miércoles, 21 de enero de 2015

20.es tiempo de reflexiones

He quedado a las nueve de la mañana para ir con Mr.Bram a Sambelia, el pueblo donde quería llevarme a ver unos terrenos. Desayuno con Hur, la cual no deja de mirarme con el semblante triste, diciendo que no quiere que me vaya. Luego, abre un armario y saca un sarung, el atuendo típico que usan tanto hombres como mujeres para ir a rezar, aunque también lo usen a diario para vestirse o para cubrirse cuando tienen frío. Hur pregunta si me gusta, entonces intuyo que va a ser para mí, así que contesto con un sí rotundo. Este es el regalo físico que me llevo de Tete Batu. 

Cuando ya estoy lista para marchar, aparecen por sorpresa todos los niños de la guardería para despedirse de mí. Me dan la mano uno a uno y se la llevan a su frente, algo que hacen habitualmente con sus padres o sus profesores, en señal de respeto. De repente, veo a Hur llorar y le seco las lágrimas, diciéndole que volveremos a vernos, aunque realmente no sepa si es cierto. Digamos que finalmente, todo en conjunto logra emocionarme de verdad.

Tras este momento tan emotivo, subo a la moto y arrancamos, cruzando la aldea y despidiéndome de todos al paso. Por una parte, me siento feliz de haberles podido conocer y haber aportado mi granito de arena, pero por otra me siento triste y cruel por abandonarlos. Supongo que es esta mezcla de sensaciones la que hace que, durante prácticamente todo el camino, Mr.Bram y yo no crucemos ni una palabra. Me limito a disfrutar del paisaje y a flotar en una nube de agradecimiento y pena. 

Paramos a poco más de medio camino, lo cual agradezco, ya que mi espalda comienza a resentirse. Al lado derecho se encuentra la playa y al lado izquierdo, unos árboles que tienen el tronco más grande que he visto jamás. Un grupo de niños se acerca para hablar conmigo y pedirme que les saque fotografías. Mr.Bram me cuenta que son los hijos de los ex presidiarios que realizan tareas sociales en esta zona, antes de conseguir la libertad absoluta. Las familias de estos acuden los domingos para visitarles y pasar todos juntos el día en la playa y en sus instalaciones.

Tronco del tamaño de tres o cuatro motocicletas alineadas

Seguimos la ruta hasta Sambelia y una vez allí, Mr.Bram me lleva directamente a unos bungalows que tiene un conocido suyo. En primer lugar, me muestran una habitación enorme, con dos grandes camas de matrimonio y un baño. El precio es el más elevado que me han pedido nunca por tan solo dormir. Entonces, pido una habitación más pequeña, dado que voy a dormir sola y me ciño a un presupuesto más bajo.

Es entonces cuando la chica, un poco estúpida, me conduce a un bungalow maloliente, muy viejo y sucio. El colchón está tirado en el suelo y el baño se halla  bajando unas escaleras, en una especie de sótano mugriento. La diferencia de precio no es mucha, de modo que le pido a Mr.Bram que me lleve a otro lugar, puesto que no tengo ninguna intención de dormir ahí. 

Siguiendo la carretera de la playa, encontramos una casa familiar que alquila habitaciones. Aquí me ofrecen una habitación limpia y con terraza, además de desayuno incluido, la cual acepto muy a gusto después de negociar un buen precio. Luego, deposito mi equipaje y miro a Mr.Bram, que parece asombrarse por que haya conseguido una habitación normal a un precio correcto. En este preciso instante empiezo a desconfiar de él, ya que siento como si me hubiera querido engañar. 

A mi lado se aloja Giorgos, un hombre griego que trabaja como capitán de barco en la isla de Kos. Su gran afición consiste en la pesca submarina con arpón, es por eso que pasa sus vacaciones de invierno en países del sudeste asiático. Dice que aquí en Sambelia, cada día sale a pescar con el dueño de la casa y luego cocinan los pescados frescos para comer y cenar todos juntos. Giorgos aparenta ser un tipo con las ideas muy claras y seguro de sí mismo. 

