El ferry hacia Bangsal, el puerto del norte de Lombok, sale a las ocho de
la mañana. Esperando a su salida, en Gili Meno, me dirijo hacia una pequeña
tienda a comprar algo para desayunar y a mirar si venden mochilas, ya que la
cremallera de la que me regaló mi madre ha dejado de funcionar por completo.
Allí, una pareja mayor de españoles está tomando café y, al oírlos hablar, me
uno a ellos. Son madrileños, viven en Mallorca y viajan por todo el mundo;
están retirados y su hijo trabaja como instructor de buceo en diferentes puntos
del trópico. Hablo con la mujer casi todo el rato; el hombre no está muy
receptivo y me cuestiono si habré llegado en mal momento, porque tienen la
pinta de estar enfadados entre ellos.
Una vez en Bangsal y sin poner ni un pie en tierra, un hombre parece
reconocerme y me indica que debo ir con él para hacer el trekking a Rinjani. Me
despido del matrimonio, que me desea mucha suerte, y salto de la barca para
seguir al hombre. Éste me hace montar rápidamente en su moto y me dirige hacia
la oficina, donde ya está esperando todo el grupo de personas que haremos la
actividad.
-Excuse me… I need a new bag, please!-le digo al hombre, mostrándole la
cremallera de la mía y sintiéndome un poco culpable por hacer esperar más al
resto-
-Ok, no problem. We can sell you one.-contesta él, dándome una alegría por
dar solución a mi problema-
En seguida, el hombre que me recogió llama a otro hombre, que coge su moto
instantáneamente para ir en busca de una nueva mochila. Me trae dos modelos,
uno más barato y otro más caro. Elijo el caro, ya que parece de mayor calidad.
Es una mochila negra con cuatro compartimentos, un poco fea, pero creo que hará
su uso.
Subo al asiento delantero de una gran furgoneta en la cual ya está todo el
grupo montado. Illay, una chica australiana, me acompaña en la parte de
delante, junto al conductor. Conectamos perfectamente y hablamos durante todo
el trayecto hacia Senaru, desde donde empezaremos el trekking. El resto del
grupo va completamente callado todo el rato, da la sensación de que todos y
cada uno de ellos está prestando absoluta atención a nuestra conversación.
Una vez llegados al lugar en cuestión, nos piden que una persona que vaya
sola cambie a otro grupo, para equilibrarlos. Illay y yo nos miramos,
cómplices, esperando a que otro sea el que se vaya para no separarnos.
Este pequeño detalle me hace retroceder en el tiempo y sentir lo mismo que
cuando hacíamos los grupos para jugar a fútbol durante la hora del patio en el
colegio. Si uno de los que elegía equipo era tu amigo, mantenías unas miradas
desde el principio que te aseguraban que ibas a estar con él. Y sin darnos ni
cuenta, aquél gesto era quizá de los más bonitos que teníamos con nuestros
amigos en aquella época.
Finalmente, un chico se ofrece para irse y empiezan las explicaciones sobre
la actividad, que nos dejan sin palabras. Probablemente sea porque ninguno de
los que estamos allí sabíamos ciertamente a lo que nos exponíamos. El señor
Arhima nos informa de que la primera etapa consta de una subida de diez horas
hacia el campamento base, con una parada de media hora para comer. Añade que
nos encontramos a seiscientos metros sobre el nivel del mar y que debemos subir
dos mil más hasta llegar al campamento. Una vez allí, por supuesto no habrá
posibilidad de ducharnos y hará mucho frío, por lo que debemos cargar durante
todo el camino con mucha ropa de abrigo.
Una vez terminadas las explicaciones, el señor Arhima nos da ánimos y todos
seguimos a Joe, el guía, para empezar la marcha.
Voy al lado de Illay, comentando que quizá el trekking sea un poco
exagerado para personas que no estén muy en forma, como nosotras. Pronto se une
otra chica a la conversación, ya que somos las tres únicas mujeres y vamos las
últimas. Nos reímos de lo duro que debe ser ser hombre en estas ocasiones, ya
que se ven con la obligación de demostrar que pueden ir tan rápido como el
resto aunque se estén ahogando. Joe va esperándonos y vigilándonos un poco más
adelante, diciéndonos desde el principio que esto no es ninguna competición y
que vayamos a nuestro ritmo, disfrutando del camino.
