lunes, 12 de enero de 2015

18.roturas y maldiciones


El ferry hacia Bangsal, el puerto del norte de Lombok, sale a las ocho de la mañana. Esperando a su salida, en Gili Meno, me dirijo hacia una pequeña tienda a comprar algo para desayunar y a mirar si venden mochilas, ya que la cremallera de la que me regaló mi madre ha dejado de funcionar por completo. Allí, una pareja mayor de españoles está tomando café y, al oírlos hablar, me uno a ellos. Son madrileños, viven en Mallorca y viajan por todo el mundo; están retirados y su hijo trabaja como instructor de buceo en diferentes puntos del trópico. Hablo con la mujer casi todo el rato; el hombre no está muy receptivo y me cuestiono si habré llegado en mal momento, porque tienen la pinta de estar enfadados entre ellos.

Una vez en Bangsal y sin poner ni un pie en tierra, un hombre parece reconocerme y me indica que debo ir con él para hacer el trekking a Rinjani. Me despido del matrimonio, que me desea mucha suerte, y salto de la barca para seguir al hombre. Éste me hace montar rápidamente en su moto y me dirige hacia la oficina, donde ya está esperando todo el grupo de personas que haremos la actividad.

-Excuse me… I need a new bag, please!-le digo al hombre, mostrándole la cremallera de la mía y sintiéndome un poco culpable por hacer esperar más al resto-

-Ok, no problem. We can sell you one.-contesta él, dándome una alegría por dar solución a mi problema-

En seguida, el hombre que me recogió llama a otro hombre, que coge su moto instantáneamente para ir en busca de una nueva mochila. Me trae dos modelos, uno más barato y otro más caro. Elijo el caro, ya que parece de mayor calidad. Es una mochila negra con cuatro compartimentos, un poco fea, pero creo que hará su uso.

Subo al asiento delantero de una gran furgoneta en la cual ya está todo el grupo montado. Illay, una chica australiana, me acompaña en la parte de delante, junto al conductor. Conectamos perfectamente y hablamos durante todo el trayecto hacia Senaru, desde donde empezaremos el trekking. El resto del grupo va completamente callado todo el rato, da la sensación de que todos y cada uno de ellos está prestando absoluta atención a nuestra conversación.

Una vez llegados al lugar en cuestión, nos piden que una persona que vaya sola cambie a otro grupo, para equilibrarlos. Illay y yo nos miramos, cómplices, esperando a que otro sea el que se vaya para no separarnos.

Este pequeño detalle me hace retroceder en el tiempo y sentir lo mismo que cuando hacíamos los grupos para jugar a fútbol durante la hora del patio en el colegio. Si uno de los que elegía equipo era tu amigo, mantenías unas miradas desde el principio que te aseguraban que ibas a estar con él. Y sin darnos ni cuenta, aquél gesto era quizá de los más bonitos que teníamos con nuestros amigos en aquella época.

Finalmente, un chico se ofrece para irse y empiezan las explicaciones sobre la actividad, que nos dejan sin palabras. Probablemente sea porque ninguno de los que estamos allí sabíamos ciertamente a lo que nos exponíamos. El señor Arhima nos informa de que la primera etapa consta de una subida de diez horas hacia el campamento base, con una parada de media hora para comer. Añade que nos encontramos a seiscientos metros sobre el nivel del mar y que debemos subir dos mil más hasta llegar al campamento. Una vez allí, por supuesto no habrá posibilidad de ducharnos y hará mucho frío, por lo que debemos cargar durante todo el camino con mucha ropa de abrigo.

Una vez terminadas las explicaciones, el señor Arhima nos da ánimos y todos seguimos a Joe, el guía, para empezar la marcha.

Voy al lado de Illay, comentando que quizá el trekking sea un poco exagerado para personas que no estén muy en forma, como nosotras. Pronto se une otra chica a la conversación, ya que somos las tres únicas mujeres y vamos las últimas. Nos reímos de lo duro que debe ser ser hombre en estas ocasiones, ya que se ven con la obligación de demostrar que pueden ir tan rápido como el resto aunque se estén ahogando. Joe va esperándonos y vigilándonos un poco más adelante, diciéndonos desde el principio que esto no es ninguna competición y que vayamos a nuestro ritmo, disfrutando del camino.

