jueves, 18 de diciembre de 2014

10.dos por uno en cansancio

Despierto temprano, con mucho calor y algo nerviosa. Hoy tenía pensado dejar Jogjakarta, pero aún no tengo ningún trayecto planeado. Ayer me apetecía partir hacia Bromo, a hacer un trekking de tres horas por la selva hasta llegar a la cima de este volcán en actividad. Hoy mis preferencias han cambiado. Tengo ganas de llegar a algún lugar paradisíaco donde poder pasear por la playa, hacer snorkle y bañarme en el mar bajo la lluvia. 

Después de una ducha y un ligero desayuno, logro verlo todo más claro y aplacar los nervios. Es importante conservar la calma durante el viaje, tanto para la próspera organización de éste como para mi espalda, tal como me aconsejó la osteópata antes de venir a Indonesia. Sigo haciendo los estiramientos a diario, aunque la verdad es que ya apenas me duele ni se me duerme el brazo. Estoy muy contenta por ello, así que centrándome en este aspecto tan positivo, me dispongo a proseguir cargada de energía, hacia donde el corazón me dicte.

Vuelvo a tomar una bici prestada para dirigirme a la estación de trenes. Desde allí, con la ayuda de un hombre que me explica todos los modos de llegar a mi destino, saco un billete hasta el extremo sur de la isla de Java, para poder tomar un ferry a Bali y amanecer mañana allí. En realidad son dos billetes los que saco, porque debe hacerse un intercambio en la ciudad de Surabaya.

Tengo tiempo hasta las cuatro de la tarde para volver al albergue, mirar algún lugar para dormir mañana, terminar de recogerlo todo y hacer una pequeña compra para el viaje.


Ahora siento otra vez la adrenalina que proporciona el cambio de lugar, de cultura, de hábitos. En la isla de Java, mis días han estado marcados por los paseos entre el tráfico y los suburbios, por la cultura y la tradición islámica, por la calidez de las personas que me he ido encontrando al paso. En Bali, algo muy diferente voy a encontrar, empezando por los bellos parajes o la cultura hinduista. Esto me mantiene aún más ilusionada que el haber cogido el vuelo de Barcelona hacia Jakarta. 

A las cuatro en punto tomo un taxi bici-carro que me lleva a la estación desde donde empieza mi rumbo a Bali. Me espera un largo viaje en tren, así que me preparo mentalmente para ello. Me toca al lado de una chica joven. "Genial!", pienso; ya que la gente joven es la que suele hablar un poco más de inglés. Como ya es frecuente, me tiro todo el camino hablando con esta chica, la cual no recuerdo el nombre. Ella viaja a Surabaya para visitar a su hermana y a su sobrino. Les lleva el plato típico de Jogjakarta, que por cierto, yo no probé. 

A nuestro lado va un matrimonio con dos niñas pequeñas, las dos muy simpáticas y muy guapas. Yo les pongo distintas caras para que se rían, juego con ellas a vernos y no vernos o a hacerme la dormida y despertar de repente para darles un susto. Ellas están encantadas, el resto del vagón no sé si tanto, porque mucha gente intenta dormir de verdad. 

Pasan las horas y me doy cuenta de que vamos con retraso y no voy a llegar a tiempo para el siguiente tren. Le pregunto a la chica de mi lado si es posible cambiar el billete que ya no me sirve por otro, para el próximo tren que salga en la misma dirección. Me cuenta que una vez le pasó a ella y tuvo que pagar otro billete, ya que la compañía no se hacía responsable de los retrasos. Aún así, voy a hablar con el personal del tren, que me dicen lo mismo, aunque me dan la esperanza de que en la estación puedan ofrecerme alguna opción para recuperar mi dinero. 

Es inútil intentar que sea justo, simplemente es su procedimiento. No puedo hacer otra cosa que pagar otra vez y ponerme otra norma de viaje: no comprar ningún billete hasta que no esté personada físicamente en la estación de origen. 

El tren que he perdido salía a las diez y media de la noche y llegaba a las cuatro y media de la mañana a Banyuwangi, desde donde se toma el ferry al puerto de Gilimanuk, al norte de Bali. Con mi nuevo plan, debo esperar en la estación hasta las cuatro y media de la mañana y llegar a las once y media a mi destino, cosa que tampoco me parece tan mal. 

Me dispongo a pasar estas horas en vela; leyendo, escribiendo o hablando con las personas que también esperan en la estación. Estamos todos sentados en una especie de sala de espera. En la hilera de asientos de detrás, hay una mujer mayor que parece no estar muy bien de la cabeza y además huele un poco mal. Las moscas y mosquitos la rodean y se le posan en brazos y piernas constantemente. Mientras el chico de al lado me ofrece galletas de un paquete que acaba de abrir, oigo un chorro de líquido y para mi sorpresa, al girarme, veo que la mujer se ha incorporado y está meando dentro de una bolsa. Luego la ata y se levanta a tirarla a la basura. No entiendo el porqué, ya que hay baños a diez metros.