Unos minutos más tarde, la pendiente empieza a ser más y más pronunciada
cada vez, así que poco a poco dejamos de hablar y empezamos a hiperventilar. Yo
aprovecho también para tomar algunas fotografías del peculiar camino que
seguimos, lleno de raíces de árbol. Agudizo mis cinco sentidos para conectar
totalmente con la naturaleza y empaparme de todo lo que sucede en ella. En
particular, una especie de ciempiés amarillo y negro capta mi atención cada vez
que cruzo con uno de ellos.
Escaleras de raíz |
Quizá al cabo de una o dos horas, llega un momento en el cual tengo que
dejar de pensar en cualquier otra cosa que no sea mover las piernas. Es tanto
el esfuerzo que deben hacer mis músculos para seguir subiendo la pendiente, que
tengo que concentrar mi mente en ello exclusivamente. Cada vez que debo subir
un escalón, paro un momento a tomar aire profundamente, me hago a la idea de
subir una pierna y apoyo todo mi peso en ella con mis manos, impulsándome con
la otra pierna mientras expulso el aire de un soplido.
Cuando encuentro un pequeño tramo liso en el que recupero el aliento, aviso
a las otras dos chicas del pésimo estado físico en el que me encuentro, a lo
que ellas responden que sienten lo mismo que yo. Empiezo a bromear sobre la
situación por tal de crear un buen ambiente y seguir el camino con energía
positiva, aunque realmente me encuentre cada vez con menos capacidad para
respirar o para seguir moviendo las piernas.
Ahora vuelvo a retroceder al patio, esta vez haciendo educación física en
el instituto, para recordar la sensación de exhaustividad que allí, por primera
vez, tuve realizando la prueba de La Course Navette. La diferencia entre
aquello y esto es que en el instituto podía ver el final del sufrimiento en
cuanto llegaba al nivel donde me aprobaban con un suficiente, pero aquí no
alcanzo a ver el fin.
Cuando ya estoy imaginando que estoy enferma de los pulmones y que me va a
dar algo en breve porque el corazón me late a mil por hora, Joe se gira y nos
informa de que quedan tan sólo quince minutos para llegar al sitio donde
comeremos y descansaremos un rato. Doy mil gracias mirando al cielo y mi
cerebro ya únicamente da órdenes a mis músculos de seguir, seguir y seguir hacia
delante.
Los porters se han encargado de subir todo lo necesario para poder
prepararnos la comida en medio de la selva. Mientras cocinan, Illay y yo
yacemos mirando al cielo, sin pronunciar ninguna palabra. Algunos monos se
acercan para que les demos comida, aunque respondemos asustándolos para que se
vayan de nuestro lado y nos dejen descansar en paz. Tengo toda la ropa mojada
del sudor, así que me pongo un jersey encima para no resfriarme mientras
descansamos.
Fruto salvaje, comida para los monos |
El agotamiento no me deja pensar en nada más que en lo agradecida que estoy
por haber hecho esta parada. Pronto comemos una sopa de fideos, huevo y
verduras y unos trozos de piña. Sinceramente, puedo sentir como cada cucharada
me recompone tanto física como psíquicamente.
Seguimos la marcha, ahora con las pilas cargadas, mucho mejor. La chica que
iba antes con Illay y conmigo se va con su novio y el resto de los chicos, más
adelante. En su lugar tenemos a Lina, una chica alemana que sufre diarrea y
está agotada por la deshidratación. Según nos cuenta, anteriormente todo su
grupo la dejó atrás, incluso el guía; así que ahora prefiere seguir con
nosotras y con Joe.
Por el camino, debatimos sobre muchos temas como la contaminación, las
diferentes creencias religiosas y paranormales o la homosexualidad. Illay y yo
defendemos el feminismo absoluto en el mundo para su correcto funcionamiento,
con igualdad y justicia. Nos atrevemos a decir que no confiamos en el hombre y
que puede ser por eso que nos gusten las mujeres. Es en ese mismo momento en el
que nos enteramos de nuestros gustos, pero no por ello se ve afectada nuestra
relación, cosa que aprecio mucho por su parte.