No recuerdo cómo, terminamos hablando de la situación laboral, el gobierno, la salud, los bancos y todos aquellos temas que preocupan a la población hoy en día. Entonces, el griego me explica la cruda realidad sobre la economía mundial, la cual desconocía por completo y todavía no soy capaz de transmitir con propiedad. Él ha estudiado mucho, ha trabajado para grandes bancos y ha iniciado unos cuantos negocios propios. Finalmente, se ha dado cuenta de que lo que le habían enseñado no valía para nada, porque toda la teoría estaba manipulada para favorecer el sistema, y con él, a los que dominan el mundo. 

La verdad es que este tipo de charlas me resultan muy interesantes, aunque luego me dejan bastante afectada durante unas horas, ya que me siento insignificante e impotente ante un mundo donde nada podemos controlar, aparte de nuestra mente, que nos hace poder disfrutar de los buenos momentos y superar los malos de la mejor manera posible. Todo lo demás, consiste en una gran trama teatral para el beneficio de los actores. Y eso me duele, porque el significado de libertad y justicia está muy limitado. 

Ahora me doy cuenta de que hay algo que debo superar; porque la injusticia mundial siempre puede conmigo; además de indignada me hace sentir muy triste y plantearme el sentido de mi existencia. Pienso en cómo encontrar un método para canalizar esta frustración y convertirla de manera práctica, en algo constructivo. Giorgos apuesta por una revolución individual, en la que cada uno, con la información en su poder, fomente todo lo que le hace bien y deje de lado aquello en lo que el sistema pretende convertirle. 

Mr.Bram me reclama para ir a ver el primer terreno, cosa que ahora ya ni me apetece. Aun así, me despido de Giorgos y subo a la moto. Al llegar allí, dos amigos de Mr.Bram me enseñan una gran parcela situada en una preciosa playa, a un precio realmente barato. Pero el acceso hacia el terreno y la proximidad de unas torres eléctricas no son de mi agrado, así que les digo claramente que no me interesa en absoluto. 

Durante la comida con Mr.Bram, me asaltan muchas dudas acerca del contrato de compra del terreno, del tiempo que necesito para realizar esta inversión y si algún día llegaría a recuperarla. Él no hace más que convencerme de que todo va a ir bien, cosa que me hace sospechar que tenga algún interés detrás de todo esto. 

Después de comer, nos dirigimos hacia otra parcela, otra vez con sus dos amigos. Cruzamos una pequeña aldea de unos cincuenta habitantes donde trabajan manualmente la producción de azúcar de coco, calentando el agua de este a gran temperatura y removiendo hasta que queda una masa espesa y marrón que luego debe secar. Justo al pasar esta aldea, se encuentra la parcela junto al mar. Las vistas son impresionantes, el lugar es muy bonito y tranquilo y ofrece muchas posibilidades. 

Entonces, todos ellos pasan un rato hablando con el propietario, residente en la aldea. Mientras espero a que Mr.Bram me traduzca la información, paso el tiempo jugando con los niños de la aldea a escondernos. También practico mi indonesio con las mujeres, que se ríen de mi nivel, a pesar de que yo piense que ya me puedo defender bastante bien en conversaciones cotidianas. Luego, abren varios cocos y vierten su agua en vasos para tomarla todos juntos.

Sin venir a cuento, Mr.Bram me pregunta si mañana voy a querer ir a Gili Kondo, la pequeña islita virgen y deshabitada de enfrente, a la cuál se accede en barca. Yo le contesto que probablemente sí, entonces él recomienda que vaya con su amigo, el cual me mira de arriba a abajo, expectante. Cuando le pregunto por el precio, termino por desconfiar totalmente de él, ya que al principio creí que quería ayudarme de manera desinteresada y poco a poco veo cómo me ha traído hasta aquí para el beneficio de sus amigos, e incluso empiezo a pensar que quizá pretenda llevarse alguna comisión a mi costa.

