propone llevarme mañana hacia la costa este y enseñarme algunos terrenos que hay a la venta en frente del mar, la cual cosa me parece perfecta. 

Me despido el último día de toda la gente que veo por la calle. Todos piden que no me vaya o que vuelva pronto aunque sólo sea para visitarlos. La hermana de Mr.Bram me invita a ir a la guardería para ver cómo funciona todo allí. Yo voy encantada y los niños me cogen cariño en tan solo unas horas, dándome besos y abrazos. Les hago repetir el abecedario o los números en inglés, lo cual parecen aprender con facilidad. Al finalizar la clase, me enseñan cómo terminan cada día, con una canción y un baile para despedirse.

La profesora me deja su dirección para que pueda mandarle material escolar, el líder de la aldea me pide un donativo para un concurso de pintura que quieren promover para los niños, Hur solamente quiere que le de un forro polar que le gustó. Es un placer poder hacer feliz a alguien con tan poco, entonces empiezo a imaginar todo lo que podría recolectar y mandarles desde España; y lo agradecidos que todos estarían.

Yo sólo pido una cosa a Mr.Bram; y es que intente mantener el espíritu de esta aldea sin corromper, porque por mucha riqueza económica que esté por venir, nunca va a poder suplir la riqueza personal de la que hoy en día disfrutan.

lunes, 12 de enero de 2015

18.roturas y maldiciones


El ferry hacia Bangsal, el puerto del norte de Lombok, sale a las ocho de la mañana. Esperando a su salida, en Gili Meno, me dirijo hacia una pequeña tienda a comprar algo para desayunar y a mirar si venden mochilas, ya que la cremallera de la que me regaló mi madre ha dejado de funcionar por completo. Allí, una pareja mayor de españoles está tomando café y, al oírlos hablar, me uno a ellos. Son madrileños, viven en Mallorca y viajan por todo el mundo; están retirados y su hijo trabaja como instructor de buceo en diferentes puntos del trópico. Hablo con la mujer casi todo el rato; el hombre no está muy receptivo y me cuestiono si habré llegado en mal momento, porque tienen la pinta de estar enfadados entre ellos.

Una vez en Bangsal y sin poner ni un pie en tierra, un hombre parece reconocerme y me indica que debo ir con él para hacer el trekking a Rinjani. Me despido del matrimonio, que me desea mucha suerte, y salto de la barca para seguir al hombre. Éste me hace montar rápidamente en su moto y me dirige hacia la oficina, donde ya está esperando todo el grupo de personas que haremos la actividad.

-Excuse me… I need a new bag, please!-le digo al hombre, mostrándole la cremallera de la mía y sintiéndome un poco culpable por hacer esperar más al resto-

-Ok, no problem. We can sell you one.-contesta él, dándome una alegría por dar solución a mi problema-

En seguida, el hombre que me recogió llama a otro hombre, que coge su moto instantáneamente para ir en busca de una nueva mochila. Me trae dos modelos, uno más barato y otro más caro. Elijo el caro, ya que parece de mayor calidad. Es una mochila negra con cuatro compartimentos, un poco fea, pero creo que hará su uso.

Subo al asiento delantero de una gran furgoneta en la cual ya está todo el grupo montado. Illay, una chica australiana, me acompaña en la parte de delante, junto al conductor. Conectamos perfectamente y hablamos durante todo el trayecto hacia Senaru, desde donde empezaremos el trekking. El resto del grupo va completamente callado todo el rato, da la sensación de que todos y cada uno de ellos está prestando absoluta atención a nuestra conversación.

Una vez llegados al lugar en cuestión, nos piden que una persona que vaya sola cambie a otro grupo, para equilibrarlos. Illay y yo nos miramos, cómplices, esperando a que otro sea el que se vaya para no separarnos.

Este pequeño detalle me hace retroceder en el tiempo y sentir lo mismo que cuando hacíamos los grupos para jugar a fútbol durante la hora del patio en el colegio. Si uno de los que elegía equipo era tu amigo, mantenías unas miradas desde el principio que te aseguraban que ibas a estar con él. Y sin darnos ni cuenta, aquél gesto era quizá de los más bonitos que teníamos con nuestros amigos en aquella época.

Finalmente, un chico se ofrece para irse y empiezan las explicaciones sobre la actividad, que nos dejan sin palabras. Probablemente sea porque ninguno de los que estamos allí sabíamos ciertamente a lo que nos exponíamos. El señor Arhima nos informa de que la primera etapa consta de una subida de diez horas hacia el campamento base, con una parada de media hora para comer. Añade que nos encontramos a seiscientos metros sobre el nivel del mar y que debemos subir dos mil más hasta llegar al campamento. Una vez allí, por supuesto no habrá posibilidad de ducharnos y hará mucho frío, por lo que debemos cargar durante todo el camino con mucha ropa de abrigo.

Una vez terminadas las explicaciones, el señor Arhima nos da ánimos y todos seguimos a Joe, el guía, para empezar la marcha.

Voy al lado de Illay, comentando que quizá el trekking sea un poco exagerado para personas que no estén muy en forma, como nosotras. Pronto se une otra chica a la conversación, ya que somos las tres únicas mujeres y vamos las últimas. Nos reímos de lo duro que debe ser ser hombre en estas ocasiones, ya que se ven con la obligación de demostrar que pueden ir tan rápido como el resto aunque se estén ahogando. Joe va esperándonos y vigilándonos un poco más adelante, diciéndonos desde el principio que esto no es ninguna competición y que vayamos a nuestro ritmo, disfrutando del camino.

Unos minutos más tarde, la pendiente empieza a ser más y más pronunciada cada vez, así que poco a poco dejamos de hablar y empezamos a hiperventilar. Yo aprovecho también para tomar algunas fotografías del peculiar camino que seguimos, lleno de raíces de árbol. Agudizo mis cinco sentidos para conectar totalmente con la naturaleza y empaparme de todo lo que sucede en ella. En particular, una especie de ciempiés amarillo y negro capta mi atención cada vez que cruzo con uno de ellos. 

Escaleras de raíz

Quizá al cabo de una o dos horas, llega un momento en el cual tengo que dejar de pensar en cualquier otra cosa que no sea mover las piernas. Es tanto el esfuerzo que deben hacer mis músculos para seguir subiendo la pendiente, que tengo que concentrar mi mente en ello exclusivamente. Cada vez que debo subir un escalón, paro un momento a tomar aire profundamente, me hago a la idea de subir una pierna y apoyo todo mi peso en ella con mis manos, impulsándome con la otra pierna mientras expulso el aire de un soplido.

Cuando encuentro un pequeño tramo liso en el que recupero el aliento, aviso a las otras dos chicas del pésimo estado físico en el que me encuentro, a lo que ellas responden que sienten lo mismo que yo. Empiezo a bromear sobre la situación por tal de crear un buen ambiente y seguir el camino con energía positiva, aunque realmente me encuentre cada vez con menos capacidad para respirar o para seguir moviendo las piernas.

