Ocho de la mañana. El mar está muy calmado, perfecto para navegar.
Esperando el ferry que debo tomar hacia Sanur, practico francés con una pareja
de Narbonne, una bonita ciudad al sureste de Francia. Es la primera vez que
hablo en este idioma en Indonesia y se me hace un poco extraño, aunque me
parece estupendo poder refrescar la memoria con las estructuras y el
vocabulario.
El chico cuenta cómo, surfeando, se hizo un profundo corte en el dedo gordo
del pie. La chica añade que sólo viajan para practicar surf, pero que ahora
deberán descansar unos días debido al accidente. Quieren volver a Ubud, a pesar
de ya haber pasado unos días allí. Yo les recomiendo Candidasa, aunque
descartan la idea ya que no quieren tener la tentación de pisar la arena y el
agua salada hasta que se cierre la herida.
Dejo la conversación, disculpándome por ello. Entonces abro un paquete de
galletas y desayuno mirando al frente, para no marearme. Durante el camino,
vemos varios delfines saltando al lado del barco. Ahora pienso en la excursión
que compré en Lovina para verlos y la califico cómo no recomendable.
Definitivamente, es mucho más emocionante verlos inesperadamente y en exclusiva
para un solo barco, que de manera organizada en decenas de barcas apiladas en
un mismo punto del mar.
Llegados a Sanur, tengo que ir a coger un autobús que me lleve a Padang
Bai, desde donde tomaré el barco a Lombok. En la parada del autobús, somos
muchos los que esperamos para hacer este trayecto, todos turistas. Una señora
mayor se dedica a colocar taburetes de plástico en la acera para que nos
sentemos en ellos. Me siento al lado de Fei, una chica nacida en Shangai y
residente en Tokyo.
Fei me habla acerca de las costumbres y tradiciones chinas y japonesas, un
tema muy interesante. Yo la escucho embobada, aunque luego me toca a mí
contarle la vida española a grandes rasgos, ya que tiene pensado ir a Barcelona
a estudiar durante un curso. Las dos mostramos mucha ilusión por ir a
visitarnos y prometemos mantener el contacto a través de Internet.
La primera parada es Ubud, donde bajan la pareja francesa y Fei, entre
mucha otra gente. Entonces dos chicos aprovechan para cambiarse del asiento
donde iban embutidos a la hilera de atrás del todo, justo detrás de mí. Escucho
cómo hablan en argentino y en seguida me giro para seguir conociendo historias.
Me encanta alimentar mi imaginación a través de vidas ajenas, valorar los
distintos modos de supervivencia y tomar nuevas perspectivas ante el día a día.
Martín, Agustín y yo nos volvemos inseparables durante las siguientes cinco
horas. Hablamos uno por encima del otro, sin respetar el turno de palabra. Nos
reímos descaradamente de nosotros mismos o de la gente de alrededor.
Compartimos agua y comida, nos vigilamos las bolsas mientras vamos al lavabo o
a comprar algo. Hemos tomado mucha confianza en poco rato, pero llegamos al
puerto de Lembar y muy a nuestro pesar, es aquí donde debemos separarnos.
Está anocheciendo. Quería alquilar una moto y desplazarme hacia el sur,
buscando algún sitio para dormir en el camino. Empiezo a preguntar alrededor del
puerto, pero sólo ofrecen servicio de taxi. Me siento en un warung y pido nasi campur, un arroz acompañado de verduras, pollo, tomates, tofu,
soja frita, huevo, cacahuetes y otros aderezos que no sabría definir. No siento
los labios ni la lengua de lo picante que está todo, así que el plato se
convierte en una pesadilla que debo terminar cuanto antes para dejar de sufrir.
Las mujeres del warung se ríen al
verme pasar un mal rato.
Me informan de que en el puerto no voy a encontrar ninguna moto para
alquilar, además de advertirme que hay mucha policía en Lombok y es mejor que
me mueva en taxi o en transporte público. Les pregunto dónde puedo encontrar
una habitación para esta noche, ya que está comenzando a llover. Con el
chubasquero y las mochilas a cuestas, sigo sus indicaciones y llego a dos
hoteles, pero ya están al completo.