Por suerte, hay bastante gente en la estación y no me da tiempo a aburrirme ni a sufrir por querer dormir. Ivan es el chico con el que más horas de charla comparto. Él y su familia viajan desde Jakarta para hacer el trekking hacia el cráter de Bromo. Se me hace extraño conocer a indonesios que viajen por ocio, puesto que todos los que he conocido lo hacían únicamente para visitar familiares. Además, Ivan mismo admite que el indonesio es muy casero y poco viajero. 

Los mosquitos me están comiendo viva. Uso la loción repelente que me proporcionaron en el hotel de Borobudur y nunca utilicé. Parece que funciona. Lástima no haber caído antes, porque ya tengo unas cuantas picaduras en los pies y en el trozo de cuello que llevo al descubierto. 

El sueño empieza a invadirme cuando ya son las cuatro. En pocos minutos, ya estoy buscando la que va a ser mi cama esta noche; y en otros pocos, durmiendo. Cada vez que me despierto cambio de postura hasta que, definitivamente, me tumbo a lo largo del asiento con la mochila por almohada y logro descansar un par de horas seguidas. 

El revisor me despierta sobre las siete de la mañana. Estoy tan dormida, que primero pego un salto, alterada, pensando que me he pasado la parada sin darme cuenta. Cuando recapacito, busco el billete para mostrárselo, dándole primero el que no es válido. Entonces me empieza a hablar en indonesio, primero de manera amable y luego, al no entenderlo, con un tono un poco más serio. Él me enseña el billete, indicándome la hora de salida y la de llegada. Tardo unos minutos en reaccionar, pero finalmente me meto la mano en el bolsillo y saco el último billete que compré, pidiendo disculpas y mordiéndome el labio con una sonrisa. 

Intento volver a coger una postura cómoda, lo cual es imposible. Cambio de lado a cada rato, ahora sentada, ahora con las piernas estiradas, ahora dobladas. Me harto y me pongo a escribir. Sinceramente, no me apetece hablar con nadie porque me gustaría estar durmiendo y no puedo. De manera totalmente inoportuna, un chico se sienta a mi lado para decirme que, cuando ha venido el revisor y le he dado el otro billete por error, todo el vagón se ha enterado de que he perdido un tren. Nada más decirle que sí, que es cierto; pide si puedo mostrarle ese billete y yo se lo entrego sin ningún problema. Entonces, comienza un debate entre él y varias personas del vagón, que incluso se levantan de su asiento para venir a comentar el suceso. Yo no entiendo nada de lo que dicen, pero por el momento, estoy alucinada de lo chismosos que llegan a ser, e imagino cuánto rato llevarán con la curiosidad por ver mi billete. Incluso imagino que, mientras yo dormía, han escogido entre todos a un portavoz que hablara inglés para venir a pedírmelo. 

Ya estamos llegando. El portavoz se dirige otra vez hacia mí, ahora con su mujer y su hijo. Después de presentarme a su familia, me invitan a ir a su casa. Con mucha educación y respeto, les comento que aún debo llegar hasta Lovina y encontrar el lugar para dormir. Aún así, les doy las gracias. Mientras vuelven a sus asientos, los miro y pienso "menos mal que has sabido decir que no, porque lo único que necesitas ahora es dormir". 

De la estación de tren al puerto hay trescientos metros. Los taxistas vuelven a aplicar su truco, basado en hacer creer que voy a tener que andar mucho rato con las mochilas a cuestas. Paso por alto sus comentarios y sigo a la multitud.

Una música a todo volumen hace que me gire para ver de dónde viene. Es una fiesta en la calle. Me acerco para ver qué se hace y me vetan el paso unas señoras en la entrada. Pregunto si se trata de un evento privado, a lo que contestan afirmativamente. Cuando ya estoy dando media vuelta después de pedir disculpas, una chica me agarra del brazo y me empuja hacia dentro, ofreciéndome comida de unas mesas. Siento un poco de apuro por haber irrumpido así, con las mochilas de viaje colgadas y en chanclas, en medio de una fiesta islámica, donde todos visten elegantemente y las mujeres van muy tapadas. A todo ofrecimiento digo que no y salgo de allí sonriendo a los invitados y disculpándome de nuevo con las mujeres de la entrada. 

Una chica me sigue y me ofrece un vaso de helado con arroz dulce, tintado de verde. Ella va comiendo uno, así que acepto el que cogió para mí y me acompaña hasta la taquilla del ferry, sin habérselo pedido. Es extraño, nunca pensé que el arroz combinara con helado, pero está rico. 

Me tumbo en el suelo de la cubierta. Ahora el día está nublado, aunque igualmente cálido. Respiro profundamente e imagino el momento en que disponga de una cama para dormir. Me apetece comer algo caliente, pero sólo me quedan unas galletas y frutos secos. Opto por esperar, ya que seguramente pueda encontrar algo mejor a la llegada a Bali. 