Ahora vuelvo a retroceder al patio, esta vez haciendo educación física en el instituto, para recordar la sensación de exhaustividad que allí, por primera vez, tuve realizando la prueba de La Course Navette. La diferencia entre aquello y esto es que en el instituto podía ver el final del sufrimiento en cuanto llegaba al nivel donde me aprobaban con un suficiente, pero aquí no alcanzo a ver el fin.

Cuando ya estoy imaginando que estoy enferma de los pulmones y que me va a dar algo en breve porque el corazón me late a mil por hora, Joe se gira y nos informa de que quedan tan sólo quince minutos para llegar al sitio donde comeremos y descansaremos un rato. Doy mil gracias mirando al cielo y mi cerebro ya únicamente da órdenes a mis músculos de seguir, seguir y seguir hacia delante.

Los porters se han encargado de subir todo lo necesario para poder prepararnos la comida en medio de la selva. Mientras cocinan, Illay y yo yacemos mirando al cielo, sin pronunciar ninguna palabra. Algunos monos se acercan para que les demos comida, aunque respondemos asustándolos para que se vayan de nuestro lado y nos dejen descansar en paz. Tengo toda la ropa mojada del sudor, así que me pongo un jersey encima para no resfriarme mientras descansamos.

Fruto salvaje, comida para los monos
El agotamiento no me deja pensar en nada más que en lo agradecida que estoy por haber hecho esta parada. Pronto comemos una sopa de fideos, huevo y verduras y unos trozos de piña. Sinceramente, puedo sentir como cada cucharada me recompone tanto física como psíquicamente.

Seguimos la marcha, ahora con las pilas cargadas, mucho mejor. La chica que iba antes con Illay y conmigo se va con su novio y el resto de los chicos, más adelante. En su lugar tenemos a Lina, una chica alemana que sufre diarrea y está agotada por la deshidratación. Según nos cuenta, anteriormente todo su grupo la dejó atrás, incluso el guía; así que ahora prefiere seguir con nosotras y con Joe.

Por el camino, debatimos sobre muchos temas como la contaminación, las diferentes creencias religiosas y paranormales o la homosexualidad. Illay y yo defendemos el feminismo absoluto en el mundo para su correcto funcionamiento, con igualdad y justicia. Nos atrevemos a decir que no confiamos en el hombre y que puede ser por eso que nos gusten las mujeres. Es en ese mismo momento en el que nos enteramos de nuestros gustos, pero no por ello se ve afectada nuestra relación, cosa que aprecio mucho por su parte.

Comienza a llover, primero fino y luego más fuerte. En algunos puntos el bosque se ve blanco, cubierto de niebla espesa que se mueve ligeramente, como un fantasma. Saco el chubasquero de la mochila, al tiempo que oigo como se descose un asa y me quedo con un solo punto por donde colgarla a mi cuerpo. Durante un rato, voy maldiciendo al fabricante y también al tipo que me la ha vendido. Pronto se me pasa, ya que es más importante centrarme en dónde pongo los pies para no resbalar.

Llegamos a un cobertizo donde nos refugiamos del gran diluvio, además de descansar y comer unas galletas y unos cacahuetes. Intento sacarle el lado positivo a esta experiencia, sintiendo lo bonito que es compartir la desgracia y hacer de ella algo cómico. También me alegro por haber superado el terrible momento de antes de comer y encontrarme en mejores condiciones ahora mismo.

Al seguir con el último tramo, las condiciones climáticas se tornan tan drásticas que es imposible ver más allá de los propios pies de uno. La lluvia no deja abrir los ojos y la niebla lo cubre absolutamente todo. El viento frío sopla fuerte contra nuestra ropa mojada y el terreno rocoso y empinado no ayuda a avanzar con facilidad. Se nos oye gritar de vez en cuando, en la lejanía, supongo que de furia e impotencia.

Llego a un punto donde encuentro a Joe esperando y me propone avanzar sin el resto, ya que el campamento queda muy cerca y los compañeros que están por venir ya llevan otro guía para indicarles. Así que camino el último trozo felizmente, imaginando el momento de tumbarme dentro de la tienda de campaña, con ropa seca y dentro del saco, calentita. Justamente se empieza a hacer de noche ahora, otra cosa por la cual puedo alegrarme enormemente, porque no quisiera vivir lo mismo otra vez añadiéndole el factor oscuridad.

El campamento está casi listo, con todo el grupo prácticamente instalado. Con las últimas fuerzas que me quedan, exploro un poco la zona mientras hago tiempo para que llegue Illay y nos acomodemos en una de las tiendas. La verdad es que no se puede apreciar nada, sólo puedo leer unos paneles informativos sobre las vistas, las cuales espero ver mañana.

Nos adjudican una tienda de campaña con la tela y la cremallera rota. Automáticamente, Illay entra en cólera con Joe, exigiendo una solución inmediata a este problema, ya que el frío y la lluvia pueden traspasar fácilmente durante la noche. Joe hace lo que puede quitándose su chubasquero, echándolo por encima de los agujeros y atándolo por los extremos al suelo. El pobre va en manga corta y en chanclas, está tiritando y supongo que deseando hacer fuego para calentarse, ya que los guías y los porters no disponen de tienda ni de sacos para dormir, sólo de una gran malla impermeable donde resguardarse de la lluvia.

En cuanto terminan los apaños, nos quitamos la ropa mojada, entramos en la tienda y nos metemos dentro del saco, bastante mojado por algunas partes. No podemos creer todo lo que está sucediendo, no dejamos de expresar lo mal que lo hemos pasado, lo agotadas que estamos y lo increíble que nos parece el duro trabajo que hacen estos chicos a diario. Ellos cargan con el agua, la comida, la vajilla, las tiendas, los sacos, las esterillas y aun así parecen no estar cansados.

De repente nos vemos sumidas en una situación mental extrema, donde la pena que nos damos nos hace reír y por cualquier cosa nos meamos, incluso literalmente. Entre las dos, lo llegamos a definir como histeria. El viento sacude la tienda fuertemente, el resplandor de los relámpagos invade nuestro espacio, los perros aúllan o se pelean entre sí a nuestro alrededor, el saco no se sabe si nos da calor o más frío, un chico de la tienda de al lado ronca y otro nos manda callar, cada vez que queremos salir a mear es una absoluta odisea que intentamos evitar y aun así no deja de producirse; toda la situación es en sí cómica, aunque verdaderamente molesta.