Unos minutos más tarde, la pendiente empieza a ser más y más pronunciada cada vez, así que poco a poco dejamos de hablar y empezamos a hiperventilar. Yo aprovecho también para tomar algunas fotografías del peculiar camino que seguimos, lleno de raíces de árbol. Agudizo mis cinco sentidos para conectar totalmente con la naturaleza y empaparme de todo lo que sucede en ella. En particular, una especie de ciempiés amarillo y negro capta mi atención cada vez que cruzo con uno de ellos. 

Escaleras de raíz

Quizá al cabo de una o dos horas, llega un momento en el cual tengo que dejar de pensar en cualquier otra cosa que no sea mover las piernas. Es tanto el esfuerzo que deben hacer mis músculos para seguir subiendo la pendiente, que tengo que concentrar mi mente en ello exclusivamente. Cada vez que debo subir un escalón, paro un momento a tomar aire profundamente, me hago a la idea de subir una pierna y apoyo todo mi peso en ella con mis manos, impulsándome con la otra pierna mientras expulso el aire de un soplido.

Cuando encuentro un pequeño tramo liso en el que recupero el aliento, aviso a las otras dos chicas del pésimo estado físico en el que me encuentro, a lo que ellas responden que sienten lo mismo que yo. Empiezo a bromear sobre la situación por tal de crear un buen ambiente y seguir el camino con energía positiva, aunque realmente me encuentre cada vez con menos capacidad para respirar o para seguir moviendo las piernas.

Ahora vuelvo a retroceder al patio, esta vez haciendo educación física en el instituto, para recordar la sensación de exhaustividad que allí, por primera vez, tuve realizando la prueba de La Course Navette. La diferencia entre aquello y esto es que en el instituto podía ver el final del sufrimiento en cuanto llegaba al nivel donde me aprobaban con un suficiente, pero aquí no alcanzo a ver el fin.

Cuando ya estoy imaginando que estoy enferma de los pulmones y que me va a dar algo en breve porque el corazón me late a mil por hora, Joe se gira y nos informa de que quedan tan sólo quince minutos para llegar al sitio donde comeremos y descansaremos un rato. Doy mil gracias mirando al cielo y mi cerebro ya únicamente da órdenes a mis músculos de seguir, seguir y seguir hacia delante.

Los porters se han encargado de subir todo lo necesario para poder prepararnos la comida en medio de la selva. Mientras cocinan, Illay y yo yacemos mirando al cielo, sin pronunciar ninguna palabra. Algunos monos se acercan para que les demos comida, aunque respondemos asustándolos para que se vayan de nuestro lado y nos dejen descansar en paz. Tengo toda la ropa mojada del sudor, así que me pongo un jersey encima para no resfriarme mientras descansamos.

Fruto salvaje, comida para los monos
El agotamiento no me deja pensar en nada más que en lo agradecida que estoy por haber hecho esta parada. Pronto comemos una sopa de fideos, huevo y verduras y unos trozos de piña. Sinceramente, puedo sentir como cada cucharada me recompone tanto física como psíquicamente.

Seguimos la marcha, ahora con las pilas cargadas, mucho mejor. La chica que iba antes con Illay y conmigo se va con su novio y el resto de los chicos, más adelante. En su lugar tenemos a Lina, una chica alemana que sufre diarrea y está agotada por la deshidratación. Según nos cuenta, anteriormente todo su grupo la dejó atrás, incluso el guía; así que ahora prefiere seguir con nosotras y con Joe.

Por el camino, debatimos sobre muchos temas como la contaminación, las diferentes creencias religiosas y paranormales o la homosexualidad. Illay y yo defendemos el feminismo absoluto en el mundo para su correcto funcionamiento, con igualdad y justicia. Nos atrevemos a decir que no confiamos en el hombre y que puede ser por eso que nos gusten las mujeres. Es en ese mismo momento en el que nos enteramos de nuestros gustos, pero no por ello se ve afectada nuestra relación, cosa que aprecio mucho por su parte.