Comienza a llover, primero fino y luego más fuerte. En algunos puntos el
bosque se ve blanco, cubierto de niebla espesa que se mueve ligeramente, como
un fantasma. Saco el chubasquero de la mochila, al tiempo que oigo como se
descose un asa y me quedo con un solo punto por donde colgarla a mi cuerpo.
Durante un rato, voy maldiciendo al fabricante y también al tipo que me la ha
vendido. Pronto se me pasa, ya que es más importante centrarme en dónde pongo
los pies para no resbalar.
Llegamos a un cobertizo donde nos refugiamos del gran diluvio, además de
descansar y comer unas galletas y unos cacahuetes. Intento sacarle el lado
positivo a esta experiencia, sintiendo lo bonito que es compartir la desgracia
y hacer de ella algo cómico. También me alegro por haber superado el terrible
momento de antes de comer y encontrarme en mejores condiciones ahora mismo.
Al seguir con el último tramo, las condiciones climáticas se tornan tan
drásticas que es imposible ver más allá de los propios pies de uno. La lluvia
no deja abrir los ojos y la niebla lo cubre absolutamente todo. El viento frío
sopla fuerte contra nuestra ropa mojada y el terreno rocoso y empinado no ayuda
a avanzar con facilidad. Se nos oye gritar de vez en cuando, en la lejanía,
supongo que de furia e impotencia.
Llego a un punto donde encuentro a Joe esperando y me propone avanzar sin
el resto, ya que el campamento queda muy cerca y los compañeros que están por
venir ya llevan otro guía para indicarles. Así que camino el último trozo
felizmente, imaginando el momento de tumbarme dentro de la tienda de campaña,
con ropa seca y dentro del saco, calentita. Justamente se empieza a hacer de
noche ahora, otra cosa por la cual puedo alegrarme enormemente, porque no
quisiera vivir lo mismo otra vez añadiéndole el factor oscuridad.
El campamento está casi listo, con todo el grupo prácticamente instalado.
Con las últimas fuerzas que me quedan, exploro un poco la zona mientras hago
tiempo para que llegue Illay y nos acomodemos en una de las tiendas. La verdad
es que no se puede apreciar nada, sólo puedo leer unos paneles informativos
sobre las vistas, las cuales espero ver mañana.
Nos adjudican una tienda de campaña con la tela y la cremallera rota.
Automáticamente, Illay entra en cólera con Joe, exigiendo una solución
inmediata a este problema, ya que el frío y la lluvia pueden traspasar
fácilmente durante la noche. Joe hace lo que puede quitándose su chubasquero,
echándolo por encima de los agujeros y atándolo por los extremos al suelo. El
pobre va en manga corta y en chanclas, está tiritando y supongo que deseando
hacer fuego para calentarse, ya que los guías y los porters no disponen de tienda
ni de sacos para dormir, sólo de una gran malla impermeable donde resguardarse
de la lluvia.
En cuanto terminan los apaños, nos quitamos la ropa mojada, entramos en la
tienda y nos metemos dentro del saco, bastante mojado por algunas partes. No
podemos creer todo lo que está sucediendo, no dejamos de expresar lo mal que lo
hemos pasado, lo agotadas que estamos y lo increíble que nos parece el duro
trabajo que hacen estos chicos a diario. Ellos cargan con el agua, la comida,
la vajilla, las tiendas, los sacos, las esterillas y aun así parecen no estar
cansados.
De repente nos vemos sumidas en una situación mental extrema, donde la pena
que nos damos nos hace reír y por cualquier cosa nos meamos, incluso
literalmente. Entre las dos, lo llegamos a definir como histeria. El viento
sacude la tienda fuertemente, el resplandor de los relámpagos invade nuestro
espacio, los perros aúllan o se pelean entre sí a nuestro alrededor, el saco no
se sabe si nos da calor o más frío, un chico de la tienda de al lado ronca y
otro nos manda callar, cada vez que queremos salir a mear es una absoluta
odisea que intentamos evitar y aun así no deja de producirse; toda la situación
es en sí cómica, aunque verdaderamente molesta.