Cuando nos calmamos un poco, hablamos sobre nuestro pasado. Illay me cuenta una larga historia acerca de su familia, ya que su abuela es judía y escapó de la Alemania nazi hacia Australia. Allí conoció a su abuelo y tuvieron a su padre, el cual ya con su mujer e hijas, quiso ir a vivir a Israel. Por lo que me cuenta, Israel e Indonesia no guardan muy buena relación, es por eso que ella se presenta como australiana aquí. También me explica que hace unos años, ella quiso conocer Alemania y se quedó allí, con lo que a día de hoy trabaja como compositora y violonchelista en Berlín.

Aprovecho para comentarle que mi expareja, Sabrina, se encuentra en Berlín estudiando y trabajando a través de un programa de formación y empleo en cooperación con España. Y llega el momento de contarle toda mi vida a Illay, acerca de mi familia, mis amigos, mis parejas, los lugares en los que he trabajado y en los que he vivido.

Sin pedirlo ni esperarlo, Joe nos trae un té a cada una, lo cual nos hace sentir especiales dentro de la desgracia. Por lo menos terminamos el día viendo el lado positivo de esta aventura, ya que concebimos el habernos conocido como una gran recompensa.

Paso una noche horrible, creo que la peor de mi vida. Hace mucho frío, un perro me empuja desde fuera para estar junto a mí y que le de calor humano. Illay me empuja por su lado para que le deje más espacio. El suelo es muy duro, las piedras se me clavan por todo el cuerpo y apenas siento los brazos y las piernas, que se duermen a cada rato. Necesito una almohada por lo menos para apoyar la cabeza, pero todo lo que tengo para hacer bulto está mojado. Espero a que pasen las horas con desesperación, echando pequeñas cabezadas entretanto.

Por fin se empieza a hacer de día. Oigo llover, espero impaciente a que cese para poder salir a mear tranquila. Pronto comienzo a oír voces e imagino el final de esta pesadilla al levantarme, estirar las articulaciones y contemplar el maravilloso paisaje que me espera para la ruta de hoy.

-Pero qué ilusa!-digo exclamándome, totalmente decepcionada al ponerme de pie fuera de la tienda y ver el panorama-

El haber pronunciado estas palabras en voz alta me hace recordar a mi amiga la de la iguana, que durante una época de nuestra adolescencia, no dejaba de utilizar esta expresión.

El cielo sigue completamente cubierto, la niebla persiste y el frío es apabullante. El cuerpo me pesa más que nunca, me cuesta desplazarme e incluso agacharme para mear. Veo al perro que me ha estado incordiando toda la noche, temblando de frío, todavía acurrucado por la parte de fuera encima del trozo donde supuestamente iba a dormir yo. Se me encoge el corazón al verle y automáticamente le digo, mirándole: “¿pero qué haces aquí, cariño? Con lo a gusto que vivirías abajo en la playa!”.

Vuelvo a entrar en la tienda e Illay se despierta para decirme que no le he dejado dormir en toda la noche, lo cual no me sienta nada bien ya que me siento extremamente puteada, por definirlo de un modo claro y conciso.

Después de aclarar el tema entre las dos, Joe nos trae el desayuno a la tienda y lo compartimos mientras imaginamos el asco de día que nos espera hoy también. Vuelven los ataques de risa al sentirnos nuevamente desbordadas, cosa que apreciamos para empezar el día con algo de alegría.

Pronto, se comunica a todo el grupo que las condiciones meteorológicas no son nada favorables para continuar con el plan establecido, así que deberemos bajar otra vez por el camino que vinimos sin poder ver ni el volcán, ni el lago, ni nada de nada.

Ahora la que monta en cólera soy yo, puesto que no puedo creer que haya pagado ochenta euros para vivir el peor día de mi vida y encima perderme lo único bueno de la actividad. Nadie más se queja, ya que todos están deseando terminar con todo esto cuanto antes. Yo enfurezco ante Joe, avisándole de que en cuanto baje pienso estar reclamando en la oficina hasta que me devuelvan el dinero de esta estafa de trekking.

Por si fuera poco, las agujetas en todos los músculos de las piernas hacen que la bajada sea aún más terrible que la subida. Illay resbala todo el tiempo en el barro, así que decide ir tan lenta que nos quedamos otra vez atrás de todo, con Joe.

El asa que todavía quedaba para sujetar mi mochila se desprende también, ahora tengo que apañármelas para atar las dos asas sueltas entre sí y llevar la mochila como si fuera un bolso. Además, el pantalón que traía de recambio me va tan grande que tengo que atarme el pañuelo de Illay a la cintura para que no se me caiga. Una vez todo remendado, sigo la marcha con un enfado creciente.

De repente recuerdo que hoy es el cumpleaños de mi madre, así que por lo menos me alegro de poder regresar a la civilización y encontrar un lugar con Internet para poder hacer una video-llamada y felicitarla. Al decírselo a Illay, ella me cuenta que hoy también es el cumpleaños de una de sus mejores amigas; entonces ella también lo aprecia.

Hacemos varias y largas paradas para beber, comer, tumbarnos o simplemente charlar un rato. De este modo, se hace más ameno aunque tardemos más. A medida que pasa la mañana, nos vamos encontrando con gente que sube hacia el campamento. Yo estoy tan quemada que no dejo de quejarme sobre nuestra maldita experiencia, deseándoles que no les ocurra lo mismo.

Joe no deja de babear con todas las chicas que se nos cruzan. Está preocupado porque tiene veintiséis años y nunca ha tenido ninguna relación sexual. Nos explica que un amigo suyo le recomendó practicar sexo con extranjeras y no con indonesias, alegando que las extranjeras aguantaban mucho más y tenían más carne que agarrar. Illay y yo estamos alucinadas con él, ya que parecía muy serio y de repente va y confiesa todo esto.

A partir de este momento, el tema de conversación para Joe es el sexo exclusivamente. No deja de hacernos todo tipo de preguntas, describirnos sus imaginaciones e incluso proponernos si le podemos hacer el favor de ser su primera experiencia. Ahora sí que alucinamos con la situación, utilizándola al menos para reírnos un rato.

El último trozo se hace muy pesado, las piernas ya no dan para más y sólo pensamos en ducharnos y acostarnos. Más tarde hacemos una reflexión sobre los límites humanos, de donde extraemos que sólo la muerte puede pararnos por completo. También hablamos sobre cómo, paradójicamente, somos tan susceptibles a cualquier daño o enfermedad y el poco control real que tenemos sobre nuestras vidas.

Pasadas unas horas, estamos a punto de llegar a la oficina desde donde ayer partimos. Illay y yo preparamos el discurso para quejarnos ante el señor Arhima, dueño de esta compañía de trekking. Joe teme que éste tome represalias contra él por ser el responsable de nuestro grupo. También nos avisa de que seguramente no consigamos ningún tipo de compensación por su parte, ya que varias veces ha reclamado otra gente y nunca se les ha devuelto nada.

Una vez llegamos a la oficina, el chófer está esperándonos para trasladarnos hacia donde tengamos pensado ir, ya que el transfer de ida y vuelta estaba incluido en el precio del pack.