Comienza a llover, primero fino y luego más fuerte. En algunos puntos el bosque se ve blanco, cubierto de niebla espesa que se mueve ligeramente, como un fantasma. Saco el chubasquero de la mochila, al tiempo que oigo como se descose un asa y me quedo con un solo punto por donde colgarla a mi cuerpo. Durante un rato, voy maldiciendo al fabricante y también al tipo que me la ha vendido. Pronto se me pasa, ya que es más importante centrarme en dónde pongo los pies para no resbalar.

Llegamos a un cobertizo donde nos refugiamos del gran diluvio, además de descansar y comer unas galletas y unos cacahuetes. Intento sacarle el lado positivo a esta experiencia, sintiendo lo bonito que es compartir la desgracia y hacer de ella algo cómico. También me alegro por haber superado el terrible momento de antes de comer y encontrarme en mejores condiciones ahora mismo.

Al seguir con el último tramo, las condiciones climáticas se tornan tan drásticas que es imposible ver más allá de los propios pies de uno. La lluvia no deja abrir los ojos y la niebla lo cubre absolutamente todo. El viento frío sopla fuerte contra nuestra ropa mojada y el terreno rocoso y empinado no ayuda a avanzar con facilidad. Se nos oye gritar de vez en cuando, en la lejanía, supongo que de furia e impotencia.

Llego a un punto donde encuentro a Joe esperando y me propone avanzar sin el resto, ya que el campamento queda muy cerca y los compañeros que están por venir ya llevan otro guía para indicarles. Así que camino el último trozo felizmente, imaginando el momento de tumbarme dentro de la tienda de campaña, con ropa seca y dentro del saco, calentita. Justamente se empieza a hacer de noche ahora, otra cosa por la cual puedo alegrarme enormemente, porque no quisiera vivir lo mismo otra vez añadiéndole el factor oscuridad.

El campamento está casi listo, con todo el grupo prácticamente instalado. Con las últimas fuerzas que me quedan, exploro un poco la zona mientras hago tiempo para que llegue Illay y nos acomodemos en una de las tiendas. La verdad es que no se puede apreciar nada, sólo puedo leer unos paneles informativos sobre las vistas, las cuales espero ver mañana.

Nos adjudican una tienda de campaña con la tela y la cremallera rota. Automáticamente, Illay entra en cólera con Joe, exigiendo una solución inmediata a este problema, ya que el frío y la lluvia pueden traspasar fácilmente durante la noche. Joe hace lo que puede quitándose su chubasquero, echándolo por encima de los agujeros y atándolo por los extremos al suelo. El pobre va en manga corta y en chanclas, está tiritando y supongo que deseando hacer fuego para calentarse, ya que los guías y los porters no disponen de tienda ni de sacos para dormir, sólo de una gran malla impermeable donde resguardarse de la lluvia.

En cuanto terminan los apaños, nos quitamos la ropa mojada, entramos en la tienda y nos metemos dentro del saco, bastante mojado por algunas partes. No podemos creer todo lo que está sucediendo, no dejamos de expresar lo mal que lo hemos pasado, lo agotadas que estamos y lo increíble que nos parece el duro trabajo que hacen estos chicos a diario. Ellos cargan con el agua, la comida, la vajilla, las tiendas, los sacos, las esterillas y aun así parecen no estar cansados.

De repente nos vemos sumidas en una situación mental extrema, donde la pena que nos damos nos hace reír y por cualquier cosa nos meamos, incluso literalmente. Entre las dos, lo llegamos a definir como histeria. El viento sacude la tienda fuertemente, el resplandor de los relámpagos invade nuestro espacio, los perros aúllan o se pelean entre sí a nuestro alrededor, el saco no se sabe si nos da calor o más frío, un chico de la tienda de al lado ronca y otro nos manda callar, cada vez que queremos salir a mear es una absoluta odisea que intentamos evitar y aun así no deja de producirse; toda la situación es en sí cómica, aunque verdaderamente molesta.