Me siento confundida. El motivo principal por el que vine hasta aquí fue para labrarme un futuro, primero como guía turístico creando alguna ruta atractiva; aunque vistas las dificultades, opté por que lo mejor sería invertir en la compra de un terreno y la construcción de un pequeño alojamiento para los visitantes, dejando lo de la ruta para más adelante. Actualmente, no estoy nada convencida de ello y la idea de quedarme a trabajar aquí, lejos de toda mi familia y mis amigos, sin poder ahorrar para siquiera viajar una vez al año, me aterra.

Más tarde, Mr.Bram me explica todo lo que han hablado, la verdad es que no hay ningún tipo de dificultad tal y como él plantea las cosas. Yo ya no estoy receptiva, algo me dice que no debo hacerle más caso. Cuando está dispuesto a volver a Tete Batu, me pide dinero por las molestias de venir hasta aquí y ayudarme. En este momento, dándole lo que pide, doy por terminada nuestra "amistad".

Hoy es el día de las contradicciones por excelencia. Estoy vacía, frustrada por no haber podido sacar esto adelante. Por otra parte, siento que estoy en el buen camino, orgullosa de no haber decidido dar el paso. A ratos me replanteo el futuro y tengo ganas de encontrar una salida, aunque otros momentos los dedico simplemente a relajar el cuerpo, disfrutar de cada detalle y pensar que lo que tenga que venir, vendrá. Me doy cuenta de que es fácil para mí sentirme como una persona libre, aventurera y positiva al mismo tiempo que siento inconformismo, desilusión y frustración. En ocasiones, creo que estoy fatal, otras simplemente pienso que cada persona es un mundo y todos tenemos nuestras cualidades y debilidades. 

Ya sola, tumbada en mi cama, paso mucho rato soñando despierta, ahora con vivir en Ibiza, la isla de la cual estoy realmente enamorada desde hace mucho tiempo. Sueño con trabajar parte del año allí y viajar el resto del tiempo. Lo concibo como mi plan ideal de vida, junto a Tea, un huerto con gallinas y un hijo. Ahora sólo debo encontrar el tipo de negocio que me conviene arrancar si no quiero volver a caer en la hostelería. Barajo muchas opciones, mi cabeza está hecha un lío y no sé por dónde empezar.

Giorgos vuelve de pescar. Trae unos cuantos peces grandes, cada uno de diferente color y forma. Me invita a cenar con ellos, aunque todavía deben hacer el fuego y asar el pescado. Aunque nunca he sido muy amante de este alimento, pienso que no puedo desperdiciar la ocasión de comer pescado que hace una hora todavía nadaba. Además, Giorgos me convence de que es lo más sano que puedo encontrar en ese lugar, ya que en los warungs sólo hacen que freír con aceite de palma todo lo que se les pone por delante.

Mientras se asa el pescado, Giorgos se convierte en mi coacher personal. Me advierte de que no invierta capital en ningún negocio si no dispongo de mucho dinero y soy todavía inexperta, ya que corro mucho riesgo. Él aconseja que vuelva a España, donde tengo la ventaja de conocer mejor lo que voy a vender y de qué manera hacerlo. Además, dice que la mejor manera que tengo ahora de comenzar, es creando una página web y ofreciendo mis servicios. Todas las palabras que salen por su boca son duras, contundentes, con comentarios bastante ofensivos, pero al fin, reales.

Ahora, me paro a digerir toda la información y creo que el destino me ha puesto delante una voz que me guía, acorde con lo que yo ya sentía. Aprecio totalmente el haberme cruzado con esta persona, aunque a ratos me resulte cargante y me recuerde a los sermones que mi padre me mete de vez en cuando. Al fin y al cabo, debemos aprender a escuchar y a procesar todos los sabios consejos, por mucho que vayan en contra de nuestras ilusiones.