-We would like to talk to Mr. Arhima, please.-pido al empleado que me devuelve la mochila de viaje que dejé aquí guardada-

-He’s not here.-me contesta el empleado, sin intención de ayudarme a encontrarle-

-Do you have his phone number? Can you call him, please?-le replico, mostrándome totalmente seria y mosqueada-

El chico le llama y en menos de dos minutos aparece el señor Arhima subido a una gran moto con una chupa de cuero. En cuanto apaga el motor y  me dirige la mirada, empiezo a contarle cuál era el plan que ayer nos propuso antes de salir y cuál ha terminado siendo en realidad. Él me mira, sonríe y dice que no es su problema.

Illay salta al ataque desde el maletero abierto del coche, donde está sentada. Defiende que deberíamos haber sido avisadas de que posiblemente no se podría acceder al volcán, ya que de este modo no hubiéramos iniciado el trekking. El tipo se enciende un cigarro y nos acusa de peseteras, diciendo que ninguno de nuestros compañeros se ha quejado de nada excepto nosotras.

Tras una larga discusión y varias acusaciones por ambas partes, el hombre se vuelve agresivo, sacando nuestras maletas del coche y diciendo que nos vayamos a pie, intentando cerrar el maletero con las piernas de Illay entre medio y gritando a voces en indonesio, totalmente ido de sí.

Visto que no hay nada que hacer, metemos nuestras cosas en el coche, montamos en él y le decimos al chófer hacia dónde queremos ir, maldiciendo al señor Arhima a través de la ventana y haciendo fotos del lugar con la promesa de difundir toda la historia por Internet. El chófer trabaja para el señor Arhima, pero a juzgar por la cara que pone, no parece que defienda su modo de reaccionar.

La lluvia es intensa y constante. Illay quiere ir a Bangsal para tomar el ferry hacia Gili Meno, yo quiero ir a Senggigi para pasar una noche tranquila allí y poder decidir cuál es mi siguiente destino con calma, desde un buen punto de conexión con el resto de la isla. Informo a Illay de los lugares que debe visitar en Gili Meno y dónde puede alojarse y comer por poco dinero. Está muy contenta, porque todo lo que le cuento de esa isla parece un paraíso en comparación a lo que hemos vivido.

Ya en Bangsal, recibimos dos noticias. Una mala y una buena. La mala es que el último ferry hacia Gili Meno ya ha salido y la buena es que nos encontramos con el tipo que vendió el ticket del trekking a Illay, discutimos con él acerca de todo lo ocurrido y finalmente nos ofrece una noche de hotel gratuita para ambas. No es gran cosa, pero hace que nos sintamos un poco más comprendidas y recompensadas.

Illay decide venir conmigo a Senggigi y volvemos a subir al coche, que aún está esperando para llevarnos donde necesitemos. Mucho más alegres, bromeamos sobre lo que nos espera en el hotel de esta noche, sin parar de reír. El conductor nos observa por el retrovisor como si llevara a dos locas al manicomio y eso nos hace más gracia si cabe.

La carretera bordea la costa oeste de Lombok, con magníficas vistas de playas paradisíacas sin edificio alguno, tan solo rodeadas de una gran extensión de palmeras. Los últimos rayos de sol reflejados en el mar nos llenan de paz e ilusión por seguir viajando y descubriendo, olvidando la mala experiencia ya pasada.

El coche frena. Paramos frente a un restaurante, una pequeña callecita y un punto de información turística. El chófer baja y se dispone a sacar nuestras mochilas del maletero mientras nosotras intuimos que ya hemos llegado al hotel donde pasaremos la noche.

En seguida aparece un chico que pide que le acompañemos. Andamos tras él por la callecita, a través de un jardín y una terraza, donde empezamos a escuchar el sonido de las olas del mar, cada vez más y más fuerte; Illay y yo nos miramos y sonreímos. Finalmente, llegamos a la puerta de la habitación. En el interior hay dos camas, un ventilador y un simple baño. No necesitamos más, así que nos parece perfecto.

Mientras Illay se ducha, me conecto a Internet e intento localizar a mi madre, a través de Tea y de mi hermana, para poder felicitarla. Reconozco que no soy amante de la tecnología, aunque en esta precisa ocasión valoro mucho el haber dado con una habitación con acceso a Internet.

Desde la terraza observo el cielo anaranjado, preguntándome qué debe guardar el destino para mí. Creo que el día termina con todos los propósitos cumplidos, así que no me puedo seguir quejando y aprendo a disfrutar de los mejores momentos para olvidar los peores cuanto antes. Y por supuesto, nadie sabe lo que pasará mañana, pero lo cierto es que todo lo que pase, como cada día, se valorará únicamente bajo la fuerza mental de cada uno.

martes, 6 de enero de 2015

17.han picado!

Despierto sudando. Miro hacia el ventilador, estático en dirección a la otra cama. Pienso “qué morro!”, girando la vista hacia las dos chicas, que permanecen inmóviles y agarradas. Una de ellas lleva todo el cabello en rastas muy gruesas, lo cual pienso que me será fácil reconocer si las encuentro más tarde en cualquier sitio.

Me acerco a una pequeña tienda donde compro mangos y bananas para desayunar. Luego, voy directa a la playa, ya que el día está muy claro y apetece bañarse. Tomo caminos distintos a los de ayer, por el interior de la isla. Hay muchos niños por las calles, todos saludan y sonríen, preguntan cómo me llamo y de dónde soy. Algunos de ellos pasean pequeñas cabras, atadas por el cuello con una cuerda.

Niño en bicicleta junto al lago de Gili Meno

Llegando ya a la costa, hago una reflexión sobre el comportamiento natural de estos niños, que parecen disfrutar con cada pequeño detalle o distracción. Me gusta comprobar que el modo de ver la vida depende mucho del entorno en el que se crece. Acto seguido, imagino mi vida aquí con hijos y nace en mí un instinto maternal esporádico, que termina en cuanto me meto al agua.

El día prosigue en un warung llamado “Yaya” donde conozco a Musha, un indonesio nacido en Bali y actualmente residente en Perth, Australia. Él se encuentra sentado con sus amigos de Gili Meno en una estructura de bambú frente al mar, tocando la guitarra y cantando. Está aquí por vacaciones de Navidad, disfrutando de su gente.

Empezamos la conversación acerca de las tortugas que hemos visto haciendo snorkle justo delante del warung. Musha es muy agradable,  así que comemos juntos y me invita a ir con él a todas partes durante la tarde, presentándome a la población local y enseñándome los rincones donde él solía ir cuando vivía aquí. También vamos juntos a nadar entre las tortugas y a explorar algas marinas que, al tacto con nuestros dedos, se ponen en movimiento.