Cuando nos calmamos un poco, hablamos sobre nuestro pasado. Illay me cuenta una larga historia acerca de su familia, ya que su abuela es judía y escapó de la Alemania nazi hacia Australia. Allí conoció a su abuelo y tuvieron a su padre, el cual ya con su mujer e hijas, quiso ir a vivir a Israel. Por lo que me cuenta, Israel e Indonesia no guardan muy buena relación, es por eso que ella se presenta como australiana aquí. También me explica que hace unos años, ella quiso conocer Alemania y se quedó allí, con lo que a día de hoy trabaja como compositora y violonchelista en Berlín.

Aprovecho para comentarle que mi expareja, Sabrina, se encuentra en Berlín estudiando y trabajando a través de un programa de formación y empleo en cooperación con España. Y llega el momento de contarle toda mi vida a Illay, acerca de mi familia, mis amigos, mis parejas, los lugares en los que he trabajado y en los que he vivido.

Sin pedirlo ni esperarlo, Joe nos trae un té a cada una, lo cual nos hace sentir especiales dentro de la desgracia. Por lo menos terminamos el día viendo el lado positivo de esta aventura, ya que concebimos el habernos conocido como una gran recompensa.

Paso una noche horrible, creo que la peor de mi vida. Hace mucho frío, un perro me empuja desde fuera para estar junto a mí y que le de calor humano. Illay me empuja por su lado para que le deje más espacio. El suelo es muy duro, las piedras se me clavan por todo el cuerpo y apenas siento los brazos y las piernas, que se duermen a cada rato. Necesito una almohada por lo menos para apoyar la cabeza, pero todo lo que tengo para hacer bulto está mojado. Espero a que pasen las horas con desesperación, echando pequeñas cabezadas entretanto.

Por fin se empieza a hacer de día. Oigo llover, espero impaciente a que cese para poder salir a mear tranquila. Pronto comienzo a oír voces e imagino el final de esta pesadilla al levantarme, estirar las articulaciones y contemplar el maravilloso paisaje que me espera para la ruta de hoy.

-Pero qué ilusa!-digo exclamándome, totalmente decepcionada al ponerme de pie fuera de la tienda y ver el panorama-

El haber pronunciado estas palabras en voz alta me hace recordar a mi amiga la de la iguana, que durante una época de nuestra adolescencia, no dejaba de utilizar esta expresión.

El cielo sigue completamente cubierto, la niebla persiste y el frío es apabullante. El cuerpo me pesa más que nunca, me cuesta desplazarme e incluso agacharme para mear. Veo al perro que me ha estado incordiando toda la noche, temblando de frío, todavía acurrucado por la parte de fuera encima del trozo donde supuestamente iba a dormir yo. Se me encoge el corazón al verle y automáticamente le digo, mirándole: “¿pero qué haces aquí, cariño? Con lo a gusto que vivirías abajo en la playa!”.

Vuelvo a entrar en la tienda e Illay se despierta para decirme que no le he dejado dormir en toda la noche, lo cual no me sienta nada bien ya que me siento extremamente puteada, por definirlo de un modo claro y conciso.

Después de aclarar el tema entre las dos, Joe nos trae el desayuno a la tienda y lo compartimos mientras imaginamos el asco de día que nos espera hoy también. Vuelven los ataques de risa al sentirnos nuevamente desbordadas, cosa que apreciamos para empezar el día con algo de alegría.

Pronto, se comunica a todo el grupo que las condiciones meteorológicas no son nada favorables para continuar con el plan establecido, así que deberemos bajar otra vez por el camino que vinimos sin poder ver ni el volcán, ni el lago, ni nada de nada.

Ahora la que monta en cólera soy yo, puesto que no puedo creer que haya pagado ochenta euros para vivir el peor día de mi vida y encima perderme lo único bueno de la actividad. Nadie más se queja, ya que todos están deseando terminar con todo esto cuanto antes. Yo enfurezco ante Joe, avisándole de que en cuanto baje pienso estar reclamando en la oficina hasta que me devuelvan el dinero de esta estafa de trekking.

Por si fuera poco, las agujetas en todos los músculos de las piernas hacen que la bajada sea aún más terrible que la subida. Illay resbala todo el tiempo en el barro, así que decide ir tan lenta que nos quedamos otra vez atrás de todo, con Joe.