Toda la familia, Giorgos y yo comemos el pescado, verdaderamente exquisito. Lo acompañamos de una ensalada griega que han preparado especialmente para Giorgos y arroz hervido, ya que sin él el resto de la familia no puede concebir una cena. Al final del día logro sentirme en mi lugar, con nuevos proyectos en la cabeza, respaldada y segura. Sigo pensando también en la revolución individual de la que hablaba mi maestro, intentando integrarla en mi subconsciente.

Comparto una última charla en la terraza de Giorgos, antes de irnos a la cama. Le pregunto si mañana puedo ir con ellos a pescar, a lo que contesta que sí muy emocionado por tener a alguien con quien compartir su rutina. En sus ojos puedo ver soledad, lo cual me da tristeza, porque aparentemente tiene una vida estructurada y cómoda, pero se nota que le falta el amor, o al menos la amistad, ya que deseo fervientemente compartir todo lo que es suyo y no pasar ni un momento solo. Finalmente, me voy a la cama; creo que hoy puedo ir con un gran aprendizaje a las espaldas y que merece la pena haber venido hasta aquí.

Al levantarme, desayuno una sopa de fideos, verduras y huevo duro. Seguidamente, voy a dar un largo paseo a la playa, ya que no saldremos a pescar hasta la una del mediodía. Caminar por la orilla mirando al horizonte me abre la mente, me relaja y me hace ver la grandeza de la vida una vez más. Un árbol solitario en medio del agua me hace pensar en Giorgos, entonces me dedico a comparar las cualidades y debilidades de ambos y me doy cuenta de que son almas gemelas.

Giorgos; metafóricamente hablando

Más adelante, muchos niños juegan en la playa y me quedo un rato observándolos porque sus risas y gestos me dan mucha vida. Se acercan paulatinamente para pedirme fotografías, como siempre. Yo acepto encantada, iniciando pequeñas conversaciones que me evaden de los pensamientos acerca de mi futuro. Entonces no imagino mi vida sin un hijo, el instinto maternal me aflora constantemente y me dan ganas de tener ya estabilidad para poder criar uno.

Sigo paseando, siguiendo las huellas de un perro en la arena. Me pregunto hacia dónde habrá ido, puesto que aquí los perros no tienen dueño ni casa, son auténticos viajeros supervivientes, expuestos todo el día al peligro de las carreteras y de las personas que les pegan con palos o piedras al acercarse a su comida o a sus hijos. Esto me hace reflexionar sobre la diferencia del trato que se les da a los perros en España y el que se les da aquí. Y la verdad que al final concluyo con que los animales son un gran problema en todas partes si no son queridos.

Rumbo perruno

De pronto, doy la vuelta porque no llevo reloj, pero me da la impresión de que han pasado ya casi dos horas. Pregunto la hora a un chico que intenta pescar algo con su caña, aunque sólo ha sacado un pequeño pez de unos diez centímetros de longitud. Mientras me contesta, pienso en la paciencia que hay que tener para pescar con caña y lo divertido que, en cambio, puede resultar pescar con arpón. Tengo ganas de que cojamos ya la barca y nos alejemos hacia las pequeñas islas que se ven allí donde termina la visibilidad.

Hace mucho calor, tengo toda la ropa pegada al cuerpo, así que nada más llegar saludo a Giorgos y me voy directa a la ducha. Ya bajo el agua, escucho como una voz grita desde fuera.

-Silvia! We are going to have lunch, come when you are ready, ok?! -es Giorgos, invitándome a la mesa para comer-

-Ok, thank you! I'm ready in five minutes! -le contesto, mientras froto mi cuerpo con la esponja-

Después de un guiso de pescado con verduras y arroz, estamos preparados para salir al mar. Somos cuatro: el dueño de la barca, el dueño de la casa, Giorgos y yo; que estoy muy contenta por tener la posibilidad de ir con ellos a vivir la experiencia real, no la preparada para comercializar turísticamente.