Musha dice que mañana no es un buen día para subir a Rinjani, ya que el temporal es bastante fuerte allí arriba y teme que me ponga en peligro. Además, la noche de fin de año es muy especial en esta isla. Finalmente, me convence de que debo pasarla aquí en vez de en una tienda de campaña con lluvia y frío. Sin pensarlo más, llamo al hombre que me vendió el trekking al volcán y le pido aplazar la actividad para dos días más tarde.

Voy al albergue a ducharme, contenta por haber conocido a Musha y tener la oportunidad de vivir Gili Meno desde dentro. Estoy invitada a una cena de cumpleaños que hay en el lugar donde ayer iba a ir a ver la puesta de sol y al final descarté. Es gracioso, porque ahora entre nativos, el plan cobra otro significado que sí me atrae.

La cena con los amigos de Musha se hace muy divertida. En un momento, me doy cuenta de que el humor español es más similar al indonesio que al del resto de Europa. Estoy encantada de compartir esta velada con todos ellos y en especial con Musha, el cual me presta toda su atención en todo momento.

Él es un chico sencillo, muy hospitalario y solidario. Con sólo siete años, decidió dejar Bali para viajar por Indonesia y conocer otros lugares, otra gente. A día de hoy, se define como un tipo con suerte por haber conseguido un trabajo en Australia, donde cobra en un mes lo que un indonesio no gana ni en un año. Es por eso que estas Navidades ha comprado el alcohol necesario para que todos sus amigos puedan beber, además de traer regalos para los más allegados. Es precioso ver el fuerte vínculo que tienen entre ellos, la gran aceptación de todos por igual y la generosidad que les caracteriza, desde el que menos tiene hasta el que más.  

Se va haciendo tarde y sus amigos van retirándose poco a poco. Yo estoy algo cansada, así que decido marchar también. Musha insiste en que las dos noches que me quedan vaya a su bungalow a dormir, ya que él duerme al aire libre en un colchón junto al warung Yaya y su cama queda vacía. Debo meditarlo, así que le digo que lo pensaré y vuelvo hacia mi albergue hablando por mis adentros “a ver, parece que el chico no está interesado en ti, sólo quiere prestarte su cama, su lavabo y su privilegiada situación frente al mar, ya que su alojamiento es mucho mejor que el tuyo… pero, y si me roba? y si me agrede?...”. Finalmente, dejo el tema aparcado para mañana, llego a la cama y desconecto la mente para poder descansar.

A la mañana siguiente, algo me dice que puedo confiar en Musha, así que preparo las mochilas y camino hacia Blue Coral, que así se llama el complejo de alojamientos en el que está. Allí le encuentro estirándose frente al mar, listo para ir a desayunar. Tras dejar las cosas en su habitación, le acompaño en su desayuno con un zumo de papaya.

Pasamos unas dos horas hablando, opinando sobre el funcionamiento del ser humano y del mundo. Él me cuenta que ha pasado muy mala época recientemente, ya que su exmujer le engañó con otro hombre y le destrozó los esquemas por completo. Ahora, Musha está preocupado por si no encuentra a la mujer adecuada para crear su propia familia. Yo le digo que no se preocupe y que sobretodo no fuerce nada, porque todo lo que tenga que ser, será.

En un rato, nos preparamos para salir a pescar con una canoa prestada. Nunca he pescado, aunque creo que me va a dar pena mirar a un pez vivo colgando de un anzuelo. Aun así, creo que debo intentarlo, además de recordar que a Tea le encanta pescar y es también una persona hipersensible con los animales. De todos modos, llevo mis gafas de buceo por si lo encuentro aburrido.

Una vez subidos a la canoa y equilibrando nuestro peso en ella, empezamos a remar todo recto, hacia el fondo. Musha tiene unos brazos muy musculados, así que es bastante fácil hacer que nos movamos a una velocidad considerable. Cuando alcanzamos el arrecife de coral y a unos dos o tres metros de profundidad, me tiro al agua para contemplar las maravillas y cada uno pasa un rato a su aire.

A la vuelta, mientras él rema yo intento pescar, lanzando el anzuelo todo lo lejos que puedo y recogiéndolo a la velocidad que Musha dice que es mejor para engañar a los peces. Creo que han picado. Empiezo a tirar y cuesta mucho recoger el hilo, así que imagino que debe ser un gran pez. Musha se ríe, convencido de que se me ha quedado el anzuelo atrapado entre el coral. Y así es, por varias veces, que me tengo que sumergir para liberar el pez de goma, que hemos puesto como cebo, de entre los arrecifes.

Tomamos vino de arroz blanco, de arroz rojo y de palmera. También unas cervezas. Esta noche es la última del año y todos nos preparamos para la fiesta en los diferentes locales de la playa. Sopi, uno de los amigos de Musha, nos deleita con sus remixes de la mejor música del momento. Pedimos tempe, un clásico de la gastronomía que responde a un preparado de soja frito. A medida que van sumándose más amigos, traen otros alimentos para completar la cena de fin de año. Luego vamos al warung Yaya a seguir la fiesta al son de guitarras, tambores, cajas, maracas o golpeando cualquier objeto con el que seguir el ritmo.

Pero la noche todavía está por empezar. A las doce en punto, estallan fuegos artificiales desde todas las costas de las islas que nuestra vista alcanza. Quizá cada menos de cien metros, se pueden ver unos fuegos distintos. Es un momento muy especial, en el que todos los locales se abrazan, se besan y se desean feliz año nuevo, aunque personalmente, no tengo la sensación de estar celebrando fin de año, sino de estar simplemente en una bonita fiesta.

Nos acercamos a un restaurante donde hay un DJ bastante reconocido que viene de Bali expresamente para pinchar. Decenas de niños de todas las edades botan, bailan y sudan en la pista. La fiesta es común para todas las edades, sexos y nacionalidades, así que bailo con todo tipo de personajes durante más de tres horas. Todos disfrutamos de la música, del baile y de la compañía.

Más tarde, no puedo resistir el calor y decido ir a bailar a la playa, desde donde se escucha la música perfectamente. Ahí estoy sola, mojándome los pies, mirando a las estrellas, dejando que mi cuerpo sienta el ritmo y se exprese por sí mismo, agotada, pero muy contenta de empezar el año así. De repente imagino la cama y se me hace la boca agua. Me debato entre quedarme hasta que la fiesta termine o ir a descansar. Luego pienso “¿y a quién le importa lo que yo haga? Si estoy cansada, pues me voy a dormir!”.

Me despido de Musha y de sus amigos. Él me da la llave de su habitación rápidamente, sin ninguna objeción. En el camino de vuelta, me acompaña una pareja indonesia que también regresa a su casa. Está tan oscuro que debo activar la linterna para poder ver dónde pisamos, entonces doy gracias por llevar el móvil encima en este momento. La pareja dobla una calle a la izquierda, separándose de mí. Yo continúo hasta Blue Coral, luego abro la puerta de la habitación de Musha, me pongo el pijama, me lavo las manos y la cara y finalmente, sacio mis ganas de descansar, tumbándome en la cama y durmiéndome al instante.