Justo en el momento en que estoy meditando para trazar un plan B, aparece
un chico joven preguntando si puede ayudarme en algo. Él va en moto hacia
Mataram, un pueblo muy grande donde asegura que encontraré una habitación
económica. Así que me monto con Harta, que así dice llamarse, en su moto de
marchas; después de unos quince años sin subir a esta clase de motos. No sé ni dónde
poner los pies y voy agarrada a él como una lapa.
Después de un camino largo, incómodo y pasado por agua, Harta me deja en la
puerta del hotel más barato que él conoce. Le doy mil gracias por ello y nos
despedimos, dándome su número de teléfono por si necesito algo más durante mi
estancia en Lombok.
Me recibe un grupo de hombres, todos tomando Cointreau con hielo, hablando
y riendo. Pregunto por una habitación y uno de ellos hace una señal a otro, el
cual sale corriendo a por una toalla y jabones. Me instalo rápidamente, tomo
una ducha y caigo rendida en la cama, encendiendo el televisor y dejando una
serie indonesia como la elegida para quedarme dormida.
A las pocas horas me despierta un zumbido exagerado en el tímpano derecho.
Tengo picor en las piernas, lo cual me hace pensar que ya he sido atacada por
los mosquitos. Inmediatamente, recuerdo a la pareja del vasco y la alemana que
viajaban con sus dos niñas, ya que me comentaron que no irían a Lombok porque
había riesgo de malaria. Salgo hacia donde encontré el grupo de hombres
anteriormente, ahora ya solamente queda el que me dio la toalla. Pido repelente
anti-mosquitos, aunque sólo me puede ofrecer un spray para rociar la
habitación. Lo tomo de todos modos y rocío bien todas las áreas, devolviéndole
el bote casi vacío.
Con el sueño conciliado por segunda vez, vuelvo a despertarme con ese
horrible sonido en el oído. Esta vez abro la luz, dispuesta a matar todo ser
vivo que encuentre por la habitación. Yo sola insulto a los mosquitos en voz
alta y sin parar; estoy muy molesta con ellos. Veo cómo uno se posa encima de
la sábana y lo mato de un almohadazo, con todo el placer que uno puede sentir
al pensar que finalmente va a poder dormir.
Pero la noche sigue movida, así que sólo puedo descansar a plazos hasta las
cinco de la mañana, cuando por fin parece que he terminado con todos ellos.
Unas horas más tarde, despierto un poco enfadada, con sueño, con hambre y
sin saber a dónde dirigirme. Desayuno con el propietario del hotel, que no duda
en hablarme en italiano nada más saber que soy española. Vuelvo a indagar sobre
cómo alquilar una moto y si me pueden multar con facilidad por no disponer de
la licencia internacional. Él me aconseja que no arriesgue, ya que Lombok está
en auge turístico desde hace un tiempo y han incrementado las patrullas
dedicadas a multar visitantes.
Así que no me queda de otra que iniciar una ruta más lenta y menos
autónoma, contando con viajar en los servicios de transporte público. Aprovechando que ayer me subió Harta hasta Mataram, empezaré por explorar la
zona norte. Me despido del propietario del hotel y salgo en búsqueda de la
furgoneta compartida o bemo que me
llevará al puerto para coger un ferry a Gili Meno.
En bemo, el viaje siempre es
sorprendente y divertido. Esta vez voy todo el camino al lado de una mujer que
no deja de enseñarme palabras y frases en indonesio, reírse conmigo y de mí,
tomar fotografías mías o de ambas y cogerme de la mano, del brazo o de la
pierna indistintamente.
Ya en el puerto, tengo que esperar dos horas para ir a Gili Meno. Me lo
tomo con calma, voy a comer a un warung
y paso la mayor parte del rato debatiendo sobre el precio de una excursión de
tres días y dos noches para subir al volcán Rinjani, el segundo más alto de
Indonesia. Sinceramente, deseo hacer esa excursión, pero aprieto hasta el
último momento, esforzándome por conseguir un precio razonable.
Al final, contrato la excursión a la mitad del precio que pedían en un
inicio. Pactamos que en dos días vendrán a buscarme a Gili Meno a las siete y
media de la mañana, así que probablemente pase fin de año de camino a esta cima
de más de tres mil setecientos metros de altitud.
En ocasiones, cuando me siento bien por haber conseguido algo a buen precio
o haber hecho una buena elección, suelen pasar también por mi cabeza momentos
en que me he sentido estafada o decepcionada. De este modo, parece que estoy
siendo recompensada y consigo una paz momentánea que me proporciona energía
positiva para continuar sonriendo a la vida. Me pregunto si esto también
formará parte del karma...