El asa que todavía quedaba para sujetar mi mochila se desprende también, ahora tengo que apañármelas para atar las dos asas sueltas entre sí y llevar la mochila como si fuera un bolso. Además, el pantalón que traía de recambio me va tan grande que tengo que atarme el pañuelo de Illay a la cintura para que no se me caiga. Una vez todo remendado, sigo la marcha con un enfado creciente.

De repente recuerdo que hoy es el cumpleaños de mi madre, así que por lo menos me alegro de poder regresar a la civilización y encontrar un lugar con Internet para poder hacer una video-llamada y felicitarla. Al decírselo a Illay, ella me cuenta que hoy también es el cumpleaños de una de sus mejores amigas; entonces ella también lo aprecia.

Hacemos varias y largas paradas para beber, comer, tumbarnos o simplemente charlar un rato. De este modo, se hace más ameno aunque tardemos más. A medida que pasa la mañana, nos vamos encontrando con gente que sube hacia el campamento. Yo estoy tan quemada que no dejo de quejarme sobre nuestra maldita experiencia, deseándoles que no les ocurra lo mismo.

Joe no deja de babear con todas las chicas que se nos cruzan. Está preocupado porque tiene veintiséis años y nunca ha tenido ninguna relación sexual. Nos explica que un amigo suyo le recomendó practicar sexo con extranjeras y no con indonesias, alegando que las extranjeras aguantaban mucho más y tenían más carne que agarrar. Illay y yo estamos alucinadas con él, ya que parecía muy serio y de repente va y confiesa todo esto.

A partir de este momento, el tema de conversación para Joe es el sexo exclusivamente. No deja de hacernos todo tipo de preguntas, describirnos sus imaginaciones e incluso proponernos si le podemos hacer el favor de ser su primera experiencia. Ahora sí que alucinamos con la situación, utilizándola al menos para reírnos un rato.

El último trozo se hace muy pesado, las piernas ya no dan para más y sólo pensamos en ducharnos y acostarnos. Más tarde hacemos una reflexión sobre los límites humanos, de donde extraemos que sólo la muerte puede pararnos por completo. También hablamos sobre cómo, paradójicamente, somos tan susceptibles a cualquier daño o enfermedad y el poco control real que tenemos sobre nuestras vidas.

Pasadas unas horas, estamos a punto de llegar a la oficina desde donde ayer partimos. Illay y yo preparamos el discurso para quejarnos ante el señor Arhima, dueño de esta compañía de trekking. Joe teme que éste tome represalias contra él por ser el responsable de nuestro grupo. También nos avisa de que seguramente no consigamos ningún tipo de compensación por su parte, ya que varias veces ha reclamado otra gente y nunca se les ha devuelto nada.

Una vez llegamos a la oficina, el chófer está esperándonos para trasladarnos hacia donde tengamos pensado ir, ya que el transfer de ida y vuelta estaba incluido en el precio del pack.

-We would like to talk to Mr. Arhima, please.-pido al empleado que me devuelve la mochila de viaje que dejé aquí guardada-

-He’s not here.-me contesta el empleado, sin intención de ayudarme a encontrarle-

-Do you have his phone number? Can you call him, please?-le replico, mostrándome totalmente seria y mosqueada-

El chico le llama y en menos de dos minutos aparece el señor Arhima subido a una gran moto con una chupa de cuero. En cuanto apaga el motor y  me dirige la mirada, empiezo a contarle cuál era el plan que ayer nos propuso antes de salir y cuál ha terminado siendo en realidad. Él me mira, sonríe y dice que no es su problema.

Illay salta al ataque desde el maletero abierto del coche, donde está sentada. Defiende que deberíamos haber sido avisadas de que posiblemente no se podría acceder al volcán, ya que de este modo no hubiéramos iniciado el trekking. El tipo se enciende un cigarro y nos acusa de peseteras, diciendo que ninguno de nuestros compañeros se ha quejado de nada excepto nosotras.

Tras una larga discusión y varias acusaciones por ambas partes, el hombre se vuelve agresivo, sacando nuestras maletas del coche y diciendo que nos vayamos a pie, intentando cerrar el maletero con las piernas de Illay entre medio y gritando a voces en indonesio, totalmente ido de sí.