Pasan unas horas y Musha aparece en la habitación, despertándome al cerrar la puerta. Oigo cómo se lava los dientes, va al baño, se cambia de ropa y se mete en la cama. Me hago la dormida, hasta que su brazo se posa por encima de mi hombro y sus gruesos labios acarician mi cuello.

-Hey! What are you doing, man?-le pregunto, alzando la voz al tiempo que le aparto de mi lado-

-Sorry Silvia, I like you, I want to kiss you…-responde él, con una voz ronca y flojita-

-Stop now, ok? Tomorrow I’ll go back to the Backpackers, I don’t like this situation.-concluyo, con voz firme y enfadada-

Intento seguir durmiendo, pero no lo consigo hasta que escucho sus ronquidos y me quedo más tranquila.

Unas horas más tarde, la luz del sol llena la habitación de claridad y hace que suba la temperatura. Desde la cama, alcanzo el mando del aparato de aire acondicionado y lo enciendo, volviendo a cerrar los ojos un momento.

Musha vuelve hacia mi lado, está vez posando su brazo izquierdo en mis costillas. “Ya es suficiente”, pienso. Entonces me levanto tranquilamente, voy al baño y cuando salgo comienzo a recoger mis cosas y digo adiós a Musha, el cual no entiende que me vaya y ruega que me quede, prometiendo que no pasará nada más. Yo le explico que confié en él porque no creí que sintiera absolutamente ninguna atracción hacia mí, pero que ahora necesito irme para estar sola y tranquila durante mi último día aquí.

Cuando todo queda aclarado, me voy por el camino que vine, pensando que si hubiera desconfiado de él y no hubiera ido a su bungalow, todo hubiera sido más fácil. Inmediatamente, me digo “bueno, da igual, ahora ya está hecho”; así que sólo me queda que cargar con las mochilas, de vuelta al albergue a pedir una noche más de hospedaje. Me pregunto si aún estará la pareja de chicas y si las podré conocer.

Vuelven a darme la misma llave, abro la misma puerta una vez más y veo que la habitación está completamente vacía. “Hoy duermo sola, todo el ventilador para mí”, pienso y sonrío, mientras lo conecto y lo enfoco hacia mi cama. Entonces, me vuelvo a tumbar y duermo otro rato.

El primer día del año 2015 transcurre de manera tranquila, con poco que hacer y mucho que reflexionar. Dedico mis últimas horas en Gili Meno a pasear por la playa, coger pedacitos de coral o caracolas, observarlas detenidamente y volverlas a echar al mar. Está nublado y hace un viento agradable, clima perfecto para caminar.

Desde lejos, veo a tres niños jugando en la orilla. Parecen divertirse mucho, corren de lado a lado con palos, gritando, luego se calman, agachados; me pregunto qué estarán haciendo. Según me acerco, me doy cuenta de que están intentando atrapar a un cangrejo que no deja de ir y venir con el vaivén de las olas. Tomo asiento en una roca cercana para ver cómo termina el juego. Cada vez que creen que ya lo tienen, emiten unos chillidos estridentes de los nervios que pasan y me hacen reír.

Niños intentando cazar un cangrejo

Continúo el paseo y llegando a Blue Coral, dudo entre ir a ver si Musha está y despedirme de él o no. Luego, pienso que preferiría encontrármelo en otra parte que irlo a buscar a su habitación, ya que me parece un poco violento. Así que sigo el paseo, echando un vistazo en los lugares donde creo que puede estar.

De repente, lo veo tirando una botella en una papelera. Al girarse, nuestras miradas coinciden y nos saludamos. Le pregunto qué hace, dice que estaba pescando. Así iniciamos una conversación neutra, sobre lo que hemos hecho hoy y también comentando la fiesta de ayer por la noche. Empieza a oscurecer y los mosquitos acuden a mis piernas y a mis pies constantemente, así que le informo de que me voy a ir ya.

Entonces, Musha me pide disculpas por haberse acercado a mí la noche pasada, escudándose en el alcohol. Yo le perdono y también pido que me comprenda si he sido un poco brusca desapareciendo así, pero que no esperaba que actuara de ese modo y no me ha gustado. Una vez todo en su sitio, le doy las gracias por haber compartido sus días conmigo y le deseo que tenga un buen año. Él también me desea lo mejor y seguidamente nos despedimos con un abrazo y dos besos.

Tengo hambre. De camino al albergue, voy a cenar a un warung cercano que siempre que paso está lleno de gente local, aunque nunca he tenido la oportunidad de comer allí. Pido mie goreng a la señora mayor que lleva el negocio y mientras espero, ojeo una revista de Lombok y marco en el mapa todos los lugares que me gustaría visitar.


Al terminar mi enorme y sabroso plato, ya es muy oscuro y vuelvo a mi habitación. Esta vez no uso la linterna, ya que sólo tengo que andar unos cincuenta metros. Pero, para mi sorpresa y pequeño susto, encuentro justamente una vaca en el centro del camino, la cual percibo una vez ya estoy encima de ella. Suspiro hondo, la esquivo y llego hacia la meta, donde compruebo que todavía estoy sola en la habitación. 

jueves, 1 de enero de 2015

16.agua dulce, por favor

Ocho de la mañana. El mar está muy calmado, perfecto para navegar. Esperando el ferry que debo tomar hacia Sanur, practico francés con una pareja de Narbonne, una bonita ciudad al sureste de Francia. Es la primera vez que hablo en este idioma en Indonesia y se me hace un poco extraño, aunque me parece estupendo poder refrescar la memoria con las estructuras y el vocabulario.

El chico cuenta cómo, surfeando, se hizo un profundo corte en el dedo gordo del pie. La chica añade que sólo viajan para practicar surf, pero que ahora deberán descansar unos días debido al accidente. Quieren volver a Ubud, a pesar de ya haber pasado unos días allí. Yo les recomiendo Candidasa, aunque descartan la idea ya que no quieren tener la tentación de pisar la arena y el agua salada hasta que se cierre la herida.

Dejo la conversación, disculpándome por ello. Entonces abro un paquete de galletas y desayuno mirando al frente, para no marearme. Durante el camino, vemos varios delfines saltando al lado del barco. Ahora pienso en la excursión que compré en Lovina para verlos y la califico cómo no recomendable. Definitivamente, es mucho más emocionante verlos inesperadamente y en exclusiva para un solo barco, que de manera organizada en decenas de barcas apiladas en un mismo punto del mar.

Llegados a Sanur, tengo que ir a coger un autobús que me lleve a Padang Bai, desde donde tomaré el barco a Lombok. En la parada del autobús, somos muchos los que esperamos para hacer este trayecto, todos turistas. Una señora mayor se dedica a colocar taburetes de plástico en la acera para que nos sentemos en ellos. Me siento al lado de Fei, una chica nacida en Shangai y residente en Tokyo.