Llego a Gili Meno sobre las tres del mediodía y según bajo de la barca, voy
toda decidida a caminar por una calle, como si supiera por dónde estoy yendo.
Supongo que tengo esta sensación porque sé que la isla es tan pequeña que se le
puede dar la vuelta andando en un rato, así que no tengo ningún problema en
perderme buscando alojamiento.
Al poco, doy con un cartel que pone “Backpackers 50.000 Rp”, lo cual quiere
decir que podré dormir por poco más de tres euros en una habitación compartida.
Entro a preguntar si hay disponibilidad y en seguida me dan la llave de mi
nuevo hogar. Sólo hay una cama ocupada, aunque la recepcionista me dijo que
había dos chicas más. En seguida imagino que son pareja y duermen en la misma
cama. Investigo de donde provienen sus enseres, esparcidos por las estanterías,
para determinar sus nacionalidades. Para mi sorpresa, encuentro un champú con
texto español y también una pasta de dientes con letras chinas, lo cual me crea
más intriga por conocer a estas dos chicas.
Preparo todo lo necesario para ir a hacer snorkle. Cierro la puerta con
llave y sigo avanzando por la misma calle que vine, bordeando un pequeño lago,
hasta salir a la playa por un chiringuito que dice ser donde se ven las mejores
puestas de sol de la isla.
Busco un paraje limpio, no edificado, sin barcos en el agua ni gente por
ninguna parte. Mientras pienso que quizá esté exigiendo demasiado, topo con el
lugar perfecto. Voy derecha a bañarme, ya que llevo la cabeza, la ropa y toda
mi piel chorreando de sudor. Solamente nadar unos veinte metros, empieza la
vida marina entre corales. Observo cómo los peces se esconden entre los
agujeros a mi paso. Me gustaría saber si cada agujero pertenece a un pez o a
una familia distinta o si todos comparten el hábitat sin ningún tipo de reglas
ni excepciones.
Por debajo del agua, puedo ver a un hombre pescando con un arpón. Mientras
voy nadando lentamente hacia él, asomo la cabeza a la superficie para poder
saludarle y preguntar cómo va la pesca. El hombre parece no entender nada de lo
que le digo, pero se acerca hacia mí con la mano abierta, como si quisiera
tocarme. Mi reacción es apartarme un poco y averiguar qué intenta hacer, cuando
de repente veo que dirige su mano hacia mi entrepierna. Con el pánico en el
cuerpo, salgo nadando a toda pastilla, mirando hacia atrás por si el pervertido
me persigue o si me quiere clavar el arpón. Por suerte, nada de eso pasa y
regreso a la orilla.
Sigo caminando alrededor de la isla, en el mismo sentido que comencé, para
darle la vuelta entera y terminar viendo el atardecer en el punto por donde
salí al principio. No puedo parar de pensar en ese hombre repugnante y en los
nervios que he pasado por su culpa. Desvío la atención hacia otras cosas
bonitas, sacando fotografías del paisaje y fijándome en todos los trozos de
coral y las conchas que arrastran las olas hacia la orilla.
Pronto empiezo a soñar despierta, mientras camino y veo solares vacíos o
con restos de bungalows abandonados en frente de la playa, pienso en si
comprara uno de ellos y levantara un pequeño hostal para quedarme a vivir en
esta isla. Imagino su diseño y su decoración, la manera de promocionarlo,
incluso los trabajadores que necesitaría y los platos que podría tener el
restaurante.
Llego a un bar muy bonito donde un trabajador me detiene para iniciar una
conversación. Yo le cuento los lugares que he recorrido hasta ahora y los
motivos de mi viaje, él me explica lo que hace en esta isla, lo a gusto que
está viviendo en ella y también me informa de lo caro que se está volviendo
todo desde hace poco tiempo, ya que el destino se está poniendo de moda y los
locales cada vez abundan más.
Cuando sigo con mi marcha, prosigo a analizar detalladamente los costes que
un terreno y un hostal supondrían y el tiempo que tardaría en recuperar ese
dinero. Entonces caigo en que la mejor forma de hacer negocio es llevarlo
durante unos cuantos años y luego venderlo para ganar el doble o el triple de
lo que ha costado. Ahora paro un momento, me siento frente al mar y sonrío,
porque pienso que si persiguiera todo lo que sueño hasta conseguirlo, estaría
arruinada o sería multimillonaria.