Visto que no hay nada que hacer, metemos nuestras cosas en el coche, montamos en él y le decimos al chófer hacia dónde queremos ir, maldiciendo al señor Arhima a través de la ventana y haciendo fotos del lugar con la promesa de difundir toda la historia por Internet. El chófer trabaja para el señor Arhima, pero a juzgar por la cara que pone, no parece que defienda su modo de reaccionar.

La lluvia es intensa y constante. Illay quiere ir a Bangsal para tomar el ferry hacia Gili Meno, yo quiero ir a Senggigi para pasar una noche tranquila allí y poder decidir cuál es mi siguiente destino con calma, desde un buen punto de conexión con el resto de la isla. Informo a Illay de los lugares que debe visitar en Gili Meno y dónde puede alojarse y comer por poco dinero. Está muy contenta, porque todo lo que le cuento de esa isla parece un paraíso en comparación a lo que hemos vivido.

Ya en Bangsal, recibimos dos noticias. Una mala y una buena. La mala es que el último ferry hacia Gili Meno ya ha salido y la buena es que nos encontramos con el tipo que vendió el ticket del trekking a Illay, discutimos con él acerca de todo lo ocurrido y finalmente nos ofrece una noche de hotel gratuita para ambas. No es gran cosa, pero hace que nos sintamos un poco más comprendidas y recompensadas.

Illay decide venir conmigo a Senggigi y volvemos a subir al coche, que aún está esperando para llevarnos donde necesitemos. Mucho más alegres, bromeamos sobre lo que nos espera en el hotel de esta noche, sin parar de reír. El conductor nos observa por el retrovisor como si llevara a dos locas al manicomio y eso nos hace más gracia si cabe.

La carretera bordea la costa oeste de Lombok, con magníficas vistas de playas paradisíacas sin edificio alguno, tan solo rodeadas de una gran extensión de palmeras. Los últimos rayos de sol reflejados en el mar nos llenan de paz e ilusión por seguir viajando y descubriendo, olvidando la mala experiencia ya pasada.

El coche frena. Paramos frente a un restaurante, una pequeña callecita y un punto de información turística. El chófer baja y se dispone a sacar nuestras mochilas del maletero mientras nosotras intuimos que ya hemos llegado al hotel donde pasaremos la noche.

En seguida aparece un chico que pide que le acompañemos. Andamos tras él por la callecita, a través de un jardín y una terraza, donde empezamos a escuchar el sonido de las olas del mar, cada vez más y más fuerte; Illay y yo nos miramos y sonreímos. Finalmente, llegamos a la puerta de la habitación. En el interior hay dos camas, un ventilador y un simple baño. No necesitamos más, así que nos parece perfecto.

Mientras Illay se ducha, me conecto a Internet e intento localizar a mi madre, a través de Tea y de mi hermana, para poder felicitarla. Reconozco que no soy amante de la tecnología, aunque en esta precisa ocasión valoro mucho el haber dado con una habitación con acceso a Internet.

Desde la terraza observo el cielo anaranjado, preguntándome qué debe guardar el destino para mí. Creo que el día termina con todos los propósitos cumplidos, así que no me puedo seguir quejando y aprendo a disfrutar de los mejores momentos para olvidar los peores cuanto antes. Y por supuesto, nadie sabe lo que pasará mañana, pero lo cierto es que todo lo que pase, como cada día, se valorará únicamente bajo la fuerza mental de cada uno.

2 comentarios:

  1. Menuda pesadilla! me he cansao desde el momento en que he leído 10 horas andando... jajaja
    Vas muy atrasada con el blog! estamos a día 12 y hablas del día 3! reclamación por abandono a tus lectores! jjajaj
    Yo no estoy nada animada y según parece mucho tiene que ver con que tu no estés, aunque yo no soy consciente de ello al completo.
    Ojalá vuelvas a casa muy pronto.
    Besos

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    1. Hola Patri!! cuantos días, es verdad... es que no he tenido Internet en casi ninguna parte y tampoco mucho tiempo para escribir en sitios con enchufe.Me sabe muy mal no escribir apenas, pero no puedo hacer mucho más... bueno, ya hablamos por mail o videollamada!! besos hermana!!

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