En unos veinte minutos, estamos situados en el medio de dos de las islas, en las cuales predominan los árboles y las aves. Apenas hay arena, sólo veo una pequeña playa en una de ellas. Paramos el motor y echamos el ancla. No hay mucha profundidad, así que veo perfectamente el fondo, con muchas estrellas de mar, todas azules. Espero a que Giorgos se tire al agua y me calzo las aletas para ir tras él. La vida marina aquí es espectacular, primero doy una vuelta para conocer el terreno, aunque luego decido dejarme llevar por la corriente, algo más inteligente para no cansarme, ya que de todos modos, los otros dos hombres nos esperarán en el barco y nos recogerán en cualquier punto donde terminemos.

Intento aguantar tanto como Giorgos en las inmersiones, aunque no soy capaz de estar más de treinta o cuarenta segundos sin respirar. Veo como dispara un par de veces, una fallida y otra con suerte. Entonces, pide que me aleje para no despistar a los peces y yo sigo a mi ritmo, haciendo vídeos de todas las maravillas submarinas que encuentro al paso, sumergiéndome para perseguir a los peces y tocar los diferentes tipos de coral, de algas y de estrellas.

Luego subo un rato a la barca, donde los otros dos hombres están intentando pescar tan sólo lanzando un hilo con un peso, un cebo y un anzuelo. Yo hago lo mismo durante un rato, pensando que quizá tenga la suerte del principiante, aunque no hay manera, pronto me aburro y vuelvo a sumergirme en el agua.

Al final del día, el resultado son seis peces de unos cuarenta centímetros cada uno. También un color rojizo en toda mi piel, ya que olvidé untarme antes de salir. El sol está a punto de esconderse, volvemos surcando las olas, cansados pero alegres. Giorgos se tumba a lo largo de la barca, dice que le duelen bastante las piernas y los pies. No me extraña, ya que ha pasado unas cinco horas dándole a las aletas. Yo aprovecho para sentarme en la proa, contemplando el cielo rosado y cantando canciones que me apetecería que sonaran.

Al llegar a nuestro hogar, cada uno va a ducharse rápidamente y nos reunimos junto al fuego para asar los pescados. Yo me alejo un rato, yendo a comprar algunos snacks para compartir con todos ellos, ya que me siento en deuda por todo lo que me están ofreciendo de manera gratuita. Sé que no es mucho, pero pretendo ofrecerles un pequeño capricho inesperado.

Durante la cena, anuncio que mañana me gustaría ir hacia algún otro lugar para aprovechar el tiempo que me queda aquí. Giorgos trata de convencerme de que en ningún sitio me voy a sentir tan cómoda y que no crea que voy a ver grandes cosas que me van a impactar, además de darme su opinión acerca de las personas que quieren ver muchos lugares cuando viajan; que para él somos personas que huimos de algo en nuestra vida. No lo critico, sólo me limito a escuchar y plantearme que pueda ser cierto, aunque tampoco su manera de viajar me parece atractiva, así que ignoro el comentario.

Termina un día más en Sambelia, con dudas de hacia dónde ir mañana, aunque pienso despejarlas en el mismo momento de partir, ya que así es como me gusta, de manera libre y dejando que todo fluya por sí mismo, sin ataduras ni presiones de ningún tipo. 

2 comentarios:

  1. Menos mal que no te dejaste enredar, me alegro de que tengas buena intuición, como yo! será porque somos signo cáncer? igual es por eso...
    Yo estoy segura de que en España puedes encontrar tu futuro, más aún tu que tienes muchas habilidades y entre ellas el inglés fluido. Estoy segurísima de que tu sitio es en España, ya no te digo en Barcelona, que por mi mejor, pero que no hace falta que te vayas tan lejos, eso también.
    Un beso enormeeeee

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    1. Jajajaj la adivina!! pues yo no tengo nada claro, hermana, cada día menos!! pero bueno, me dejaré llevar y lo que esté preparado para mí, pues bienvenido sea...

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