Fei me habla acerca de las costumbres y tradiciones chinas y japonesas, un tema muy interesante. Yo la escucho embobada, aunque luego me toca a mí contarle la vida española a grandes rasgos, ya que tiene pensado ir a Barcelona a estudiar durante un curso. Las dos mostramos mucha ilusión por ir a visitarnos y prometemos mantener el contacto a través de Internet.

La primera parada es Ubud, donde bajan la pareja francesa y Fei, entre mucha otra gente. Entonces dos chicos aprovechan para cambiarse del asiento donde iban embutidos a la hilera de atrás del todo, justo detrás de mí. Escucho cómo hablan en argentino y en seguida me giro para seguir conociendo historias. Me encanta alimentar mi imaginación a través de vidas ajenas, valorar los distintos modos de supervivencia y tomar nuevas perspectivas ante el día a día.

Martín, Agustín y yo nos volvemos inseparables durante las siguientes cinco horas. Hablamos uno por encima del otro, sin respetar el turno de palabra. Nos reímos descaradamente de nosotros mismos o de la gente de alrededor. Compartimos agua y comida, nos vigilamos las bolsas mientras vamos al lavabo o a comprar algo. Hemos tomado mucha confianza en poco rato, pero llegamos al puerto de Lembar y muy a nuestro pesar, es aquí donde debemos separarnos.

Está anocheciendo. Quería alquilar una moto y desplazarme hacia el sur, buscando algún sitio para dormir en el camino. Empiezo a preguntar alrededor del puerto, pero sólo ofrecen servicio de taxi. Me siento en un warung y pido nasi campur, un arroz acompañado de verduras, pollo, tomates, tofu, soja frita, huevo, cacahuetes y otros aderezos que no sabría definir. No siento los labios ni la lengua de lo picante que está todo, así que el plato se convierte en una pesadilla que debo terminar cuanto antes para dejar de sufrir. Las mujeres del warung se ríen al verme pasar un mal rato.

Me informan de que en el puerto no voy a encontrar ninguna moto para alquilar, además de advertirme que hay mucha policía en Lombok y es mejor que me mueva en taxi o en transporte público. Les pregunto dónde puedo encontrar una habitación para esta noche, ya que está comenzando a llover. Con el chubasquero y las mochilas a cuestas, sigo sus indicaciones y llego a dos hoteles, pero ya están al completo.

Justo en el momento en que estoy meditando para trazar un plan B, aparece un chico joven preguntando si puede ayudarme en algo. Él va en moto hacia Mataram, un pueblo muy grande donde asegura que encontraré una habitación económica. Así que me monto con Harta, que así dice llamarse, en su moto de marchas; después de unos quince años sin subir a esta clase de motos. No sé ni dónde poner los pies y voy agarrada a él como una lapa.

Después de un camino largo, incómodo y pasado por agua, Harta me deja en la puerta del hotel más barato que él conoce. Le doy mil gracias por ello y nos despedimos, dándome su número de teléfono por si necesito algo más durante mi estancia en Lombok.

Me recibe un grupo de hombres, todos tomando Cointreau con hielo, hablando y riendo. Pregunto por una habitación y uno de ellos hace una señal a otro, el cual sale corriendo a por una toalla y jabones. Me instalo rápidamente, tomo una ducha y caigo rendida en la cama, encendiendo el televisor y dejando una serie indonesia como la elegida para quedarme dormida.

A las pocas horas me despierta un zumbido exagerado en el tímpano derecho. Tengo picor en las piernas, lo cual me hace pensar que ya he sido atacada por los mosquitos. Inmediatamente, recuerdo a la pareja del vasco y la alemana que viajaban con sus dos niñas, ya que me comentaron que no irían a Lombok porque había riesgo de malaria. Salgo hacia donde encontré el grupo de hombres anteriormente, ahora ya solamente queda el que me dio la toalla. Pido repelente anti-mosquitos, aunque sólo me puede ofrecer un spray para rociar la habitación. Lo tomo de todos modos y rocío bien todas las áreas, devolviéndole el bote casi vacío.

Con el sueño conciliado por segunda vez, vuelvo a despertarme con ese horrible sonido en el oído. Esta vez abro la luz, dispuesta a matar todo ser vivo que encuentre por la habitación. Yo sola insulto a los mosquitos en voz alta y sin parar; estoy muy molesta con ellos. Veo cómo uno se posa encima de la sábana y lo mato de un almohadazo, con todo el placer que uno puede sentir al pensar que finalmente va a poder dormir.

Pero la noche sigue movida, así que sólo puedo descansar a plazos hasta las cinco de la mañana, cuando por fin parece que he terminado con todos ellos.

Unas horas más tarde, despierto un poco enfadada, con sueño, con hambre y sin saber a dónde dirigirme. Desayuno con el propietario del hotel, que no duda en hablarme en italiano nada más saber que soy española. Vuelvo a indagar sobre cómo alquilar una moto y si me pueden multar con facilidad por no disponer de la licencia internacional. Él me aconseja que no arriesgue, ya que Lombok está en auge turístico desde hace un tiempo y han incrementado las patrullas dedicadas a multar visitantes.

Así que no me queda de otra que iniciar una ruta más lenta y menos autónoma, contando con viajar en los servicios de transporte público. Aprovechando que ayer me subió Harta hasta Mataram, empezaré por explorar la zona norte. Me despido del propietario del hotel y salgo en búsqueda de la furgoneta compartida o bemo que me llevará al puerto para coger un ferry a Gili Meno.

En bemo, el viaje siempre es sorprendente y divertido. Esta vez voy todo el camino al lado de una mujer que no deja de enseñarme palabras y frases en indonesio, reírse conmigo y de mí, tomar fotografías mías o de ambas y cogerme de la mano, del brazo o de la pierna indistintamente.

Ya en el puerto, tengo que esperar dos horas para ir a Gili Meno. Me lo tomo con calma, voy a comer a un warung y paso la mayor parte del rato debatiendo sobre el precio de una excursión de tres días y dos noches para subir al volcán Rinjani, el segundo más alto de Indonesia. Sinceramente, deseo hacer esa excursión, pero aprieto hasta el último momento, esforzándome por conseguir un precio razonable.

Al final, contrato la excursión a la mitad del precio que pedían en un inicio. Pactamos que en dos días vendrán a buscarme a Gili Meno a las siete y media de la mañana, así que probablemente pase fin de año de camino a esta cima de más de tres mil setecientos metros de altitud.

En ocasiones, cuando me siento bien por haber conseguido algo a buen precio o haber hecho una buena elección, suelen pasar también por mi cabeza momentos en que me he sentido estafada o decepcionada. De este modo, parece que estoy siendo recompensada y consigo una paz momentánea que me proporciona energía positiva para continuar sonriendo a la vida. Me pregunto si esto también formará parte del karma...