Cuando nos calmamos un poco, hablamos sobre nuestro pasado. Illay me cuenta
una larga historia acerca de su familia, ya que su abuela es judía y escapó de
la Alemania nazi hacia Australia. Allí conoció a su abuelo y tuvieron a su
padre, el cual ya con su mujer e hijas, quiso ir a vivir a Israel. Por lo que me
cuenta, Israel e Indonesia no guardan muy buena relación, es por eso que ella
se presenta como australiana aquí. También me explica que hace unos años, ella
quiso conocer Alemania y se quedó allí, con lo que a día de hoy trabaja como
compositora y violonchelista en Berlín.
Aprovecho para comentarle que mi expareja, Sabrina, se encuentra en Berlín
estudiando y trabajando a través de un programa de formación y empleo en
cooperación con España. Y llega el momento de contarle toda mi vida a Illay,
acerca de mi familia, mis amigos, mis parejas, los lugares en los que he
trabajado y en los que he vivido.
Sin pedirlo ni esperarlo, Joe nos trae un té a cada una, lo cual nos hace
sentir especiales dentro de la desgracia. Por lo menos terminamos el día viendo
el lado positivo de esta aventura, ya que concebimos el habernos conocido como
una gran recompensa.
Paso una noche horrible, creo que la peor de mi vida. Hace mucho frío, un
perro me empuja desde fuera para estar junto a mí y que le de calor humano.
Illay me empuja por su lado para que le deje más espacio. El suelo es muy duro,
las piedras se me clavan por todo el cuerpo y apenas siento los brazos y las
piernas, que se duermen a cada rato. Necesito una almohada por lo menos para
apoyar la cabeza, pero todo lo que tengo para hacer bulto está mojado. Espero a
que pasen las horas con desesperación, echando pequeñas cabezadas entretanto.
Por fin se empieza a hacer de día. Oigo llover, espero impaciente a que
cese para poder salir a mear tranquila. Pronto comienzo a oír voces e imagino
el final de esta pesadilla al levantarme, estirar las articulaciones y contemplar
el maravilloso paisaje que me espera para la ruta de hoy.
-Pero qué ilusa!-digo exclamándome, totalmente decepcionada al ponerme de
pie fuera de la tienda y ver el panorama-
El haber pronunciado estas palabras en voz alta me hace recordar a mi amiga
la de la iguana, que durante una época de nuestra adolescencia, no dejaba de
utilizar esta expresión.
El cielo sigue completamente cubierto, la niebla persiste y el frío es
apabullante. El cuerpo me pesa más que nunca, me cuesta desplazarme e incluso
agacharme para mear. Veo al perro que me ha estado incordiando toda la noche,
temblando de frío, todavía acurrucado por la parte de fuera encima del trozo
donde supuestamente iba a dormir yo. Se me encoge el corazón al verle y
automáticamente le digo, mirándole: “¿pero qué haces aquí, cariño? Con lo a
gusto que vivirías abajo en la playa!”.
Vuelvo a entrar en la tienda e Illay se despierta para decirme que no le he
dejado dormir en toda la noche, lo cual no me sienta nada bien ya que me siento
extremamente puteada, por definirlo de un modo claro y conciso.
Después de aclarar el tema entre las dos, Joe nos trae el desayuno a la
tienda y lo compartimos mientras imaginamos el asco de día que nos espera hoy
también. Vuelven los ataques de risa al sentirnos nuevamente desbordadas, cosa
que apreciamos para empezar el día con algo de alegría.
Pronto, se comunica a todo el grupo que las condiciones meteorológicas no
son nada favorables para continuar con el plan establecido, así que deberemos
bajar otra vez por el camino que vinimos sin poder ver ni el volcán, ni el
lago, ni nada de nada.
Ahora la que monta en cólera soy yo, puesto que no puedo creer que haya
pagado ochenta euros para vivir el peor día de mi vida y encima perderme lo
único bueno de la actividad. Nadie más se queja, ya que todos están deseando
terminar con todo esto cuanto antes. Yo enfurezco ante Joe, avisándole de que
en cuanto baje pienso estar reclamando en la oficina hasta que me devuelvan el
dinero de esta estafa de trekking.
Por si fuera poco, las agujetas en todos los músculos de las piernas hacen
que la bajada sea aún más terrible que la subida. Illay resbala todo el tiempo
en el barro, así que decide ir tan lenta que nos quedamos otra vez atrás de
todo, con Joe.