Veinte minutos más tarde, me encuentro ante el último transporte que debo coger para llegar a mi destino. La furgoneta con la que voy a compartir trayecto con otros pasajeros está aún vacía. El conductor me invita a pasar y colocar mi equipaje. La espera se hace muy larga; primero llega un chico, luego una pareja de holandeses, luego un hombre mayor...y así hasta que somos diez personas y el conductor arranca el vehículo. Justo en ese momento, hace veinticuatro horas que estoy de camino. 

El último tramo se hace muy pesado, casi insoportable. No tengo apenas espacio ni para mover un brazo; estoy encajada entre el cristal a mi derecha, mis mochilas en los pies y una niña a la izquierda, bien pegada a mí para no caerse por la puerta abierta de la furgoneta. Empieza a oscurecer y sin querer, me duermo. 

Algún grito, bache o frenazo hace que abra los ojos de golpe y crea que tengo que bajar ahí mismo. Los demás pasajeros me calman, yo me excuso explicando con señales que estaba completamente dormida y me he asustado. La sensación que tengo ahora es parecida a la que tenía cuando volvía de una discoteca a mi casa a las nueve de la mañana. Tengo que intentar por todos los medios no volver a quedarme dormida, ya que tengo que avisar al conductor dónde tiene que parar.

La dirección del hotel donde voy a dormir esta noche la tengo apuntada en el bloc de notas, junto con un pequeño esquema de cómo llegar. Por la carretera que vamos, debo estar atenta para reconocer algún cartel y relacionarlo con mi esquema. No resulta fácil, ya que está muy oscuro y además no sé a qué altura debo empezar a fijarme. Entonces, cojo mi diccionario de inglés-indonesio y preparo una frase para decírsela al conductor, que simplemente dice "por favor, pare después del Spa-Resort Banyualit". 

Dos horas y media más tarde, bajo de la furgoneta y camino hacia el hotel. Sólo tengo que andar un minuto en la oscuridad y bajo la fina lluvia para dar con mi alojamiento. Los huéspedes ocupan el comedor situado en el jardín de entrada, donde están sirviendo platos a todas las mesas. "Qué raro, todavía es pronto para cenar", pienso. Inmediatamente caigo en que he cambiado de zona horaria y aquí ya es una hora más tarde. Igualmente, sigo pensando que las seis y media no es mi hora de cenar.

Aparece un hombre con un gracioso semblante, como si de una caricatura se tratara. Pregunta en qué puede ayudarme. Pido una habitación para esta noche y rápidamente, cogiendo primero una llave, me acompaña hacia una de ellas. Al abrir la puerta, me emociono como si no hubiera visto una cama en mi vida. Dejo mis cosas y pido por favor si puedo ducharme antes de hacer el check-in. A él le parece todo genial, o al menos eso es lo que aparenta.

En el baño, esperaba encontrar un plato de ducha, pero todo lo que encuentro es un agujero en el suelo al lado del váter y una alcachofa de ducha sin presión alguna y con agua totalmente fría. Es la ducha más horrible que he visto jamás y probablemente también la más apreciada. 

Bajo al comedor, arreglo los papeles con el señor caricaturado y me siento a tomar una cerveza. Un hombre, español, se dirige a mí preguntando de dónde soy. Él es de Mallorca. Está viajando solo porque su mujer murió y él está retirado por una enfermedad la cual no nombra ni yo pregunto por ella. Pido algo para comer y me paso a su mesa para continuar la conversación. Me va muy bien estar distraída para no caer dormida encima del plato en cualquier momento, pero en cuanto termino de comer, me levanto a pagar y me retiro a la habitación, despidiéndome de Lluis, el mallorquín. 

Ya en mi primera cama de matrimonio en Indonesia, hay tantos mosquitos que, ni agotada como estoy, puedo pegar ojo. Cubro todo mi cuerpo y mi cabeza con una especie de cubrecama que supongo que han dejado para que me tape. A pesar del calor, me siento un poco más protegida, aunque tengo miedo de destaparme una vez dormida y ser víctima de decenas de picaduras. Antes de conciliar el sueño, me prometo a mí misma que mañana compraré repelente para mosquitos.

6 comentarios:

  1. Silvia menudos viajes más largos que haces, este post me ha dejado un poco intranquila, veo calamidades y no diversión. Ten mucho cuidado y procura encontrar ya tu sitio y no dar tantas vueltas porque lo veo hasta peligroso.
    Te quiero!

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    1. Qué exagerada! calamidades jajaj tranqui hermana, todo bien!

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  2. pobrecita que mal tantas horas, pero cariño estas cosas pasan y de todo, de todo puedes sacar siempre algo bueno.

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  3. tia no et rasquis les picades que si et piya una infeccio com a alguns dels meus companys de viatje, es pasa fatal....pregunta als aldeanos quin remei tenen per les picades de mosquit q segur q et preparen un unguento.
    Disfruta molt i segueix escribint que es molt interesant!!!
    muak

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    1. tranqui, que no em rasco gaire, quasi bé no em surt reacció de res, només un puntet vermell. són mosquits o són marietes?? jjajja tio, sento no escriure fa uns dies, però és que he estat taaaaaaaan relaxada... que només em venia de gust vaguejar. Bé...què t'he d'explicar a tu que no sàpigues...??jajaj

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