Llego a Gili Meno sobre las tres del mediodía y según bajo de la barca, voy toda decidida a caminar por una calle, como si supiera por dónde estoy yendo. Supongo que tengo esta sensación porque sé que la isla es tan pequeña que se le puede dar la vuelta andando en un rato, así que no tengo ningún problema en perderme buscando alojamiento.

Al poco, doy con un cartel que pone “Backpackers 50.000 Rp”, lo cual quiere decir que podré dormir por poco más de tres euros en una habitación compartida. Entro a preguntar si hay disponibilidad y en seguida me dan la llave de mi nuevo hogar. Sólo hay una cama ocupada, aunque la recepcionista me dijo que había dos chicas más. En seguida imagino que son pareja y duermen en la misma cama. Investigo de donde provienen sus enseres, esparcidos por las estanterías, para determinar sus nacionalidades. Para mi sorpresa, encuentro un champú con texto español y también una pasta de dientes con letras chinas, lo cual me crea más intriga por conocer a estas dos chicas.

Preparo todo lo necesario para ir a hacer snorkle. Cierro la puerta con llave y sigo avanzando por la misma calle que vine, bordeando un pequeño lago, hasta salir a la playa por un chiringuito que dice ser donde se ven las mejores puestas de sol de la isla.

Busco un paraje limpio, no edificado, sin barcos en el agua ni gente por ninguna parte. Mientras pienso que quizá esté exigiendo demasiado, topo con el lugar perfecto. Voy derecha a bañarme, ya que llevo la cabeza, la ropa y toda mi piel chorreando de sudor. Solamente nadar unos veinte metros, empieza la vida marina entre corales. Observo cómo los peces se esconden entre los agujeros a mi paso. Me gustaría saber si cada agujero pertenece a un pez o a una familia distinta o si todos comparten el hábitat sin ningún tipo de reglas ni excepciones.

Por debajo del agua, puedo ver a un hombre pescando con un arpón. Mientras voy nadando lentamente hacia él, asomo la cabeza a la superficie para poder saludarle y preguntar cómo va la pesca. El hombre parece no entender nada de lo que le digo, pero se acerca hacia mí con la mano abierta, como si quisiera tocarme. Mi reacción es apartarme un poco y averiguar qué intenta hacer, cuando de repente veo que dirige su mano hacia mi entrepierna. Con el pánico en el cuerpo, salgo nadando a toda pastilla, mirando hacia atrás por si el pervertido me persigue o si me quiere clavar el arpón. Por suerte, nada de eso pasa y regreso a la orilla.

Sigo caminando alrededor de la isla, en el mismo sentido que comencé, para darle la vuelta entera y terminar viendo el atardecer en el punto por donde salí al principio. No puedo parar de pensar en ese hombre repugnante y en los nervios que he pasado por su culpa. Desvío la atención hacia otras cosas bonitas, sacando fotografías del paisaje y fijándome en todos los trozos de coral y las conchas que arrastran las olas hacia la orilla.

Pronto empiezo a soñar despierta, mientras camino y veo solares vacíos o con restos de bungalows abandonados en frente de la playa, pienso en si comprara uno de ellos y levantara un pequeño hostal para quedarme a vivir en esta isla. Imagino su diseño y su decoración, la manera de promocionarlo, incluso los trabajadores que necesitaría y los platos que podría tener el restaurante.

Llego a un bar muy bonito donde un trabajador me detiene para iniciar una conversación. Yo le cuento los lugares que he recorrido hasta ahora y los motivos de mi viaje, él me explica lo que hace en esta isla, lo a gusto que está viviendo en ella y también me informa de lo caro que se está volviendo todo desde hace poco tiempo, ya que el destino se está poniendo de moda y los locales cada vez abundan más.

Cuando sigo con mi marcha, prosigo a analizar detalladamente los costes que un terreno y un hostal supondrían y el tiempo que tardaría en recuperar ese dinero. Entonces caigo en que la mejor forma de hacer negocio es llevarlo durante unos cuantos años y luego venderlo para ganar el doble o el triple de lo que ha costado. Ahora paro un momento, me siento frente al mar y sonrío, porque pienso que si persiguiera todo lo que sueño hasta conseguirlo, estaría arruinada o sería multimillonaria.

Las olas son grandes en la parte sur de la isla. El sol empieza a descender y no me apetece sentarme en un bar para verlo. Observo cómo una joven madre saca fotografías a su hijo de unos siete años, el cual posa con miradas propias de un adulto. Me siento cerca de ellos; si fuera mi hijo también le estaría sacando bellas fotografías con la luz anaranjada reflejada en su rostro. Siempre me han gustado mucho los niños y su comportamiento, aunque soy consciente desde hace tiempo de que demasiados factores van en contra de mi ritmo de vida para tener un hijo. No obstante, es algo que cada vez que lo planteo, lo hago con más madurez.


Cocos en la orilla de Gili Meno

El camino de vuelta se hace eterno, ya es oscuro y me pierdo por el interior de la isla entre caminos de tierra, vacas sueltas, callejones sin salida y chabolas donde están preparando la cena. Pregunto a unos chicos que están creando un rap de manera improvisada y riéndose. Uno de ellos me manda hacia la izquierda, la derecha y la izquierda otra vez. La verdad es que no sé si creerle, ya que los otros dos chicos siguen riendo y no entiendo el porqué.

A falta de otra información, sigo sus indicaciones no muy convencida, pero al final doy con el albergue. Dentro de éste, me acabo de enterar de que hay un parque de pájaros para el que hay que sacar una entrada, aunque a esta hora ya está cerrado.

Atardecer entre palmeras de vuelta al albergue

Después de ducharme con agua fría y salada, me seco con una toalla llena de óxido y me pongo una ropa ya usada y sudada. El resultado es que no valía la pena ducharse, porque termino casi igual que si saliera del mar. Debo encontrar una lavandería o lavar la ropa a mano, ya que se me están terminando las prendas limpias.

Voy a cenar a un warung donde estoy sola con los cuatro camareros, que se dedican a pinchar música dance y house mientras no tienen nada que hacer. Aprecio este rato, porque la verdad es que en todo este tiempo no había tenido aún la oportunidad de escuchar este registro musical que tanto me gusta, además, los chicos son muy simpáticos y las canciones que suenan son bastante buenas.


Vuelvo al albergue y mis compañeras de habitación todavía no han llegado. Con el pijama puesto, me tumbo en la cama, dura como el mismo suelo. Enciendo el ventilador, encarándolo de manera que cuando rote, el aire llegue a mi cama y a la de ellas por igual. Hoy ha sido un día agotador y aunque no muy cómoda, intento tomar una postura no dolorosa para descansar lo mejor posible.