Las olas son grandes en la parte sur de la isla. El sol empieza a descender
y no me apetece sentarme en un bar para verlo. Observo cómo una joven madre
saca fotografías a su hijo de unos siete años, el cual posa con miradas propias
de un adulto. Me siento cerca de ellos; si fuera mi hijo también le estaría
sacando bellas fotografías con la luz anaranjada reflejada en su rostro.
Siempre me han gustado mucho los niños y su comportamiento, aunque soy
consciente desde hace tiempo de que demasiados factores van en contra de mi
ritmo de vida para tener un hijo. No obstante, es algo que cada vez que lo
planteo, lo hago con más madurez.
Cocos en la orilla de Gili Meno |
El camino de vuelta se hace eterno, ya es oscuro y me pierdo por el
interior de la isla entre caminos de tierra, vacas sueltas, callejones sin
salida y chabolas donde están preparando la cena. Pregunto a unos chicos que
están creando un rap de manera improvisada y riéndose. Uno de ellos me manda
hacia la izquierda, la derecha y la izquierda otra vez. La verdad es que no sé
si creerle, ya que los otros dos chicos siguen riendo y no entiendo el porqué.
A falta de otra información, sigo sus indicaciones no muy convencida, pero
al final doy con el albergue. Dentro de éste, me acabo de enterar de que hay un
parque de pájaros para el que hay que sacar una entrada, aunque a esta hora ya
está cerrado.
Atardecer entre palmeras de vuelta al albergue |
Después de ducharme con agua fría y salada, me seco con una toalla llena de
óxido y me pongo una ropa ya usada y sudada. El resultado es que no valía la
pena ducharse, porque termino casi igual que si saliera del mar. Debo encontrar
una lavandería o lavar la ropa a mano, ya que se me están terminando las
prendas limpias.
Voy a cenar a un warung donde
estoy sola con los cuatro camareros, que se dedican a pinchar música dance y
house mientras no tienen nada que hacer. Aprecio este rato, porque la verdad es
que en todo este tiempo no había tenido aún la oportunidad de escuchar este
registro musical que tanto me gusta, además, los chicos son muy simpáticos y
las canciones que suenan son bastante buenas.
Vuelvo al albergue y mis compañeras de habitación todavía no han llegado.
Con el pijama puesto, me tumbo en la cama, dura como el mismo suelo. Enciendo
el ventilador, encarándolo de manera que cuando rote, el aire llegue a mi cama
y a la de ellas por igual. Hoy ha sido un día agotador y aunque no muy cómoda,
intento tomar una postura no dolorosa para descansar lo mejor posible.
que fort lo de la penya que vol tocar entrepierna!! sembla una bona ideia lo del hostal o el projecte pensat....
ResponderEliminarUn sabio dijo: la riqueza de una persona se mide por la cantidad y calidad de los amigos que tiene. Gracias por ser parte de mi fortuna.
Feliz Año Nuevo!!
Gràcies amic! bon any 2015 i arriba arriba con el mercaaaaaaaaao!!
EliminarQ miedo lo del hombre ese! Y tu pasando calor y nosotros frío, se me hace curioso leer como vives en comparación a como estamos aquí, comiendo lo d siempre y turrones... Pienso mucho en ti y me da miedo q no vuelvas o t pase algo.
ResponderEliminarUn beso fuerte!
Mmmm turrones!!!... ahora me comía yo un cacho de chocoarroz, jajaj!! no te preocupes tanto hermana, que hablamos a menudo y estoy bien!! besos!!
Eliminarque cochinote ese señor!!!!!! eso no tocar!!!! prepara para la siguiente aventura?????
ResponderEliminarASCO PUTO, DE VERDAD... pero sí, nadie me va a parar!
EliminarEi Sílvia! Ya estoy al día de tus aventuras, no te haces a la idea de la envidia q me das... menos por lo del Sr. Guarro.
ResponderEliminarPor cierto, feliz año!
Feliz año a ti también!! Al fin me dejo fluir, has visto??!! No era tan difícil, sólo una estúpida barrera mental...larga vida a la libertad!! Muchos besos y un fuerte abrazo!
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