El asa que todavía quedaba para sujetar mi mochila se desprende también,
ahora tengo que apañármelas para atar las dos asas sueltas entre sí y llevar la
mochila como si fuera un bolso. Además, el pantalón que traía de recambio me va
tan grande que tengo que atarme el pañuelo de Illay a la cintura para que no se
me caiga. Una vez todo remendado, sigo la marcha con un enfado creciente.
De repente recuerdo que hoy es el cumpleaños de mi madre, así que por lo
menos me alegro de poder regresar a la civilización y encontrar un lugar con
Internet para poder hacer una video-llamada y felicitarla. Al decírselo a
Illay, ella me cuenta que hoy también es el cumpleaños de una de sus mejores
amigas; entonces ella también lo aprecia.
Hacemos varias y largas paradas para beber, comer, tumbarnos o simplemente
charlar un rato. De este modo, se hace más ameno aunque tardemos más. A medida
que pasa la mañana, nos vamos encontrando con gente que sube hacia el
campamento. Yo estoy tan quemada que no dejo de quejarme sobre nuestra maldita
experiencia, deseándoles que no les ocurra lo mismo.
Joe no deja de babear con todas las chicas que se nos cruzan. Está
preocupado porque tiene veintiséis años y nunca ha tenido ninguna relación
sexual. Nos explica que un amigo suyo le recomendó practicar sexo con extranjeras
y no con indonesias, alegando que las extranjeras aguantaban mucho más y tenían
más carne que agarrar. Illay y yo estamos alucinadas con él, ya que parecía muy
serio y de repente va y confiesa todo esto.
A partir de este momento, el tema de conversación para Joe es el sexo
exclusivamente. No deja de hacernos todo tipo de preguntas, describirnos sus
imaginaciones e incluso proponernos si le podemos hacer el favor de ser su
primera experiencia. Ahora sí que alucinamos con la situación, utilizándola al
menos para reírnos un rato.
El último trozo se hace muy pesado, las piernas ya no dan para más y sólo
pensamos en ducharnos y acostarnos. Más tarde hacemos una reflexión sobre los
límites humanos, de donde extraemos que sólo la muerte puede pararnos por completo.
También hablamos sobre cómo, paradójicamente, somos tan susceptibles a
cualquier daño o enfermedad y el poco control real que tenemos sobre nuestras
vidas.
Pasadas unas horas, estamos a punto de llegar a la oficina desde donde ayer
partimos. Illay y yo preparamos el discurso para quejarnos ante el señor
Arhima, dueño de esta compañía de trekking. Joe teme que éste tome represalias
contra él por ser el responsable de nuestro grupo. También nos avisa de que
seguramente no consigamos ningún tipo de compensación por su parte, ya que
varias veces ha reclamado otra gente y nunca se les ha devuelto nada.
Una vez llegamos a la oficina, el chófer está esperándonos para
trasladarnos hacia donde tengamos pensado ir, ya que el transfer de ida y
vuelta estaba incluido en el precio del pack.
-We would like to talk to Mr. Arhima, please.-pido al empleado que me
devuelve la mochila de viaje que dejé aquí guardada-
-He’s not here.-me contesta el empleado, sin intención de ayudarme a
encontrarle-
-Do you have his phone number? Can you call him, please?-le replico, mostrándome
totalmente seria y mosqueada-
El chico le llama y en menos de dos minutos aparece el señor Arhima subido
a una gran moto con una chupa de cuero. En cuanto apaga el motor y me dirige la mirada, empiezo a contarle cuál
era el plan que ayer nos propuso antes de salir y cuál ha terminado siendo en
realidad. Él me mira, sonríe y dice que no es su problema.
Illay salta al ataque desde el maletero abierto del coche, donde está
sentada. Defiende que deberíamos haber sido avisadas de que posiblemente no se
podría acceder al volcán, ya que de este modo no hubiéramos iniciado el
trekking. El tipo se enciende un cigarro y nos acusa de peseteras, diciendo que
ninguno de nuestros compañeros se ha quejado de nada excepto nosotras.
Tras una larga discusión y varias acusaciones por ambas partes, el hombre
se vuelve agresivo, sacando nuestras maletas del coche y diciendo que nos
vayamos a pie, intentando cerrar el maletero con las piernas de Illay entre
medio y gritando a voces en indonesio, totalmente ido de sí.
Visto que no hay nada que hacer, metemos nuestras cosas en el coche,
montamos en él y le decimos al chófer hacia dónde queremos ir, maldiciendo al
señor Arhima a través de la ventana y haciendo fotos del lugar con la promesa
de difundir toda la historia por Internet. El chófer trabaja para el señor
Arhima, pero a juzgar por la cara que pone, no parece que defienda su modo de
reaccionar.
La lluvia es intensa y constante. Illay quiere ir a Bangsal para tomar el
ferry hacia Gili Meno, yo quiero ir a Senggigi para pasar una noche tranquila
allí y poder decidir cuál es mi siguiente destino con calma, desde un buen
punto de conexión con el resto de la isla. Informo a Illay de los lugares que
debe visitar en Gili Meno y dónde puede alojarse y comer por poco dinero. Está
muy contenta, porque todo lo que le cuento de esa isla parece un paraíso en
comparación a lo que hemos vivido.
Ya en Bangsal, recibimos dos noticias. Una mala y una buena. La mala es que
el último ferry hacia Gili Meno ya ha salido y la buena es que nos encontramos
con el tipo que vendió el ticket del trekking a Illay, discutimos con él acerca
de todo lo ocurrido y finalmente nos ofrece una noche de hotel gratuita para
ambas. No es gran cosa, pero hace que nos sintamos un poco más comprendidas y
recompensadas.
Illay decide venir conmigo a Senggigi y volvemos a subir al coche, que aún
está esperando para llevarnos donde necesitemos. Mucho más alegres, bromeamos
sobre lo que nos espera en el hotel de esta noche, sin parar de reír. El
conductor nos observa por el retrovisor como si llevara a dos locas al
manicomio y eso nos hace más gracia si cabe.
La carretera bordea la costa oeste de Lombok, con magníficas vistas de
playas paradisíacas sin edificio alguno, tan solo rodeadas de una gran
extensión de palmeras. Los últimos rayos de sol reflejados en el mar nos llenan
de paz e ilusión por seguir viajando y descubriendo, olvidando la mala
experiencia ya pasada.
El coche frena. Paramos frente a un restaurante, una pequeña callecita y un
punto de información turística. El chófer baja y se dispone a sacar nuestras
mochilas del maletero mientras nosotras intuimos que ya hemos llegado al hotel
donde pasaremos la noche.
En seguida aparece un chico que pide que le acompañemos. Andamos tras él
por la callecita, a través de un jardín y una terraza, donde empezamos a
escuchar el sonido de las olas del mar, cada vez más y más fuerte; Illay y yo
nos miramos y sonreímos. Finalmente, llegamos a la puerta de la habitación. En
el interior hay dos camas, un ventilador y un simple baño. No necesitamos más,
así que nos parece perfecto.
Mientras Illay se ducha, me conecto a Internet e intento localizar a mi
madre, a través de Tea y de mi hermana, para poder felicitarla. Reconozco que
no soy amante de la tecnología, aunque en esta precisa ocasión valoro mucho el
haber dado con una habitación con acceso a Internet.
Desde la terraza observo el cielo anaranjado, preguntándome qué debe
guardar el destino para mí. Creo que el día termina con todos los propósitos
cumplidos, así que no me puedo seguir quejando y aprendo a disfrutar de los
mejores momentos para olvidar los peores cuanto antes. Y por supuesto, nadie
sabe lo que pasará mañana, pero lo cierto es que todo lo que pase, como cada
día, se valorará únicamente bajo la fuerza mental de cada uno.
Menuda pesadilla! me he cansao desde el momento en que he leído 10 horas andando... jajaja
ResponderEliminarVas muy atrasada con el blog! estamos a día 12 y hablas del día 3! reclamación por abandono a tus lectores! jjajaj
Yo no estoy nada animada y según parece mucho tiene que ver con que tu no estés, aunque yo no soy consciente de ello al completo.
Ojalá vuelvas a casa muy pronto.
Besos
Hola Patri!! cuantos días, es verdad... es que no he tenido Internet en casi ninguna parte y tampoco mucho tiempo para escribir en sitios con enchufe.Me sabe muy mal no escribir apenas, pero no puedo hacer mucho más... bueno, ya hablamos por mail o videollamada!! besos hermana!!
Eliminar